Horacio García

Pensamientos y algunos recuerdos


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del frío y las ansias naturales que surgen siempre en vacaciones, buscamos dónde almorzar, el lugar no tenía muchas opciones, un antiguo comedor, de pisos de madera crujiente, con ese perfume tan característico de los lugares con historia, que llevamos por los años guardados como recuerdo, con viejas salamandras, unas estufas de hierro, donde crepitaban leños ardientes que sin duda entibiaban el lugar. Pocas opciones de menú, sopas y fideos con albóndigas, que sin embargo parecían manjares de reyes para combatir el frío y una copa de vino tinto para estimularse. En el lugar nos comentaron que increíblemente a varios metros de altura había otro lago y nos dieron dos opciones, un micro bastante viejo que ascendía por un sendero de única mano o una antigua escalera, bastante corroída por el tiempo, famosa por sus 700 escalones, sin duda pese al frío primó la sed de aventura y elegimos la última, ya el cielo estaba muy gris y una pequeña llovizna persistente mojaba nuestra ropa. El ascenso no fue fácil, exigía reservas físicas y algunos del grupo no éramos precisamente deportistas, llevó su tiempo, pero rodeados del aroma del bosque pudimos llegar, no podía creer que apareciera ante nuestros ojos un lago, de agua color esmeralda, según nos dijo el guía, producto de los minerales del deshielo que bajaba de las montañas. Pero en ese momento comenzó a suceder algo, como si la naturaleza, el tiempo y el espacio se detuvieran, vimos la cara del guía transformarse y al rato decirnos que seríamos testigos privilegiados de algo que pocos tienen oportunidad de ver, el nacimiento de una nevada en la montaña. Por supuesto atentos a lo que sucedía, comenzamos a ver como un milagro que la lluvia parecía descender en cámara lenta, era alucinante, ver a lo largo del lago cómo se hacía una cortina espesa, lenta y de a poco la llovizna se convertía en nieve, pequeños copos blancos, de múltiples formas que caían sobre nuestras caras, con una sensación que no sé cómo decirles en palabras, solo recuerdo que debíamos embarcar para navegar este lago y el guía no podía sacarnos del éxtasis para irnos, no quedó otro remedio cuando la bocina del catamarán comenzó a sonar sin cesar. Así fue como embarcamos y recorrimos el lago color esmeralda, ya no me importó el frío, salimos fuera para disfrutar la nevada, las aves circundantes y la belleza sublime de la cordillera de los Andes, a cuyos pies estábamos como pequeños puntitos ante tanta majestuosidad de la creación, alturas impresionantes, cascadas que bajaban por las laderas y un paisaje que se grabó en mis retinas para siempre. La vuelta fue otro disfrute, como lo fue quitarnos la ropa mojada en su totalidad y el baño de agua caliente para revivir el cuerpo. Terminaos la noche tomando algo cerca del hogar, un rato mi mujer con la guitarra y reviviendo anécdotas de lo que habíamos vivido, que quizás nunca más vuelva a ver, no sé los demás, pero yo jamás voy a olvidar ese momento. Perdón, vi las fotos, recordé y me pareció lindo compartirlo con ustedes.

      Vi por televisión a un nene de 14 años, con una madurez sorprendente, hablando sobre el medioambiente y su relación con el hombre y pensaba hoy que no me gusta el mundo que hicimos, porque en cierta medida todos pertenecemos a esta generación, soy un tipo agradecido por lo que me tocó vivir, pero ojalá estos chicos puedan crear una sociedad mejor, sin tanta violencia, injusticia, donde todos puedan tener un proyecto de vida, haya menos muerte, sin violencia, en armonía con la naturaleza. Siempre me ha gustado charlar con los jóvenes, tienen la virtud de contagiarnos de su natural entusiasmo y alegría. No sé si será la edad o la experiencia acumulada, pero suele ser frecuente que me busquen para preguntarme sobre algunos temas, generalmente sobre sus carreras, política o también temas personales. Me gustan esas charlas, trato de que sean por la mañana en mi oficina, temprano y mate en mano, quizás porque disfruto aprender de ellos, siempre en una conversación todos crecen, el secreto es simple, hay que saber escuchar. Alguna vez tuve su edad, su energía y su apuro y esa sed de saber, aprender y crecer, agradezco a Dios haber tenido maestros, que me permitieron aprender dejándome equivocar, quizás la mejor manera de hacerlo. Por eso tomo esas reuniones como charlas, nunca le digo qué hacer a nadie, demasiadas lecciones de vida serían limitar la energía creativa que anida en toda persona, solo cuando hablo de mí, de un camino recorrido, trato de que puedan comprobarlo, los hechos dan sentido a las palabras, la presencia alcanza cuando uno es lo que dice, no doy consejos sobre la vida, siempre digo que no existe un manual, creo que cada uno trata de encontrar y forjar el suyo. Me gusta como comentario explicar que al elegir el mío siempre tuve presente los afectos como prioridad, los sueños y las utopías como meta, el estudio, el entusiasmo, el esfuerzo y la constancia como método, el valor de la palabra, la discreción, el respeto, el vínculo amable y la sonrisa como crecimiento personal, nunca mirar o juzgar al otro y la búsqueda en mi interior como desarrollo espiritual, en definitiva siempre tratar de ser buena persona. Creo que no es fácil, no siempre se consigue, las circunstancias nos ponen en forma permanente a prueba, pero, al menos para mí, intentarlo hasta hoy fue una linda forma de caminar por la vida. El secreto es transmitir sin imponer, enseñar con el ejemplo y no la palabra vacía, reparar el diálogo, un puente roto con la juventud hace un tiempo, comprender que sin duda hoy ellos son quienes pueden encontrar otras formas, otras costumbres, imposible analizar resultados antes de que se realicen, porque ellos tienen derecho a intentar, a equivocarse, a aprender de nuestros errores, porque son los constructores de una nueva sociedad.

