con imágenes anteriores a la guerra. En palabras de Stefan Zweig, en esos pocos años las mujeres habían conquistado una situación completamente nueva:
“La maravillosa emancipación que la mujer ha conseguido respecto de su cuerpo, respecto de los suyos, su libertad y su independencia, nada de esto podrá detenerse porque se escandalicen unos cuantos carcamales, porque se rasguen las vestiduras unos pocos moralistas que acaban de descubrir su vocación de tales” (Zweig, 1919, 7).
Estas líneas corresponden a un capítulo de Die Frau von Morgen: Wie wir sie wünschen (Cómo nos gustaría que fuese la mujer del mañana), un libro editado por Friedrich M. Huebner con textos de conocidos escritores que intentaba aventurar cómo sería la mujer del futuro a la vista de los llamativos cambios que se habían producido en aquellos años. Y aunque era generalizada la satisfacción por los avances conseguidos, algunos capítulos muestran también un cierto malestar, “como si las mujeres hubieran ido demasiado lejos” en su pretensión de equipararse con los hombres. En palabras de Weitz, “la mujer moderna era el símbolo más visible, más jaleado y más conflictivo de la revolución moral y sexual de la década de los veinte” (Weitz, 2009, 361).
Nunca hasta entonces la mujer se había expuesto públicamente con tanto desenfado. Bañarse en público cuando llegaba el buen tiempo, se convirtió en una costumbre entre las clases menos pudientes. Menschen am Sonntag, la ya comentada película, mostraba las tribulaciones de varios jóvenes en el verano de 1929 en el lago donde pasaban los domingos los berlineses de aquel tiempo. Era un fiel reflejo de las nuevas formas de interacción social que trajo consigo el clima de libertad que se respiraba en los años de Weimar.
La emancipación del cuerpo, visible en las publicaciones que inundaban los quioscos y en los espectáculos teatrales y musicales, era una manera de afirmar la modernidad. Sin duda, la guerra y la revolución “socavaron profundamente el respeto a la autoridad, así como la normas sexuales y morales” que habían caracterizado los tiempos pasados (Weitz, 2009, 362).
Los anuncios para mantener un mejor aspecto o la exhibición del cuerpo humano en las competiciones deportivas se hicieron habituales en publicaciones ilustradas como el Berliner Illustrirte Zeitung. La música y los espectáculos sustituyeron la convencional elegancia de tiempos pasados por el frenético movimiento en un ambiente de libertad y falta de convencionalismos que entusiasmaba y repelía por igual. El jazz y la música de baile parecían para muchos el signo más evidente de un mundo desquiciado que buscaba en la agitación de la modernidad un nuevo significado a la vida del ser humano (Weitz, 2009, 372). La popularidad del jazz llegó a ser tan grande que dos aficionados berlineses, Francis Wolf y Alfred Lion (obligados a emigrar tras la llegada del nazismo), fundarían en Estados Unidos el sello musical Blue Note, el más prestigioso de la industria del jazz norteamericano.
Esta forma de asumir la propia corporeidad se materializó también en un culto a la belleza tanto masculina como femenina. La popularización del nudismo tuvo su manifestación más llamativa en el libro de Hans Surén, Der Mensch und die Sonne (El hombre y el sol) que llegó a vender 250 000 ejemplares en un solo año. En un lenguaje de llamativa cursilería, Surén afirmaba que “la alegría de vivir se experimenta con mucha más fuerza cuando os despojáis de vuestras ropas a orillas de un arroyo o de un lago para sumergiros en el agua y en el sol” (Surén, 1925, 678). Aunque la Freikörperkultur (la cultura del cuerpo libre) tenía partidarios entre las personas de toda ideología, adquiriría una especial relevancia durante los años del régimen nacionalsocialista que llegaría a autorizar el nudismo en 1933. La Freikörperkultur estaba también presente en Olympia, la película que Leni Riefenstahl realizó con motivo de los Juegos Olímpicos de 1936, reflejo de las ideas nacionalsocialistas. Después de la guerra, el nudismo sería una práctica mucho más frecuente en la Alemania Oriental que en la Occidental.
Club de baile en Postdam, 1923. Airelle Archives. The Big Band Era.
