en 1945 apenas había sufrido las consecuencias del enfrentamiento bélico. Quizá por ello los berlineses no podían comprender que a sus soldados los hicieran retroceder unos ejércitos aliados que, hasta entonces, daban por derrotados.
Esta situación de colapso propició que el líder del SPD, Friedrich Ebert, se convirtiera en canciller y que un gobierno con mayoría en el Reichstag pidiera el armisticio a los aliados. Los movimientos revolucionarios se iniciaron de manera inmediata. En octubre, los marineros de la flota en Hamburgo se negaron a obedecer las órdenes de los oficiales e iniciaron, sin pretenderlo, un proceso revolucionario que terminaría con la monarquía y obligaría al Káiser a exiliarse en los Países Bajos.
Se creó entonces un gobierno provisional de “comisarios del Pueblo”, una solución a medio camino entre la tradición parlamentaria y los nuevos usos revolucionarios. Estaba formado por miembros del SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschlands) y del USPD (Unabhängige Sozialdemokratische Partei Deutschlands), la escisión izquierdista del partido socialdemócrata, una coalición que contó con el apoyo de los católicos del Zentrumspartei.
Miembros de los Freikorps delante de un carro blindado en las calles de Berlín, enero de 1919.
A principios de noviembre, Philipp Scheidemann (SPD) proclamó la república desde una ventana del Reichstag contra la intención primera del partido y, muy particularmente, del canciller Ebert, de reformar el sistema heredado antes de sucumbir a la tentación revolucionaria. En enero de 1919, la Liga Espartaquista y el USPD organizaron un levantamiento inspirado por el triunfo bolchevique en Rusia que tuvo su principal foco en Berlín. La ciudad sufrió durante semanas los efectos de la revolución. El enfrentamiento entre los activistas de izquierda y las tropas gubernamentales produjo una separación completa entre quienes, durante la era guillermina, habían convivido en un mismo partido. Las divergencias irreconciliables llevarían a los sectores más radicales de la izquierda a crear el KPD, el Kommunistische Partei Deutschlands.
Pero la tragedia se produjo cuando Ebert, Scheidemann y Gustav Noske del ala derecha del SPD echaron mano de los Freikorps (1) para acabar con los disturbios y terminar siendo partícipes de la represión contrarrevolucionaria. Las represalias culminaron en enero de 1919 con el brutal asesinato por fuerzas gubernamentales de los líderes espartaquistas Karl Liebknecht y Rosa Luxembourg quienes apenas habían participado en los sucesos revolucionarios.
Grupo de revolucionarios espartaquistas en las calles de Berlín, enero de 1919.
Poco después, Kurt Eisner (ministro presidente de Baviera y miembro del USPD) que se había hecho con el gobierno de aquel Land, también sería asesinado en Munich. Tras su muerte, se estableció la Rate Republik (República de los consejos de trabajadores y soldados), hasta que más de treinta mil miembros de los Freikorps derrocaron la revolución en mayo y establecieron un régimen represivo con la connivencia de Berlín.
En este ambiente de inestabilidad e incertidumbre se convocó una Asamblea constituyente en la pequeña ciudad de Weimar, alejada de las convulsiones políticas que agitaban la capital del Reich. El propósito era redactar una constitución, la primera en la historia de Alemania que estableciera un régimen parlamentario; pero, a pesar de los cambios revolucionarios que llevaron a la formación de dicha asamblea, el texto constitucional mantendría una cierta continuidad con la legalidad del Segundo Imperio. Muchas de las prerrogativas del emperador pasaron al Presidente del Reich que distaba mucho de ser un mero árbitro ante los partidos políticos.
La Constitución de Weimar institucionalizaría un régimen democrático inédito para la historia de Alemania que aprobó el sufragio femenino y mantuvo la diversidad territorial en un estado federal y republicano que siguió denominándose Reich. A pesar de que se ha culpado al sistema unicameral establecido por esa Constitución de la inestabilidad de aquellos años, no puede olvidarse la magnitud de los problemas a los que hubo de enfrentarse una democracia sin apenas tradición en una situación de conflicto permanente.
