Sandra Marton

La divorciada dijo sí


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      –Pretendo hacerlo, señor.

      Dawn volvió a besar a su padre.

      –Sal de aquí y circula, papá. Es una orden.

      Chase inclinó la cabeza con una mueca burlona y en cuanto la pareja se alejó, soltó un largo suspiro.

      –Es lo único bueno que tiene el matrimonio. Los hijos.

      David asintió.

      –Sigue el consejo de Dawn: circula. Hay una sorprendente cantidad de solteras atractivas en este salón, por si no lo has notado.

      –A pesar de ser un abogado –dijo Chase entre risas–, de vez en cuando consigues hacer sugerencias decentes. ¿Quién es esa morena que está en tu mesa? ¿Está comprometida?

      –Por ahora sí.

      –¿Sí?

      –Sí –contestó el abogado. No había dejado de sonreír, pero en sus ojos había aparecido una sonrisa que Chase reconoció inmediatamente.

      –No cambiarás nunca. En fin, empezaré a… ¿cómo lo ha llamado mi hija? A circular. Sí, eso es. Me pondré en circulación y veré si encuentro algo disponible.

      Annie se quitó los zapatos, reposó los pies en el viejo taburete que se había prometido tirar más de una docena de veces y suspiró.

      –Bueno –dijo–, todo ha terminado.

      Deb, que estaba sentada enfrente de ella, asintió.

      –Y estoy segura de que te alegras.

      –¿Que me alegro? Ni siquiera la alegría basta para describir lo que siento. Apostaría lo que fuera a que Custer tuvo menos trabajo para planificar la batalla de Little Bighorn que yo para organizar esta boda.

      Deb arqueó la ceja.

      –Si no te importa que te lo diga, no me parece la comparación más adecuada.

      –Ya –Annie dejó escapar otro suspiro–. Pero ya sabes a qué me refiero. Imagínate que tu hija entra una noche tranquilamente en casa y te anuncia que dentro de dos meses se va a casar, ¿no harías todo lo posible para que disfrutara de la boda con la que siempre ha soñado?

      Deb se puso en pie, se levantó la falda y comenzó a bajarse las medias.

      –Mi hija es una enamorada de los setenta. Con un poco de suerte optará por casarse en lo alto de una colina o en un sitio así… ¿Qué te pasa? ¿Por qué pones esa cara?

      –Nada –Annie se levantó bruscamente y se dirigió a la cocina. Volvió un minuto después con una botella de champán y un par de vasos–. Que me ha acusado de desear lo mismo para mi hija.

      –¿Qué dices? ¿Quién te ha acusado de algo?

      –¿No te importa que bebamos el champán en unos vasos de refresco? Ya sé que se supone que hay que tomarlo en copa, pero nunca se me ha ocurrido comprar unas copas de champán.

      –Por mí, como si lo bebemos en taza. ¿Pero de qué estabas hablando, Annie? ¿Quién te ha acusado de algo?

      –Chase. Mi ex –Annie descorchó el champán, tirando parte del contenido al suelo–. Hace unas semanas llamó para hablar con Dawn. Yo tuve la desgracia de contestar el teléfono. Me dijo que había recibido la invitación y que estaba encantado de ver que no había perdido la cabeza. ¿Tú te crees? Y todo porque al principio de nuestro matrimonio celebré un par de fiestas en el patio de la casa en la que vivíamos.

      –Yo pensaba que vivíais en un piso.

      –Terminamos viviendo en un piso, pero entonces no. Chase conocía a alguien que nos alquiló una casa en Queen a muy buen precio.

      Deb asintió.

      –¿Y qué tipo de fiestas celebrabas?

      –Sobre todo fiestas al aire libre.

      –¿Y? ¿Qué tiene eso de extraño?

      –Bueno, las celebrábamos en invierno.

      –¿En invierno?

      –Sí. Mira, la cuestión era que la casa era demasiado pequeña, y había ratones y…

      –¿Ratones?

      –No era una gran casa, pero entonces no teníamos mucho dinero. Yo acababa de graduarme y sólo pude encontrar trabajo en un Burger King. Chase estaba todavía en la universidad y trabajaba con su padre un par de días a la semana –suspiró–. Créeme, en aquella época encontramos miles de formas de ahorrar dinero.

      Deb sonrió.

      –Incluyendo fiestas al aire libre en pleno invierno.

      Annie también sonrió.

      –Oh, no era tan terrible. Encendíamos la barbacoa, ¿sabes? Y yo hacía toneladas de chile y pan. Después preparábamos termos con café y cervezas y… –poco a poco fue bajando la voz.

      –Nada parecido a lo que hemos comido hoy. Champán, caviar, camarones, ternera con champiñones…

      –Filet de Boeuf Aux Chanterelles, por favor.

      –Pardonnez-moi, madam.

      –No te lo tomes a broma. Teniendo en cuenta lo que ha costado la comida, será mejor que procures mencionar su nombre en francés.

      –Y no has dejado que Chase pagara ni un centavo, ¿verdad?

      –No –contestó Annie cortante.

      –Sigo pensando que estás loca. En cualquier caso, ¿qué estás intentando demostrar?

      –Que no necesito su dinero.

      –O a él –añadió Deb suavemente. Annie la miró y Deb se encogió de hombros–. Os vi bailando, parecíais estar muy a gusto.

      –Lo que viste fue el fantasma del pasado inmiscuyéndose en el presente. Confía en mí, Deb. Esa parte de mi vida ha terminado. Ya no siento nada por Chase. De hecho, me cuesta creer que alguna vez lo haya sentido.

      –Te comprendo. Ha sido un viaje a la nostalgia, ¿eh?

      –Exactamente. Provocado por la boda de mi hija –Annie se interrumpió, tragó saliva y comenzó a llorar.

      –Oh, cariño –Deb saltó del sofá y se sentó a su lado–. Cariño, no llores. Es normal que sientas algo por tu ex, sobre todo siendo tan atractivo como lo es Chase.

      –¡Se va a casar! –sollozó Annie.

      –¿Chase?

      –Con Janet Pendleton.

      –¿Y se supone que yo conozco a esa mujer?

      –Espero que no –hipó Annie–. Es rica, atractiva e inteligente.

      –Ya estoy empezando a odiarla –tomó a su amiga por la barbilla y le hizo alzar la cabeza–. ¿Y estás segura?

      –Me lo ha dicho él –se sacó un pañuelo del bolsillo y se sonó la nariz–. Así que yo le he dicho que me iba a casar con Milton.

      –¿Milton? ¿Te refieres a Milton Hoffman? Dios mío, no puedes hacer una cosa así.

      –¿Por qué no? Está soltero, se puede confiar en él y es muy amable.

      –Pero si es como un osito de peluche –añadió Deb horrorizada–. Creo que deberías probar con un oso de peluche antes de llevarte a Milton a la cama.

      –Oh, Deb, eso no es justo –Annie se levantó–. En una relación de pareja hay cosas más importantes que el sexo.

      –¿Por ejemplo?

      –La amistad, para empezar. Y tener intereses similares, compartir los mismos sueños…

      –¿Y tú compartes tantas cosas con Milton como para