Lisa Mosconi

El cerebro XX


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les correspondía. Asimismo, el dramático aumento de mujeres que se matricularon en escuelas de medicina durante la década de 1970 provocó la generación de un grupo emergente de profesionales médicas capaces y dispuestas a cuestionar las políticas preestablecidas que paralizaban el cuidado de la salud de las mujeres. En ese momento las mujeres también comenzaron a ocupar más cargos de poder en el congreso y los grupos feministas estaban en constante alerta, con lo cual se empezó a conformar un frente unido que exigía se atendieran estos descuidos. ¿Por qué se había confinado el cuidado de la salud femenina a los consultorios ginecológicos?, ¿por qué las necesidades de salud de las mujeres habían sido relegadas a una licencia de maternidad y servicios de guardería, los cuales eran ignorados muchas veces?

      El escándalo llevó a la Oficina de Responsabilidad Gubernamental (un perro guardián del congreso que monitorea los gastos federales) a publicar, en la década de 1990, un provocativo reporte que argumentaba que las mujeres no eran incluidas de forma adecuada en los ensayos clínicos. Después de todo, algunos de los estudios más ambiciosos del momento, como el Estudio de la Salud de los Médicos y el Ensayo de la Intervención de Múltiples Factores de Riesgo (conocido con el acrónimo en inglés MRFIT), eran ensayos 100 por ciento masculinos. El reporte fue tan convincente que provocó que los Institutos Nacionales de la Salud crearan la Oficina de Investigación de la Salud de las Mujeres. Un par de años después, se promulgó la Ley de Revitalización, la cual exigía que las mujeres fueran consideradas como participantes en la investigación con sujetos humanos.

      Actualmente, por ley, en Estados Unidos, los científicos debemos reclutar tanto a hombres como a mujeres para nuestras investigaciones. Sin embargo, en vez de observar los efectos de cada género por separado, la mayoría de los estudios termina por agruparlos. De tal suerte que, al aplicar una manipulación estadística cuidadosa a los datos recopilados, cualquier indicador importante de las diferencias entre los géneros suele descartarse. Deberíamos poner atención y atesorar tales hallazgos. Lejos de ser producto de la pereza intelectual o la estrechez de miras de quienes llevan a cabo el estudio, por lo general esto se debe a la falta de financiamiento. Para analizar a hombres y mujeres por separado, los estudios requerirían el doble de pacientes, el doble de tiempo y el doble de dinero. A muchos científicos no les queda mayor opción que eliminar el género de la ecuación, suprimiendo su impacto innegable en los resultados de los estudios. En consecuencia, el conocimiento que los médicos tienen sobre la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de enfermedades sigue siendo extraído de estudios con sesgo masculino o “neutralidad de género”.

      Las consecuencias para las mujeres

      Esta insistencia en considerar a hombres y mujeres como seres biológicamente idénticos es frustrante si tomamos en cuenta que los factores genéticos y hormonales inherentes al sexo tienen un enorme impacto en la respuesta de una persona a un medicamento, así como en su efectividad. Para empezar, desde hace mucho tiempo sabemos que las mujeres metabolizan los medicamentos de forma distinta a los hombres y comúnmente requieren dosis diferentes. Sin embargo, las dosis rara vez se ajustan por sexo,4 lo cual provoca que las mujeres sean casi dos veces más propensas a presentar una reacción adversa ante un medicamento. Existen reportes que señalan este efecto, resaltando que ocho de los diez medicamentos con receta retirados del mercado entre 1997 y 2000 representaban mayores riesgos a la salud de las mujeres. Otro ejemplo impactante de esta tendencia se revela en la historia detrás de la flibanserina, el primer “Viagra femenino”.5 Cuando se realizó el estudio para evaluar los efectos secundarios del medicamento, ¡los participantes fueron veintitrés hombres y sólo dos mujeres!

