Charlie Donlea

La chica que se llevaron (versión latinoamericana)


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por encima del ruido de los puñetazos—, no mencionaré lo mal que le estás pegando.

      —Mejor así —gruñó ella, atacando la bolsa sin piedad, sin dejar de rebotar sobre los pies—. Lo de hoy es pura furia, al diablo con la técnica.

      Soltó combinaciones de puñetazos y patadas durante veinte minutos, hasta que tuvo los puños y las piernas al rojo vivo.

      —Suficiente, doctora. Hasta aquí llegó mi hombro.

      Livia apoyó los puños sobre su cabeza, respirando agitadamente.

      —Gracias, Randy. Ya terminé, de todos modos.

      —¿Te sacaste de adentro todo el enojo?

      Livia tomó la botella de agua.

      —Todo, lo que se dice todo, no.

      —¿Quieres contarme qué sucedió?

      —No sé si mi cuota mensual alcanza para tanto —bromeó, llevándose la botella a la boca.

      Randy le arrojó una toalla y esperó.

      —¿Te arrepientes de algo en la vida, Randy?

      —De demasiadas cosas como para contarlas.

      —¿De qué te arrepientes más?

      —Veamos… dejé la escuela en el octavo año porque pensaba que vender drogas en una esquina de Baltimore era una buena carrera a seguir. Tengo esto… —bajó el cuello de su camiseta para revelar una brillosa cicatriz gris sobre la piel negra y reluciente— porque alguien me disparó. Y me levanto todas las mañanas sabiendo que estoy vivo porque maté al tipo que me quería muerto.

      Livia se quedó mirándolo, y luego asintió lentamente.

      —Vale, tú ganas.

      Randy rió.

      —¡Imposible! El arrepentimiento no gana.

      —¿No?

      —No. No tiene tamaño, no puede ser mayor el mío que el tuyo. Mi padre siempre decía: “o te arrepientes o no te arrepientes”. —Señaló la bolsa de boxeo—. Y no te lo vas a quitar de encima pegándole a una bolsa de cuero.

      —Puede que tengas razón.

      —¿Qué es? ¿De qué te arrepientes, entonces?

      Livia fijó la vista en la bolsa, luego miró a Randy.

      —De no atender el teléfono.

      Esa noche, Livia Cutty despertó en el dormitorio de su infancia, bajo el mismo ventilador de techo que la había refrescado durante los calurosos veranos de la niñez. Después de su ida al gimnasio, decidió irse de Raleigh. Con la fotografía de Casey Delevan en el bolso, se dirigió a casa de sus padres en Emerson Bay. Su plan original era interrogarlos sobre Nicole en los meses previos a su desaparición. Preguntarles si sabían algo sobre el sujeto con el que estaba saliendo.

      Livia había planeado mostrarles la foto de Casey Delevan y decirles que su cuerpo había sido sacado de la bahía y dejado sobre su mesa de autopsias. Que probablemente había estado muerto durante más de un año y que, si coincidían los tiempos, había sido asesinado más o menos en el mismo momento en que Nicole desapareció. El plan original de Livia incluía confesar sus sospechas de que el hombre de la foto estaba de alguna manera conectado con la desaparición de Nicole. Necesitaba la ayuda de sus padres para averiguar qué había estado haciendo Nicole en los meses anteriores a su muerte, porque Livia sabía poco sobre la vida de su hermana durante ese verano. La triste verdad era que Nicole había pasado a la periferia de la vida de Livia en los años anteriores a su rapto. Su actitud rebelde la había alejado. Livia echaba la culpa de su alejamiento a la residencia y a la inminente decisión de buscar una beca de perfeccionamiento o ponerse directamente a trabajar. Alegaba que no tenía tiempo para su hermana, ni siquiera cuando ese verano Nicole le pidió irse a vivir con ella durante una semana.

      —Solo necesito alejarme de Emerson Bay por un rato —dijo Nicole.

      —¿Y venir aquí? Nic, aquí no hay nada para hacer —objetó Livia.