Versalles, junio de 1919
El reconocimiento de la culpabilidad por el estallido de la Gran Guerra tras la firma del Tratado de Paz de Versalles supuso un trauma para los alemanes. Los sectores más nacionalistas vieron la causa de la derrota en lo que llamaron la “puñalada por la espalda”, la traición de izquierdistas y liberales al esfuerzo de los soldados en el frente. Esa leyenda contribuyó a socavar la legitimidad de la república democrática y alimentó a los movimientos reaccionarios durante todo el periodo de Weimar.
Aunque en los primeros años el SPD fuera el grupo mayoritario del Reichstag, pronto hubo de buscar apoyos entre los pequeños partidos liberales, sobre todo en el DDP (Deutsche Demokratische Partei), y en los católicos del Zentrum con los que formó la llamada Coalición de Weimar. En junio de 1919 el gobierno del Reich formado por estos partidos tuvo que aceptar el Tratado de Versalles si no quería enfrentarse a una reanudación de las hostilidades bélicas. Alemania quedaba obligada a asumir toda la responsabilidad por haber causado la guerra, debía iniciar un proceso efectivo de desarme, realizar importantes concesiones territoriales y pagar indemnizaciones económicas a los países vencedores durante décadas (Haffner, 2005).
Pero Versalles no solo dolió a los radicales de derechas. Toda la población entendió como una injusticia histórica el tratado que Alemania se vio obligada a firmar el 28 de junio de 1919. El vicecanciller del Reich, Matthias Erzberger (del Zentrum y firme defensor de la paz) sería asesinado en 1921 por los que entendían esa firma como la aceptación de una imposición humillante. Por otra parte, las cesiones territoriales, entre las que se incluían las colonias junto a las reparaciones de guerra, afectaron necesariamente a la situación económica. Igualmente, el tratado prohibía cualquier intento de anexión con Austria, aspiración que alimentaba por su popularidad a los movimientos nacionalistas del Reich, pero que era asumida por los gobiernos revolucionarios de Berlín y Viena. La situación de decadencia económica e inestabilidad de la República hizo que el glorioso pasado del Sacro Imperio Germánico se convirtiera en un referente para los pangermanistas que veían en la dictadura la solución a la crisis del país. A partir de 1918, la derecha nacionalista insistió en la idea de una nueva Europa (liderada por Alemania) que lucharía con todas sus energías contra el liberalismo y la revolución.
Manifestación ante el Reichstag en contra del Tratado de Versalles, primavera de 1919, Bildarchiv Preußischer Kulturbesitz.
La limitada relevancia del SPD en la República de Weimar
El supuesto dominio del Partido Socialdemócrata en los años de Weimar no fue tal. Tras haberse hecho cargo del gobierno en los inicios de la revolución (con Scheidemann, Bauer y Müller como cancilleres) tuvo que colaborar con los otros partidos de la Coalición de Weimar. Participó así en los gabinetes del católico Joseph Wirth (1921, 1922) y en los del conservador Gustav Stresemann (1923), durante la época más dura de la hiperinflación tras la ocupación militar del Ruhr por las fuerzas aliadas (Turner, 1960). En 1925 el presidente del Reich, Friedrich Ebert, falleció y fue sustituido por el mariscal Paul von Hindenburg, uno de los responsables de la derrota de 1918.
Años más tarde, entre 1928 y 1930, el SPD volvería de nuevo a la cancillería con Hermann Müller en el que sería el último gobierno parlamentario de la República. Tras Müller, que cayó por las controversias en torno al seguro de desempleo, fue nombrado un gobierno “presidencial” que no dependía ya de la confianza del Reichstag sino del capricho de Hindenburg y que presagiaba el colapso definitivo del régimen parlamentario (Colloti, 1971). Estos gabinetes presidenciales eran posibles gracias a una prerrogativa concedida por la Constitución al presidente del Reich que le permitía nombrar canciller a un candidato aunque no tuviera mayoría parlamentaria en el Reichstag (Kershaw, 1998).
Lo cierto es que buena parte de la estabilidad del sistema dependió de políticos que, como Gustav Stresemann, eran Vernunftrepublikaneren, es decir,