Lisa Mosconi

El cerebro XX


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      Capítulo 2

      Disipar mitos en torno

      a la salud cerebral de la mujer

      En veinte años de investigación, algunos de los descubrimientos más sorprendentes, importantes y olvidados con que me he encontrado se relacionan con cómo funciona realmente el cerebro femenino. Sin embargo, debido a que el cerebro de las mujeres se ubica lejos del área reproductiva, estas diferencias vitales siguen siendo ignoradas. Un buen ejemplo de esto es el alzhéimer, una enfermedad que supone un gran riesgo para la salud de las mujeres, pero del que nadie habla. Si supiéramos que dentro de treinta años un meteorito golpeará a varios millones de personas, lo más probable es que destinaríamos recursos e inteligencia para detenerlo. En vez de eso, la mayoría de las mujeres ni siquiera está consciente del problema, los medios de comunicación masiva no reportan nada al respecto y los médicos no tienen el entrenamiento adecuado para enfrentar esta situación.

      Así que antes de hablar sobre el futuro que aguarda a cada mujer y a las mujeres en conjunto, echemos un vistazo a algunos mitos persistentes que nos han impedido reconocer, abordar y prevenir los riesgos únicos para la salud cerebral femenina.

      Éste es un momento en el que el sesgo ha pasado a un primer plano de la cultura, en muchos casos es sumamente real y necesita confrontarse. Desde la perspectiva del cuidado de la salud, existen algunos sesgos que merecen atención inmediata y global, porque, como cualquier prejuicio, sus consecuencias pueden ser extensas y desastrosas. En particular me refiero a la tendencia general de descartar las preocupaciones de las mujeres por su género (“te sientes rara porque eres mujer”) o edad (“te sientes rara porque estás envejeciendo”).

      El doble sesgo del que son objeto las mujeres no es la única visión desinformada en torno al envejecimiento. Por un lado, el campo de la investigación sobre el alzhéimer experimenta un problema similar. De hecho, por lo general se entiende que la enfermedad es el resultado inevitable de una serie de genes defectuosos, de la vejez, o ambos. Podrás imaginarte lo difícil que ha sido lograr un panorama objetivo sobre el riesgo real de alzhéimer para las mujeres (y cuán importante es tener esta perspectiva en mente).

      Parte de la discusión se centra en novedosas investigaciones en el campo del alzhéimer. Esto se debe principalmente a que el alzhéimer es la manifestación más extrema de un cerebro en agonía, pero al descubrir qué nos lleva a padecerlo podemos entender cómo evitarlo. Si utilizamos la metáfora del alzhéimer como una caída en la bolsa de valores, podemos decir que los economistas que analizan estas caídas también estudian cómo se conforma una economía saludable; y en el caso del alzhéimer los científicos que lo estudian apenas están aprendiendo qué hace que un cerebro sea saludable, resiliente y longevo.

      Mientras que algunos de estos descubrimientos son particulares, otros muy importantes tienen un alcance mucho más amplio: ofrecen evidencia de una verdad incómoda pero inevitable, existen factores específicos que hacen que las mujeres sean especialmente vulnerables y proclives a un impacto negativo en la salud del cerebro a nivel general. Aunque ambos géneros pueden experimentar cambios cognitivos, los hombres y las mujeres suelen experimentarlos por motivos distintos. Las diferencias provocadas por el sexo en el envejecimiento cerebral y la demencia empiezan a ser reconocidas, pero las consecuencias de estos hallazgos ya están cambiando la manera en que luchamos contra las enfermedades.

      MITO #1: LOS GENES SON DESTINO

      Siempre ha existido la idea de que las enfermedades que afectan el cerebro tienen su origen en la genética, y que si tu madre o tu padre padecieron una enfermedad, lo más probable es que tú también la sufras. Pero una gran cantidad de investigaciones recientes que emplean tecnología de imágenes y secuenciación genómica de última generación han trastocado por completo nuestro entendimiento del rol que tienen el envejecimiento y la genética en el desarrollo de muchas enfermedades, empezando por el alzhéimer. Actualmente, está claro que los genes no son destino y que el envejecimiento no es un camino directo hacia enfermedades ineludibles.