      Tengo una tarde tranquila y me puse a filosofar conmigo, como de costumbre escribiendo, una advertencia, vuelco a la reflexión lo que siento, digo por si alguien lee y le perturban mis palabras, o afecta a su creencia.

      Dice un viejo refrán “El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”, será que siempre identificamos el saber con la experiencia, probablemente no pueda discutirse todo, los refranes siempre llevan mucho de verdad, pero a veces creo que se confunde la experiencia con el conocimiento y la sabiduría. No creo que sea llegar a viejo tener la verdad absoluta, creo que el conocimiento de uno mismo, el equilibrio y la armonía en nuestras vidas sin duda son maestros para llegar a la sabiduría, sin importar la edad como requisito absoluto. A lo largo de la vida tomé con pasión, quizás una característica personal, el desarrollo y crecimiento espiritual, siempre fueron un interrogante y motor de búsqueda de mis aspiraciones. Hubo un tiempo en que me dediqué a leer, y así desfilaron religiones, gurúes, chamanes, monjes, psicólogos y cuanto libro sobre el tema cayera en mis manos. A veces cuando comento, parezco un rebelde, no adecuado a lo tradicional, los dogmas, los ritos o las costumbres y, en realidad, no parezco, lo soy, sobre todo cuando la verdad se me presenta con maestros iluminados que la tienen clara, pero que después sus actos, su vida, no solo no condice con lo que enseñan, sino por el contrario son absolutamente cuestionables, por conductas, perversiones, avidez económica o egolatría propia, desde un religioso hasta un intelectual. Creo que la verdad es simple, sencilla y justo por eso difícil de hallar, parece un comentario sin sentido, pero al transitar en el camino de la búsqueda fue lo que aprendí y creo realmente. Todos los libros tienen cientos de páginas, entretenidas, tediosas, interesantes o aburridas, con parábolas, ejemplos o frases, todo depende de quién lo escribió, pero en cada uno encontramos en un lugar, quizás en pocos renglones o escondida, la verdad, y esa verdad es común a cuanta religión, creencia o práctica exista. Qué quiero decir con esto, el sermón del monte de Jesús, la enseñanza oriental, los libros sagrados como la Biblia, los 7 vedas, el Corán, suelen ser indicadores del camino y a su vez marcadores de límites al ser humano, como lo fue en la Antigüedad el código de Hamurabi, los 10 mandamientos y cuanta regla se fijara para controlar el desenfreno y la pasión del hombre, dicho sea de paso, no como cuestión de género. Bueno, se preguntarán cuál fue la verdad que descubrí, muchas veces lo sencillo parece tonto y simple y lo subestimamos y creemos que arrodillados, practicando dogmas o sacrificios, responsabilizando de lo bueno y lo malo a un padre todopoderoso, terrible o sabio, como una necesidad de no hacernos cargo o por buscar un apoyo o un bastón para nuestras falencias, nos hará sentir que tenemos todas las respuestas o nuestro camino garantizado, pues no lo creo. Jesús dijo “ama a tu prójimo como a ti mismo”, y ese concepto se repite en cada escritura o libro, quizás con distintas palabras, no le hagas al otro lo que no quieras que te hagan, mira por tu hermano, etc., etc., y he ahí donde reside la verdad, yo les pondría a todas esas definiciones que se leen un igual, todas nos dicen lo mismo. “Sé buena persona”, qué fácil, dirán algunos, no, señor, es muy difícil ser buena persona, no de acuerdo a cómo me veo en mis conceptos o en lo que creo de mí, sino respecto de mis actos, cómo soy con mi familia, con mi entorno, ciudadano, vecino, padre, abuelo, mi trato con los demás, es decir, mi vida cotidiana, mi comportamiento