      —No me molesta. Lo paso bien sin hacer nada, siempre y cuando no sea en Emerson Bay.

      —Estoy doce horas por día en el hospital.

      —No importa, podemos vernos cuando vuelves por la noche.

      —Pero, Nicole, vuelvo a las once de la noche, a veces hasta más tarde. Me levanto temprano y otra vez lo mismo. Así son las residencias. No voy a poder prestarte atención ni salir contigo.

      —No me importa, Liv. Solo quiero alejarme de todos aquí.

      —Sé que es difícil el bachillerato, pero ya está, ya terminaste con eso. Irás a la universidad en el otoño y te harás nuevos amigos. Créeme: venir aquí te dará depresión.

      Silencio.

      —¿Nic?

      —¿Qué?

      —Es tu último verano antes de la universidad. Disfrútalo, vamos. Basta de dramatismo, no tiene sentido.

      —¿Entonces no puedo ir?

      —Dentro de tres semanas volveré a casa por el fin de semana largo. Hablaremos entonces.

      Nicole desapareció de la fiesta en la playa una semana más tarde. Livia archivó esa conversación en la oscuridad más recóndita de su mente y la cubrió con una manta pesada. Subdividir en compartimentos las veces que le había fallado a su hermana era una forma de protegerse.

      Sus padres la recibieron encantados cuando llegó a su casa ese viernes por la noche. Querían saber todo sobre cómo habían sido sus primeros meses como becaria. Livia respondió la batería de preguntas y se disculpó por haber estado demasiado ocupada y no haberse mantenido en contacto. Lo que no podía decirles era que el contrato como becaria forense le ofrecía horas muy manejables y era, en realidad, una de las mejores opciones de vida para graduados en Medicina. La verdad era que en ningún momento había estado demasiado ocupada como para no poder volver a casa. Pero la excusa de una vida ajetreada era una mentira fácil y sus padres nunca le cuestionaban las largas ausencias. O no se daban cuenta de que le costaba mucho entrar en la casa de su infancia por cómo le recordaba a su hermana menor, o entendían muy bien lo difícil que le resultaba y se lo perdonaban. El primer año después de perder a Nicole, todos habían experimentado los mismos sentimientos de fracaso y de ineptitud; se quedaron atrapados entre la necesidad de demostrar todo el tiempo que no se habían rendido, y la de permitirse soltar para poder retomar sus vidas.

      Sea lo que fuere, ignorancia o perdón, la visita inesperada del viernes por la noche transcurrió con conversaciones sobre su nueva vida como becaria forense sin nunca mencionar la ausencia de más de un año. Livia no mencionó sus preocupaciones sobre Casey Delevan esa noche. Sus padres habían envejecido mucho durante ese año bajo el peso de la hija perdida y hubiera sido muy desconsiderado de su parte presentarles el tema sin antes haberle asignado un significado.

      Antes de irse a la cama, Livia asomó la cabeza por la puerta del dormitorio de sus padres. Estaban apoyados contra el respaldo de la cama, leyendo, como siempre los recordaba desde niña. Les deseó buenas noches y al salir de la habitación, vio el libro de Megan McDonald sobre la mesa de noche de su madre.

      Sin poder conciliar el sueño, se quedó mirando cómo el ventilador rojo de techo giraba y le refrescaba la piel transpirada. Sus padres no creían en los acondicionadores de aire y Livia tenía recuerdos de ella y Nicole durmiendo sobre sábanas húmedas con las ventanas abiertas y los ventiladores encendidos toda la noche. Los calurosos meses de septiembre la veían irse a la escuela con las mejillas arreboladas y mechones de pelo transpirado pegados a la frente. Ya era octubre, pero seguía haciendo calor. El dormitorio estaba tan caluroso como siempre.

      Cuando el reloj de pie de la entrada en la planta baja dio las dos de la madrugada, Livia se incorporó en la cama. La habitación no había cambiado para nada desde que se había ido a la universidad hacía diez