      La realidad es que, mientras que algunas personas en efecto desarrollan enfermedades como el alzhéimer debido a mutaciones genéticas en su ADN, esto no le sucede a más de 1 o 2 por ciento de la población.1 Este número es mucho menor de lo que se pensaba antes, y claramente contradice la historia de que los genes son destino en lo que respecta a la demencia. Hablaremos sobre estas mutaciones genéticas y cómo determinar si posees alguna más adelante. Por ahora, sólo digamos que la gran mayoría de los pacientes nace sin estas mutaciones. Para la mayoría de la gente, el riesgo está menos relacionado con “genes defectuosos” que con la combinación de nuestra composición genética, salud médica, el entorno en que vivimos y todas las decisiones que tomamos a diario.

      Esto de ninguna manera quiere decir que nuestros genes no sean importantes. Nuestro ADN está involucrado en todos los aspectos de nuestra vida, incluyendo aquello que nos hace mujeres. Sin embargo, desde una perspectiva médica, resulta que nuestros genes no son tan deterministas como solíamos creer. Los avances en la secuenciación genética y la llegada de los estudios de asociación del genoma completo (GWAS, por sus siglas en inglés) han arrojado luz sobre algo llamado la naturaleza “multigénica” de la salud y la enfermedad. Esto se refiere las redes interactivas de múltiples genes que influyen en nuestra longevidad y bienestar en contraste con un solo “gen defectuoso” que desencadena la enfermedad. Algunos grupos específicos de genes trabajan en conjunto para hacerte más fuerte y resiliente, mientras que otros suelen incrementar tu riesgo de caer enfermo. Estos genes no son responsables de que te enfermes, sólo indican un riesgo mayor (que puede ser modificado).

      No pierdas de vista este dato; es el elemento de cambio. Tu genética (además de tu edad, género y herencia familiar) son las cartas con las que te ha tocado jugar. Pero ganar y perder tiene más que ver con tu forma de tirar las cartas: tu entorno, estilo de vida, historial médico y, en específico para las mujeres, salud hormonal. Estudios demuestran que estos factores actúan en sinergia como poderosas fuerzas epigenéticas que modifican la forma en que se conectan nuestras redes de ADN al seleccionar qué genes activar y cuáles desactivar.2 Aunque esto no modifica la estructura de nuestro ADN, sí cambia la expresión de nuestros genes a lo largo de nuestra vida, influyendo así en nuestras posibilidades de desarrollar o no una u otra enfermedad. Como resultado, sabemos que las causas subyacentes del deterioro cognitivo, aunque suelen ser de tipo genético, comúnmente también están vinculadas a otros factores que están bajo nuestro control.

      Desde una perspectiva científica, es importante recordar que en algún momento todos pensábamos que padecimientos como la depresión, los derrames cerebrales o incluso el cáncer eran consecuencias genéticas esencialmente ineludibles. Por el contrario, resulta que éstos se deben, en gran medida, a las interacciones entre una susceptibilidad genética y una gran cantidad de factores médicos y ambientales.3 Es mucho más probable que algunas condiciones médicas4 como las cardiopatías, la obesidad y la diabetes, que afectan la salud cerebral, surjan a raíz de factores relacionados con el estilo de vida que con factores asociados con mutaciones genéticas. Para darte una mejor idea de la escala de la magnitud, se estima que 80 por ciento de todos los casos de enfermedades cardiovasculares y hasta 90 por ciento de todos los casos de diabetes tipo 2 en años recientes fueron ocasionados nada más y nada menos que por un estilo de vida poco saludable.5 Por consiguiente, pudieron haberse evitado al prestar más atención a cosas como elecciones dietéticas, control del peso y actividad física.

      Lo mismo sucede en el caso del alzhéimer. Estudios poblacionales recientes estiman que 30 por ciento de los casos de alzhéimer podrían prevenirse al atender cambios clave a nivel médico y estilo de vida.6 Éstos incluyen un cambio de paradigma que contempla la alimentación y el ejercicio, el compromiso intelectual y social, la reducción del estrés, una mejor calidad de sueño, el equilibrio hormonal, evitar el tabaquismo, disminuir la exposición a ciertas toxinas, gestión de la salud cardiovascular, así como aquellos factores que conducen a la obesidad y la diabetes, por mencionar algunos. Estas prácticas funcionan de forma poderosa para mantener la demencia a raya.

      Las investigaciones indican que reducir estos factores de riesgo en un 10 por ciento podría prevenir casi nueve millones