Lisa Mosconi

El cerebro XX


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con la edad. Éste es el descubrimiento por el que hemos trabajado tan duro. Éstas son las cifras con las que hemos soñado. Independientemente del nivel socioeconómico o la genética, estas claves están al alcance de cualquiera que desee emplearlas. La importancia de estos descubrimientos será más evidente a medida que avancemos al siguiente mito sobre la salud de la mujer.

      MITO #2: ES SÓLO LA VEJEZ, Y LAS MUJERES VIVEN MÁS

      Durante muchos años la mentalidad colectiva ha dictado que, como las mujeres suelen vivir más que los hombres, esa mayor expectativa de vida implica que “tendrán más tiempo” para manifestar alzhéimer en cifras más altas. En otras palabras, esa cuestión no merecía la pena estudiarse. Como científica y defensora del sentido común, abordé este tema con una pregunta muy sencilla: ¿en verdad las mujeres viven mucho más que los hombres?

      Resulta que esta legendaria brecha de género en longevidad se está cerrando, los hombres nos están alcanzando. Por ejemplo, la esperanza de vida en Estados Unidos actualmente es de ochenta y dos años para las mujeres y setenta y siete años para los hombres, una diferencia de cinco años.7 En Inglaterra, se anticipa que la diferencia será menor a dos años8 para 2030. En muchos otros países, la “gran” diferencia en realidad no es tan grande, y de hecho se dirige hacia la paridad.

      Curiosamente, las investigaciones muestran que el comportamiento y la tecnología (y no la genética) son las razones principales por las que la brecha de género en términos de esperanza de vida se está cerrando con tal velocidad.9 A principios del siglo XX, el progreso tecnológico y médico condujo a una disparidad de género en las tasas de mortalidad. A medida que la gente nacida a principios de la década de 1900 adoptó comportamientos positivos de salud, tales como la prevención de enfermedades infecciosas, tecnologías médicas, una mejor alimentación, entre otros, las tasas de mortalidad se desplomaron para las mujeres y para los hombres. Sin embargo, mientras que las mujeres aprovecharon todas estas mejoras, los hombres fueron víctimas del aumento simultáneo de las llamadas “enfermedades creadas por el hombre”. Éstas en su mayoría incluyen el alcoholismo, el tabaquismo, la violencia armada y los accidentes en carretera, que suelen ser factores de riesgo más típicamente “masculinos”. Incluso la mayor incidencia de cardiopatías en hombres ha sido atribuida en gran parte al tabaquismo y a una dieta deficiente. En otras palabras, las consecuencias de los comportamientos masculinos dieron pie a la creencia de que las mujeres tenían alguna ventaja biológica en términos de longevidad.

      Más bien, las mujeres de hoy corren el riesgo de replicar la historia de los hombres de ayer al adoptar comportamientos y cargas que antes se consideraban una prerrogativa masculina: fumar, beber y ascender en términos corporativos. ¿“Atreverse” a ser mujeres emprendedoras que trabajan cien horas a la semana?, es considerado algo trivial. ¿Mujeres que crían niños pequeños mientras tienen trabajos de tiempo completo?, es cosa de todos los días. ¿Mujeres que tienen uno o dos trabajos para mantener a la familia?, también es algo que ha prevalecido durante décadas. ¿Una mujer presidenta o primera ministra?, en algunas partes del mundo, esto ya es un hecho… Quizá se deba a estas exigencias crecientes que las mujeres mayores de cincuenta años ahora tengan el mismo riesgo que los hombres de padecer cardiopatías. La mortalidad a causa del cáncer de pulmón se ha triplicado en mujeres durante las últimas dos décadas. La prevalencia de obesidad, ansiedad y depresión también ha aumentado significativamente en mujeres mucho más que en hombres. Lo mismo sucede con el riesgo de padecer infecciones y una variedad de condiciones hormonales, desde enfermedad tiroidea hasta infertilidad.

      Y durante este proceso de mayor “progreso”, los hombres han aprendido a cuidar mejor de sí mismos, lo cual ha derivado en la reducción de la mortalidad masculina y el acortamiento de la brecha de género en la esperanza de vida. En el caso del autocuidado femenino, se observa la tendencia contraria. Dado que nuestro género es el que suele tener trabajo dentro y fuera del hogar, nuestro autocuidado ha tomado un papel secundario frente al cuidado de otros en el hogar y nuestra vida laboral. En términos más amplios, los hombres cada vez hacen menos cosas para perjudicar su salud, mientras que las mujeres hacemos cada vez más.