La renovación de las instituciones educativas
Quizás uno de los aspectos más característicos y controvertidos de la cultura de Weimar es que, como señalaba Walter Laqueur, “fue concebida fuera de las escuelas y de las universidades y nunca penetró en el sistema académico” condicionado, como estaba, por la presencia de grupos de poder forjados en el nacionalismo (Laqueur, 1980, 182). En opinión de Peter Gay, antes de la guerra, la universidad era ya un germen de la contrarrevolución:
“Las universidades, de las que los alemanes se jactaban, eran parvularios de un confuso idealismo militarista y centros de resistencia contra todo lo nuevo en arte o en ciencias sociales: judíos, demócratas, socialistas, outsiders en una palabra, eran mantenidos fuera del sagrado del conocimiento” (Gay, 1984, 13).
El ambiente en las aulas universitarias era esencialmente antirrepublicano desde los principios del régimen constitucional, aunque tal cosa no implicaba un alineamiento con las fuerzas que impulsaron el nacionalsocialismo. Durante los años de Weimar todavía se celebraban en las universidades acontecimientos como la fundación del segundo Reich cada 18 de enero o la batalla de Sedán que supuso la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana.
Si la mayoría de los académicos eran simplemente reaccionarios, una pequeña parte eran vernunftsrepublikanisch, republicanos racionales o republicanos de conveniencia que aceptaban como un hecho consumado un régimen con el que debían convivir aunque no fuera muy de su agrado. Los enemigos activos del sistema eran una verdadera minoría, pero su continua denuncia de la deriva republicana dominaba el ambiente.
Por otra parte, la universidad creció en esos años hasta doblar las cifras anteriores a la Gran Guerra. Curiosamente, los datos muestran un descenso de alumnos durante los años de la estabilización económica de Stressmann. Es necesario señalar que frente a la mayoría de estudiantes de familias acomodadas que llenaban las aulas universitarias, a partir de 1918 la proporción de alumnos de clase media creció de forma notable, y lo mismo sucedió con las mujeres cuyo número aumentó hasta llegar al 15% a principios de los años treinta. De todos modos, la presencia de estudiantes de clase obrera no llegó nunca a superar el 5% durante todo el periodo republicano.
Para la mayoría de los alumnos universitarios la derrota y la paz de Versalles hicieron muy difícil su incorporación al sistema democrático. Por otra parte, los ataques a los estudiantes judíos eran algo corriente en las universidades a partir de 1919. “Incluso las organizaciones de estudiantes católicas decidieron adoptar la cláusula aria que sólo por la presión de parte del clero, fue revocada parcialmente” (Laqueur, 1980, 193). La radicalización antirrepublicana de una parte de los alumnos hizo que, cuando en 1922 activistas de extrema derecha asesinaron al ministro de Asuntos Exteriores, Walther Rathenau, muchos de ellos mostraran simpatía hacia los asesinos. En 1927, la Deutsche Studentenschaft (la Unión de Estudiantes Alemanes) fue ilegalizada por el comportamiento violento de que daba muestra en sus actos. A partir de 1929, los seguidores de Hitler se convertirían en la principal fuerza entre los estudiantes alemanes.
Alumnos universitarios en las universidades alemanas en las primeras décadas del siglo XX.
Año | Alumnos |
1907 | 63.000 |
1913 | 78.000 |
1919 | 111.000 |
1923 | 125.000 |
1925 | 89.000 |
1928 | 112.000 |
1931 | 138.000 |
Fuente: Laqueur, Walter. Weimar. A Cultural History. 1918-1933. Perigee Books. Nueva York, 1980. p. 190.
Un factor que debe tenerse en cuenta es el peculiar carácter del sistema educativo alemán. La necesidad de reforma en la enseñanza elemental no fue asumida por los gobiernos de la época guillermina y las escuelas llegaron al periodo republicano en una situación lamentable. A pesar de todo, surgieron propuestas pedagógicas de gran influencia posterior. Rudolf Steiner, un intelectual austriaco influido por las ideas de Goethe e fundador de la antroposofía, impulso una nueva concepción. Estas ideas se plasmaron en la creación de las escuelas Waldorf que daban una gran importancia a las actividades prácticas en los primeros años de formación. Steiner estaba convencido que la independencia de las instituciones docentes era indispensable