nuestra presencia irradia luz, ayuda a despertar, calma y alivia a quien nos contacta, se forja una sociedad mejor y sin duda el camino a la sabiduría habrá comenzado. Después podemos optar por lo que más nos satisfaga, en mi caso la meditación y la energía, otros quizás una religión, el servicio, la solidaridad, la lectura o el contacto con la naturaleza y en esa comunión sin duda estará garantizado el crecimiento y desarrollo espiritual. No siempre estamos preparados para recibir un concepto, son más las veces que lo rechazamos, porque no está de acuerdo a nuestro pensar o sentir, creerlo trivial o poco profundo nos incomoda o quizás nos interroga, ojalá le sirva a alguien lo humilde que escribo, cada quien tiene su camino de búsqueda, si no, perdón a quien no lo entienda, no le guste, lo rechace o le cause algún malestar, no es para nada mi intención que eso suceda, solo compartir cosas de un tipo común, simple y sencillo. Como suele decirse: “Quien quiera oír, o esté preparado para oír, que oiga”.
Esta mañana, como todos los días, hablamos y tomamos mates en la cama, un hábito de toda la vida que tenemos con mi mujer y ya que yo me despierto muy temprano, suelo prepararlo y llevarlo antes de ir a mi trabajo, es un tiempo de diálogo que compartimos. En un momento de la conversación surgió el tema de mis escritos, ella siempre me ha alentado para que lo haga, conoce mi pasión por escribir y le decía que tendría que contar nuestra historia, suelo escribir sobre muchas cosas, pero no de este tema, y me respondió “hacelo”, entonces con su aliento y su permiso, ya que es algo íntimo de los dos, y si tienen la paciencia y ganas de leerme, es un poco extenso, les cuento...
Hace muchísimos años vi pasar a una chica por la puerta de casa y me llamó la atención, pero quedó solo en eso, con el correr de los días su pasar se hizo frecuente y en una oportunidad me acerqué a ella para hablarle, un momento tenso de dos chicos, ella 15 y yo 16, intentando sacar temas para provocar una conversación, cosa que no se producía, pero no me di por vencido. Ella estudiaba corte y confección y tomaba clases de piano, rigurosamente la esperaba y ya me conocía de memoria su ensayo de “Para Elisa”, debajo de la ventana del profesor de música, hasta que de a poco fuimos acercándonos y terminó en un beso y un noviazgo. Quizás suene raro hablar de esa palabra, pero en esa época era normal, como también que me presentara a sus padres, los que impusieron vernos solamente los jueves, por la tarde y en su hogar, eso sí, con su hermano menor de pañales en el medio de los dos y que alguna vez se orinó en mis pantalones. Mis suegros, un poco por razones de crianza, por carácter o costumbres, mucho no me querían a su lado, de todas formas nos ingeniábamos de mil maneras para vernos. Ella ya cantaba y había ganado un festival, lo recuerdo porque compré mi primer traje, un príncipe de Gales gris para asistir, que me hacía ver mucho mayor. Celoso, caprichoso y de acuerdo a la edad que tenía, sentía que eso la alejaba de mí, lo que me llevó a discusiones con su padre, de resultas, no quisieron verme más, prohibieron nuestra relación, cosa que a esa altura y con mi personalidad era casi imposible. Pues bien, tomaron la resolución de que ella se fuera a vivir a otra provincia, Corrientes, a más de mil kilómetros, en la casa de sus tíos, fue un período difícil, muchos meses, por supuesto no había los medios de comunicación de hoy y nuestro único contacto eran las cartas, siempre nos reímos cuando lo recordamos, porque tomamos el compromiso de escribirnos todos los días, el cartero se hizo amigo de tanto venir a casa y la tía de mi mujer terminó siendo cómplice de los dos. Con el paso del tiempo buscamos esas cartas que eran cientos y que esperábamos ansiosos a diario. Un día, casi no recuerdo por qué, decidieron que volviera, cuando llegó y quiso ir a verme discutió con sus padres que la echaron de su casa y así con una pequeña valija llegó a mi puerta, todavía recuerdo su carita triste y también el apoyo de mis padres, que tuvieron que declarar en una comisaría para hacerse cargo de ella, teníamos ya yo 17 y ella 16 y tomé la decisión de casarme, por supuesto no podía, ella era menor. Después de recorrer varios lugares logré hablar con un juez, que me sometió a interrogatorios, me pidió certificados y constancias de que yo trabajaba y fue así como me dio la autorización. Cuando llegó el día parecíamos de comunión, yo de esmoquin y ella con su traje de novia, voy a poner la foto para que la vean, una