Sandra Marton

La divorciada dijo sí


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se llama sitar, Cooper. Aunque probablemente tú sepas más de sátiros que de instrumentos musicales.

      –¿Vamos a volver otra vez a lo mismo? –refunfuñó Chase.

      –En lo que a mí respecta, no pienso volver a nada…

      –… Los padres de la novia. El señor y la señora Cooper.

      Las miradas de Annie y Chase volaron hacia la banda. El director de la orquesta sonreía benevolentemente en su dirección, y los invitados, incluso aquellos que parecían sorprendidos con el anuncio, comenzaron a aplaudir.

      –Vamos, Annie, Chase –insistió el director con una sonrisa de oreja a oreja–. Venid a bailar junto a los novios.

      –No pienso moverme –gruñó Chase entre dientes.

      –Ese hombre se ha vuelto loco –añadió Annie.

      Pero el aplauso era cada vez más fuerte y cuando Annie miró a su hija en busca de ayuda, ésta se limitó a encogerse de hombros, como si estuviera musitando una disculpa.

      Chase se levantó de la silla y le tendió la mano.

      –De acuerdo. Acabemos con esto cuanto antes –murmuró.

      Annie alzó la barbilla, aceptó su mano y se levantó.

      –Realmente te odio, Chase.

      –El sentimiento, señora, es mutuo.

      Con la furia llameando en sus miradas, Annie y Chase tomaron aire, intercambiaron un par de civilizadas y falsas sonrisas y salieron a la pista de baile.

      Capítulo 2

      DURANTE los años de matrimonio, su mujer se había convertido en una persona imposible. En eso pensaba Chase mientras sostenía a Annie entre sus brazos, dejando tanto espacio entre ellos que sin duda habría satisfecho todos los deseos de la señorita Elgar, la profesora que vigiló el baile de promoción del instituto de su ex-esposa.

      –Un poco de decencia, por favor –ladraba la señorita Elgar cada vez que alguna de las parejas se acercaba demasiado.

      Pero ni siquiera ella podía contener el torbellino de sentimientos que se desataba entre todos aquellos jóvenes. Hiciera ella lo que hiciera, el dulce erotismo que envolvía el baile se prolongaba siempre a sus espaldas: en el vestíbulo del colegio, en la cafetería del piso de abajo, o en el aparcamiento, donde se podía disfrutar del murmullo de la música entrelazado con la suave brisa de la primavera.

      Y allí era donde habían terminado bailando Annie y él, abrazados, solos en la oscuridad y completamente enamorados el uno del otro. No llevaban saliendo juntos más de cuatro meses.

      Aquella noche habían hecho el amor por vez primera, en una vieja manta que Chase llevaba en su coche y que había extendido en la hierba.

      –Deberíamos detenernos –había advertido él, con una voz tan ronca por el deseo que parecía proceder de otra persona. Pero mientras lo decía, continuaba bajando la cremallera de Annie, ansioso por disfrutar de su desnudez.

      –Sí, sí –susurraba a su vez Annie. Pero sus manos desmentían sus palabras. Con dedos temblorosos, le hizo desprenderse a Chase de la chaqueta y le desabrochó lentamente la camisa.

      Rodeado de recuerdos, como en medio de una débil niebla, Chase rodeó la cintura de su ex-esposa con la mano e intentó atraerla hacia su pecho.

      –¿Chase?

      –Chss –siseó, posando los labios en su pelo. Annie continuó rígida durante un largo segundo, y de pronto suspiró, posó la cabeza en su hombro y se dejó mecer por la música y los recuerdos que la asaltaban.

      Estaba tan bien allí, en el refugio de los brazos de Chase.

      ¿Cuándo había sido la última vez que habían bailado juntos de ese modo, por el mero placer de bailar y sentirse el uno en los brazos del otro, y no en cualquiera de esos interminables bailes de caridad a los que Chase asistía para ampliar su red de conocidos y posibles negocios?

      Annie cerró los ojos. Siempre habían bailado bien juntos, incluso cuando estaban estudiando.

      Recordaba perfectamente la noche del baile de su promoción, cuando por fin habían dado rienda suelta a sus sentimientos después de meses de compartir ardientes besos y caricias que los dejaban a ambos ansiosos y temblorosos.

      El corazón de Annie comenzó a latir a toda velocidad. Recordaba a Chase abrazándola en el aparcamiento. Allí la había besado, inundándola de un deseo tan intenso que ni siquiera podía pensar. Sin decir una sola palabra, habían ido hasta el viejo coche de Chase, en él se habían dirigido hasta el puente y allí habían buscado un lugar en el que extender la manta.

      Annie todavía recordaba la textura de la hierba, la suavidad de la manta y la maravillosa dureza del cuerpo de Chase contra el suyo.

      –Te amo –había susurrado Chase.

      –Y yo, Chase –había contestado ella.

      No deberían haberlo hecho. Annie era consciente de ello mientras le desabrochaba la camisa, pero sólo la muerte podría haber impedido que ocurriera.

      Oh, no había sentido jamás nada comparable. Todavía recordaba el sabor de su piel, su embriagadora fragancia. Y el momento estremecedor en el que se había hundido en ella. La había llenado. Se había convertido para siempre en parte de su ser.

      Annie se tensó en los brazos de Chase.

      Habían compartido sexo y, al cabo de un tiempo, no había ya nada entre ellos. Annie había dejado de reconocer en él a su marido. Chase había dejado de ser el joven por el que había perdido la cabeza. Hasta le costaba reconocerlo como al padre de Dawn. Era un desconocido, un extraño que estaba más interesado en sus negocios que en estar en casa con su mujer y su hija.

      Más interesado en acostarse con su joven secretaria, de solo veintidós años, que con su mujer, en cuyo cuerpo comenzaban a aparecer ya las marcas de la edad.

      Un manto de hielo cubrió el corazón de Annie. Dejó de moverse y apoyó las manos en el pecho de Chase para apartarse de él.

      –Ya es suficiente –dijo.

      Chase pestañeó varias veces. Tenía el rostro sonrojado y el aspecto de haber sido despertado bruscamente de un sueño.

      –Annie –dijo suavemente–. Annie, escucha…

      –Ya no tenemos por qué seguir bailando, Chase. La pista está llena de gente.

      Chase miró a su alrededor y comprendió que Annie tenía razón.

      –Ya hemos cumplido con lo que nos pedían. Ahora, si no te importa, quiero reservar el resto de mis bailes para Milton Hoffman.

      Chase endureció su expresión.

      –Por supuesto –contestó educadamente–. A mí también me gustaría hablar con algunos de los invitados. Ya he visto que has invitado a algunos de mis viejos amigos, y no sólo a los tuyos.

      –Desde luego –respondió Annie con una sonrisa glacial–. Algunos de ellos también son amigos míos. Además, sabía que necesitarías algo para mantenerte ocupado, teniendo en cuenta que has hecho el sacrificio de no aparecer con tu última conquista. ¿O en este momento estás intentando decidir entre dos bombones?

      Por un instante, Chase se descubrió deseando estrangular a su ex-esposa. Afortunadamente, pronto recobró la calma.

      –Si estás preguntándome si hay alguna mujer especial en mi vida –replicó mirándola a los ojos–, la respuesta es sí –se interrumpió durante un instante y continuó–. Y te agradecería que cuidaras la forma de hablar sobre mi prometida.

      Fue como presenciar la demolición de un edificio. La afectada sonrisa de Annie se desintegró como por arte de magia.

      –¿Tu