Griguol siempre sabía dónde había estado yo la noche anterior, a qué hora salía de casa y a qué hora regresaba. Tiempo después, mi padre me confesó que había operado como informante del entrenador. No sé si lo llamaba por teléfono o hacía señales de humo, pero el técnico se enteraba de todo. De cualquier modo, yo me portaba bastante bien: salía los días que me correspondía, por lo general domingos o lunes. Yo solía ir a bailar con algunos de los muchachos del equipo a un disco-bar llamado Uno y medio, un subsuelo situado en el centro de Rosario sobre la peatonal Córdoba, a metros de la avenida Corrientes. Muchas veces nos cruzábamos en la pista con colegas de Newell’s. No voy a decir que nos abrazábamos como íntimos amigos pero sí nos saludábamos con caluroso respeto, y hasta hemos compartido alguna copa.
Otra linda costumbre que respetábamos a rajatabla con los compañeros de Central era compartir asados, que organizábamos semanalmente para consolidar el grupo humano. Este hábito, que fue muy beneficioso en este período, lo trasladé a la mayoría de los equipos en los que jugué o dirigí. Inclusive, en España le enseñé a un carnicero cómo cortar las tiras de carne con hueso para preparar asados al estilo argentino o «criollo».
En las primeras semanas en Rosario mejoré mucho mi estado físico con intensas jornadas de entrenamiento y una dieta más estricta que me hicieron bajar de peso y fortalecer los músculos. Cuando estuve «a punto», el Viejo Griguol me propuso jugar como delantero por la izquierda, en un esquema que alternaba entre el 4-3-3 de la época y un original 4-2-1-3, más ofensivo. Me sentí muy cómodo en ese puesto y con el paso de los días, empecé a tomar confianza, aunque no pisé el césped hasta la cuarta fecha, cuando derrotamos a Gimnasia y Esgrima La Plata por uno a cero el 22 de febrero. Mi primer gol llegó en la sexta fecha, cuando visitamos a Atlanta en su reducto de Villa Crespo. Yo conseguí el 1-2 y poco faltó para llevarnos una victoria, porque el «Bohemio» igualó en el último minuto con un tanto de Ramón Ledesma.
Cuatro días más tarde fuimos al Parque de la Independencia a enfrentar a Newell’s en el clásico «interzonal». El campeonato Metropolitano había sido diseñado a partir de 18 equipos divididos en dos grupos de nueve, en los que se enfrentaban «todos contra todos», de ida y vuelta, más dos derbis entre rivales históricos separados a propósito en esas dos miniligas: Central y Newell’s, River y Boca, Independiente y Racing, etc. Tejemanejes insólitos del fútbol argentino a los que ya nos hemos acostumbrado y parecen no tener fin, puesto que cada año se cambia alguna variable del sistema de competición, mientras en Inglaterra, España o Italia se mantienen reglas que ya son centenarias. La cuestión fue que, en ese clásico rosarino, no solo perdimos cuatro a dos, sino que jugué tan mal que la hinchada leprosa inventó un cantito: «Dónde está, que no se ve, el famoso cordobés». Además, como en Newell’s estaba Mario Zanabria, un talentoso mediocampista zurdo, los diarios habían anunciado que, en ese partido, se dirimía quién era el mejor Marito. Esa tarde, claramente, no fui yo. Creo que ni siquiera tiré al arco, mientras el otro Marito clavó uno en nuestra red. No sé si en esa oportunidad tuve mala suerte, falta de confianza o qué, porque en lo sucesivo, casi siempre que enfrenté al equipo del Parque me fui vencedor y goleador. Incluso cuando participé de un amistoso jugado en febrero de 1995, con 40 años. Pero esta es otra anécdota que ya tendrá su propio espacio en esta historia.
Dos días después de la dolorosa caída ante Newell’s debutamos en la Copa Libertadores en un Gigante de Arroyito a reventar, con 55 mil personas, ante Huracán, el equipazo armado por César Menotti que había ganado el Campeonato Metropolitano de 1973 con un fútbol de galera y bastón. Otra vez fui al banco, pero entré en la segunda etapa por Aldo Poy, quien salió lesionado, y puse mi granito de arena para que ganáramos uno a cero con un gol de Eduardo Solari a un minuto del final.
En la Copa anduvimos bastante bien, a pesar de no superar la primera ronda. Compartimos la zona con el «Globito» y dos equipos chilenos: Colo Colo y Unión Española. En esa época, cada país sudamericano era representado solo por dos clubes que arrancaban en un grupo inicial completado por los dos participantes de otra nación. Hoy pasan a la siguiente fase los dos mejores de cada cuarteto, pero en 1974 solo se clasificaba uno. Luego de la victoria sobre Huracán, vencimos en casa a Colo Colo (dos a cero) y a Unión Española (cuatro a cero, de los cuales dos fueron míos). En Chile repetimos los éxitos, tres a uno sobre el «Cacique» (logré otro tanto) y uno a cero sobre la escuadra «ibérica» de camiseta roja. Lamentablemente, caímos en el último cotejo contra Huracán, en Parque de los Patricios, apenas por uno a cero. Esto generó un empate en el primer puesto de la zona porque el equipo dirigido por César Menotti también había ganado los cuatro compromisos ante los trasandinos. El 11 de abril se disputó un partido de desempate en la cancha de Vélez Sarsfield. Perdimos cuatro a cero y quedamos eliminados.
El breve Campeonato Metropolitano de 1974 tuvo una resolución muy injusta. Central hizo un campañón y ganó con gran autoridad la zona A, que nos clasificó junto a Huracán para el cuadrangular final que se resolvió con Newell’s y Boca, los dos mejores del grupo B. Adaptado a mi nuevo ámbito, metí cinco goles en unos poquitos partidos. No obstante, no pude intervenir en el minitorneo definitivo. ¿Griguol me sacó del equipo? No, para nada. En abril, cumplidas apenas doce de las dieciocho fechas, fuimos convocados junto al Cieguito Poy para la gira que la selección argentina realizó como preparación con vistas al Mundial de Alemania Federal. Central quedó diezmado y, en la ronda final, perdió además a Mario Killer y a Pascuttini, ambos suspendidos. La Asociación del Fútbol Argentino, en un gesto por lo menos torcido, no autorizó que los defensores actuaran en las finales en lugar de los dos muchachos que habíamos sido incorporados al equipo nacional (actualmente, para estos casos los clubes pueden ampararse en el artículo 225 del Reglamento de Transgresiones y Penas de la Asociación del Fútbol Argentino e incluir jugadores suspendidos si tienen otros de gira con la Selección). Con tantos titulares ausentes, el «Canalla» venció a Boca, pero cayó con Huracán y empató con Newell’s que, con el equipo intacto, se consagró campeón. El modo en el que se escapó el título me provocó rabia e impotencia. No obstante, aguanté la mueca de repugnancia y me tragué el disgusto. Estaba a unos once mil kilómetros del río Paraná, en suelo germano, preparándome para mi primera Copa del Mundo.
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