fiesta sencilla en el garaje de casa y todos los comentarios que escuchábamos de que éramos dos niños y una aventura de escaso tiempo. Pues hoy, después de 43 años de casados, cinco hijos y seis hermosos nietos en la tierra y otros que nos ven desde el cielo, creo que puedo afirmar con mucha seguridad que se equivocaron. No fue una vida fácil, hubo períodos de necesidad económica, enfermedad de los chicos y las circunstancias que de una u otra forma suceden. Con el tiempo llegó el perdón a mis suegros, que terminaron queriéndome como a un hijo. Es cierto que quemé una etapa de mi vida, salir de noche, farra y picardías de soltero, pero la vida me premió con no ser rutinaria jamás, darme una enorme experiencia y poder disfrutar de cosas como haber sido abuelo a los 38 años, ver casarse a mis hijos y jugar con mis nietos. En definitiva, no cambiaría en mi vida ni un segundo de lo hecho, nuestras peleas, que las hubo y las habrá muchas, siempre fueron por temas triviales, hoy somos amigos y compañeros, compartimos la pasión por una vida espiritual, donde tenemos largas y profundas discusiones y aprendimos a respetar el mundo de cada uno, ella la música, el canto y yo mis aventuras políticas, mi hobby de navegar por las redes, hacer amigos de todos los países y, sin duda, seguiremos juntos por siempre. Perdón por lo extenso, pero no es fácil contar una vida en tan pocas líneas y más o menos así fue nuestra historia, espero no haberlos aburrido.
A veces escribir es solo empezar, dejar que los dedos se deslicen por el teclado, sin tener bien claro adónde me llevan, generalmente suelen ser viajes hacia mis recuerdos, cosas que han pasado y que vuelven a la luz, ahora, me sitúan en el tránsito de la niñez a la adolescencia, de pantalones cortos, avergonzado por los vellos de las piernas, hasta que trabajando pude comprar mi primer pantalón largo, la secundaria nocturna, con amigos que quedaron en el tiempo. Tenía que hacerla así, ya que estaba empleado durante el día, porque era necesario aportar en casa, mi papá cobraba poco en el ferrocarril y era regla traer la mitad del sueldo, uno de mis primeros empleos, en una empresa de café y chocolates, de donde todos los días traía caramelos y bombones, para dejar en el bolsillo del delantal de mi madre, ya no la tengo conmigo, pero recuerdo la sonrisa de ella que, en forma cómplice, sabía dónde encontrarlos. El tiempo fue pasando y como todo joven quería ir al baile, en aquellas épocas los hacíamos en los sótanos de las panaderías, que alquilaban los lunes el lugar, porque ese día no trabajaban, todos mis compañeros iban, pero yo no lo hacía, porque no podía comprar ropa para vestir a la moda y tenía temor de burlas y no ser aceptado, los jóvenes suelen ser crueles en ese tipo de cosas, hoy le dicen bullying, antes existía sin que supiéramos el nombre. Se sufría no ser uno más con el resto. Un mes, había juntado algo de dinero, pude comprar un pantalón de botamanga ancha, una polera blanca y un saco cruzado negro, zapatos de colores y tacos anchos, me sentía como un galán de película, todavía recuerdo la emoción que me produjo traerlos a casa. El día del asalto, así lo llamábamos, con los compañeros decoramos el lugar, preparamos la barra y las luces, creciendo la ansiedad en mí para que llegara la noche. Un buen baño, con el pelo largo como se usaba, perfume, fui por primera vez, entrar tímido, pero con la seguridad de no desentonar con mi ropa nueva, recuerdo los discos de colores, las chicas con minifalda, tomar mi primer trago y tratar de bailar con la que me gustaba, era época de esperar los lentos, después del rock nacional, bailar pegados, abrazar y en un descuido robar el primer beso, inocente, pero dulce como la miel, charlas tontas, risas fáciles, picardías que nos hacían sentir mayores y la alegría de compartir con el grupo de amigos y sentirse un par, aceptado como uno más de todos, me acuerdo regresar a casa triunfante, con esa adrenalina que se siente pocas veces y no querer dormir, para que no terminara el momento y quizás, la magia de esa noche todavía siga viva en mí, busque un álbum de fotos viejas y encontré esta, de aquella época, una linda forma de revivir las sensaciones de ese día. Bueno, nada, para el que le guste leerme, solo otro viaje hacia mis recuerdos volcados al papel.
Hoy leía en mi grupo un escrito sobre la casa de los abuelos, por supuesto me identifiqué con mi familia, donde generalmente los domingos se prende el fuego para el asado y se espera con ansias la llegada de todos mis hijos, nietos,