      El medicamento para dormir más popular en Estados Unidos, zolpidem (mejor conocido como Ambien), es otro caso de cómo esos sesgos alcanzan conclusiones peligrosas antes de considerar las diferencias por género. En 2012, quedó claro que el consumo de la misma dosis de Ambien en hombres y mujeres mostraba reacciones dramáticamente distintas. Las mujeres que tomaban el medicamento eran más propensas a manifestar sonambulismo a la mañana siguiente, a comer mientras dormían e incluso a conducir dormidas, lo cual ocasionó que se reportaran accidentes automovilísticos bajo la influencia del medicamento, ¿por qué? Resulta que el medicamento alcanza mayores niveles en la sangre en las mujeres que en los hombres. Finalmente, la comunidad médica pidió que se reexaminaran las indicaciones del medicamento, lo cual llevó a la FDA a reducir la dosis previamente recomendada para las mujeres a la mitad. Pero durante los veinte años previos, millones de mujeres habían sido medicadas en exceso y su bienestar se vio comprometido, simplemente al seguir instrucciones que ignoraban las necesidades específicas de la mujer. Por si todo esto fuera poco, las altas dosis acumulativas de Ambien han sido vinculadas a un mayor riesgo de desarrollar demencia.6

      Esto plantea la pregunta de cuántos otros descuidos relacionados con el sexo existen en el campo de la medicina. Cuanto más investigamos, más encontramos discrepancias en nuestra capacidad de diagnosticar a las mujeres de forma correcta. Además de recetarles medicamentos hasta el punto de la sobredosis, las mujeres también son más propensas a recibir diagnósticos incorrectos o a que no se reconozcan sus síntomas como resultado de la información (o desinformación) de los médicos que se basan en datos erróneos.

      El campo de la cardiología ha producido ejemplos muy conocidos de cómo la medicina falla en lo que respecta a las mujeres. Trágicamente, éstas son hasta siete veces más propensas a recibir un mal diagnóstico o a sufrir un ataque al corazón7 que los hombres. El problema es que los médicos no reconocen sus síntomas porque pueden diferir significativamente de los de los hombres y suelen ser más sutiles. Al parecer, sólo una de cada ocho pacientes reporta el llamado “ataque al corazón hollywoodense” (caracterizado por sentir una fuerte presión en el pecho y un dolor apabullante que se extiende por el brazo izquierdo), el cual resulta ser un síntoma típicamente masculino. En lugar de eso, más de 70 por ciento de las mujeres muestra síntomas relacionados con la gripe como falta de aliento, sudor frío o náuseas, junto con dolor de espalda, mandíbula o estómago, los cuales pueden presentarse sin dolor de pecho.

      ¿Qué otros síntomas pasamos por alto cuando diagnosticamos a una mujer como si fuese un hombre?, ¿cuántas de nosotras hemos sido diagnosticadas y tratadas erróneamente? Por desgracia es muy común que lo que preocupa a las mujeres en temas de salud sea minimizado o descartado. Y para echarle más sal a la herida, las mujeres son mucho más propensas a oír, de parte de los médicos, que su dolor es psicosomático, hipocondriaco o que está influido por el dolor emocional.8 La mayoría de las veces, una mujer que experimenta dolor saldrá del consultorio médico con una receta de antidepresivos en vez de analgésicos.

      El balance final y a dónde nos lleva

      En el campo de la medicina, es un hecho que no cuidamos la salud de las mujeres tan bien como la de los hombres. Comúnmente, una mujer debe demostrar que se encuentra tan enferma como un hombre, o bien tiene que simular síntomas masculinos para recibir el mismo nivel de cuidado. Esto se ha vuelto algo común en la medicina que derivó en el llamado “síndrome de Yentl”. El término proviene de la película Yentl de 1983, protagonizada por Barbra Streisand, en la cual su personaje finge ser un hombre a fin de acceder a la enseñanza para convertirse en rabino. El síndrome de Yentl nos recuerda una antigua y continua lucha: durante mucho tiempo, los hombres han tenido la mayoría de las ventajas, privilegios y acceso, mientras que las mujeres hemos tenido que pelear para obtenerlos.

      Como eso ocurre en todos los aspectos del cuidado de la salud, no es sorprendente que suceda lo mismo en el campo de la neurología. Las mujeres son presas del alzhéimer, pero también de la depresión, las migrañas y otras condiciones que afectan el cerebro. No obstante, la medicina moderna está muy poco preparada para ayudarlas.

      Por fortuna, los científicos han salido al rescate. Recientemente se ha realizado una gran cantidad de trabajo para denunciar e investigar la disparidad de género en la salud cerebral. Con este libro, mi misión es llevar ese trabajo más allá del rigor de las publicaciones especializadas para darle voz al “género olvidado”.

      Desde la universidad, me he enfocado en el desarrollo de herramientas y estrategias para optimizar la salud cognitiva y evitar la aparición del alzhéimer, particularmente en las mujeres. La pasión que ha moldeado mi carrera surgió