      Durante siglos, las mujeres han buscado la misma libertad de elección que los hombres en virtud de su género. Aunque hemos logrado abrir puertas que antes se encontraban cerradas para nosotras, al parecer se nos ha dado acceso bajo términos y condiciones excesivos. Mientras que los hombres decidían lo que debía esperarse de ellos al llegar a casa luego de un largo día de trabajo, la realidad es que las mujeres, al incorporarnos a la fuerza laboral externa, seguimos haciendo frente a todos los roles que desempeñábamos previamente, sin importar que hubiéramos adquirido nuevas responsabilidades. Actualmente, llevamos a cabo todas estas tareas sin el apoyo ni la compensación adecuados, ya no digamos el reconocimiento que merecemos. Todo esto apunta a que los roles cambiantes de las mujeres en la sociedad, junto con los comportamientos poco saludables, las cargas y las luchas que vienen con ello, han afectado de forma silenciosa nuestro corazón, hormonas, peso y también nuestro cerebro. De hecho, éste ha estado sufriendo al punto de desarrollar un trastorno neurológico como el alzhéimer. Uno sólo puede imaginar lo que estos cambios han provocado en nuestra salud cognitiva a nivel global, lo cual resalta la importancia de nuestro estilo de vida y salud médica mucho más allá de nuestra edad o genes.

      Todo esto nos trae de vuelta a nuestro punto de partida: ¿puede un par de años de diferencia explicar por qué dos de cada tres pacientes con alzhéimer son mujeres?10 Habiéndolo analizado de cerca, me parece poco probable. Aunque la edad ciertamente tiene un rol importante, los modelos estadísticos que consideran las tasas de mortalidad según el género muestran ampliamente la razón de 2:111 a cualquier edad. Dicho de otro modo: las mujeres con alzhéimer superan a los hombres con alzhéimer (dos a uno) sin importar su edad, edad de fallecimiento o diferencias en la esperanza de vida. Los estudios de imagenología cerebral mencionados en el capítulo 1 también respaldan estos hallazgos al revelar que el problema no es que las mujeres vivan más, sino que al parecer comienzan a desarrollar la enfermedad antes, en específico, alrededor de la menopausia. Si recuerdas la introducción, una mujer joven de hasta cuarenta y cinco años ya tiene una probabilidad de 20 por ciento de desarrollar alzhéimer.

      Más aún: si el problema sólo fuera que las mujeres viven más que los hombres, entonces las mujeres también serían más propensas a padecer otras condiciones relacionadas con el cerebro como derrame cerebral o Parkinson. Sin embargo, de forma muy evidente, eso no ocurre. El riesgo de un derrame cerebral es el mismo en hombres que en mujeres, mientras que el Parkinson suele afectar más a los hombres. Además, si revisamos las quince principales causas de muerte en Estados Unidos actualmente, los hombres muestran tasas de mortalidad más altas que las mujeres. El alzhéimer (ubicado en la sexta posición de las principales causas) es la única enfermedad que mata a más mujeres que hombres12 en todos los grupos de edad. En Inglaterra y en Australia, el alzhéimer y la demencia se han convertido en las principales causas de muerte para las mujeres, arrebatándole la primera posición a las cardiopatías.

      El punto no es ignorar ni descartar a los pacientes masculinos y su sufrimiento (tenemos muchos pacientes masculinos con alzhéimer y nos preocupamos por ellos igual que por nuestras pacientes femeninas). El punto es que el tipo de cuidado que existe para el alzhéimer no considera las diferencias de género en el desarrollo de la enfermedad y por desgracia pasa por alto riesgos específicos para las mujeres. Únicamente al brindar atención especializada para ambos géneros es que la medicina logrará lo que debe alcanzar: aliviar el sufrimiento y elevar el bienestar humano. Entonces, ¿qué podemos hacer al respecto?

      MITO #3: UNA CURA SE ENCUENTRA

      A LA VUELTA DE LA ESQUINA

      La medicina occidental posee una falla desafortunada en su acercamiento a la salud, la cual se basa en la premisa de que no hay nada que hacer para prevenir que se establezca una enfermedad. En consecuencia, como sociedad, solemos esperar a que de pronto padezcamos un problema, luego contemplamos una cirugía o los mejores y más novedosos medicamentos para deshacernos del problema de salud que experimentemos en ese momento. Este enfoque funciona siempre y cuando estemos tratando de arreglar una fractura de hueso o luchando contra una súbita infección bacteriana. Sin embargo, no es eficiente