Andreas Klee

Movilidad y flexibilidad


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aceleración, como, por ejemplo, en los movimientos de impulso que agotan la máxima amplitud articular (fig. 2a).

      2.Los movimientos de impulso amplio, normalmente en la movilidad dinámica-activa, se efectúan por la contracción de los músculos correspondientes, mientras que se produce el estiramiento forzado de los antagonistas correspondientes. Si éstos disponen de una buena capacidad de estiramiento, los agonistas requerirán menos esfuerzo para la ejecución de los movimientos de impulsión, factor beneficioso para la capacidad de rendimiento general.

      3.Los deportes de juego exigen una agilidad y una rapidez de reacción especiales al deportista. Cuanto más capaz sea un deportista de agotar la amplitud articular potencialmente posible en función de la arquitectura de sus articulaciones y de llegar a esa amplitud sin encontrar gran resistencia por parte de los músculos implicados, de forma rápida y dirigida, tanto más efectivamente podrá comportarse ante la aparición de situaciones inesperadas (fig. 2b).

      4.Al igual que ocurre en las actividades motoras cotidianas, una buena movilidad y el mantenimiento de una buena amplitud articular y de una buena capacidad de reacción contribuirán enormemente a la evitación de situaciones de peligro o de lesiones.

       Una buena movilidad no es incompatible ni con una buena estabilidad articular ni con la fuerza muscular

      La importancia de disponer de una movilidad especial, sobre todo en la práctica del deporte de competición, viene dada por la necesidad de poder alcanzar posiciones articulares extremas, es decir, de agotar dinámicamente las amplitudes articulares, llegando a conseguir un rendimiento al límite de las posibilidades. Si la movilidad especial queda limitada al agotamiento de la capacidad de estiramiento muscular, no se deben temer ni la reducción de la estabilidad articular ni la pérdida de fuerza muscular, puesto que el tratamiento de un músculo con un entrenamiento de estiramiento no provoca la pérdida a largo plazo ni de la capacidad de tensión pasiva ni de la fuerza de contracción (ver apartado 2.4).

       No existe una opinión unánime respecto al desarrollo de la movilidad en la infancia y en la adolescencia

      Las teorías existentes, dentro del ámbito especializado, sobre los cambios de la movilidad durante el desarrollo que se produce desde la infancia hasta la edad adulta son variadas; se pueden distinguir básicamente dos opiniones diferenciadas.

      Un grupo defiende que la movilidad articular mantiene una estrecha relación con la fuerza muscular y que, a medida que se desarrolla la fuerza muscular, disminuye la movilidad articular (Ölschläger y Wittekopf, 1976; Möckelmann y Schmidt, 1981; Rost, 1989; Weineck, 1994). De acuerdo con esta idea, la movilidad sería la única forma de solicitación motora que alcanza su punto culminante durante la infancia y que a partir de ese momento experimentaría un deterioro continuo a menos que se educase. Esto vendría determinado por el escaso desarrollo de la musculatura en la edad escolar, de forma que, a partir de esa fase del desarrollo, la movilidad se vería reducida a medida que avanzara el desarrollo muscular.

      Estas afirmaciones deben ser comprendidas desde un punto de vista del desarrollo fisiológico y sin resumirlas con la simplificación de que un músculo fuerte impide que pueda existir una buena movilidad, puesto que, durante el desarrollo desde la edad infantil hasta la edad adulta, el aumento de la masa muscular que podemos observar se explica por los cambios hormonales que tienen lugar durante la pubertad, y ésta también se plantea como una causa para la disminución de la movilidad provocada por los cambios producidos a nivel esquelético y de rigidez del tejido conectivo. En el niño, las diáfisis óseas son más blandas que en el adulto, las uniones epifisarias todavía no están completamente osificadas, y las prominencias articulares todavía no están tan marcadas como en el adulto (Rauber y Kopsch, 1987). Ésta es la razón por la que, durante la osificación de las diáfisis óseas y de las uniones epifisarias que tiene lugar durante el desarrollo, y debido a la formación de las prominencias articulares y a la rigidez que adquiere el tejido conectivo, se espera una disminución de la movilidad.

      En contraposición a esta opinión, hay otros autores que manifiestan opiniones opuestas (Meinel y Schnabel, 1998; Jeschke, 1979; Fetz, 1982). Según ellos, la capacidad de flexión de la cadera mejora hasta los 17 ó 18 años de edad, después de haberse mantenido constante desde los 7 hasta los 12 años. Las razones que justifican las diferencias de valoración del desarrollo de la movilidad en la edad infantil y en la adolescencia podrían residir en el hecho de que todas las afirmaciones he-chas se refieren a diferentes aspectos del problema de la movilidad, es decir, que pueden referirse a la movilidad general o a la capacidad de estiramiento muscular, o, de forma específica, a la capacidad de flexión de la cadera. Otra posible razón puede ser la utilización, para determinar la movilidad, de diferentes métodos de exploración, cuyos hallazgos no han sido siempre comparables.

       La educación regular de la movilidad durante la infancia es muy aconsejable

      Sí que parece unánime la opinión de que uno de los factores esenciales responsables de la disminución de la movilidad durante el desarrollo desde la infancia hasta la edad adulta es la falta o la insuficiencia de solicitaciones o la falta de educación de la movilidad. Por lo tanto, parece tener mucho sentido la estimulación regular de la movilidad durante la infancia y la adolescencia, sobre todo teniendo en cuenta que no se puede afirmar que los déficits de movilidad que se hayan podido formar durante años por falta de solicitación puedan recuperarse más tarde, es decir, en la edad adulta, intensificando la práctica.

       Es importante entrenar la movilidad durante la tercera edad

      Para la edad adulta, especialmente para las personas mayores, es válida la afirmación: la movilidad disminuye con la edad de forma continua, especialmente si no se utilizan los radios de acción de las articulaciones. Las causas son, por un lado, la disminución de las cargas corporales aplicadas y un aumento de la comodidad, y, por otro lado, la aparición de procesos propios del envejecimiento como la disminución del contenido de agua de los tejidos y la disminución de la elastina, una estructura proteica elástica contenida en los espacios intercelulares del tejido conectivo y de sostén, así como el aumento del colágeno del tejido conectivo (Ullrich y Gollhofer, 1994). A esto podemos añadir los procesos de desgaste y de degeneración de las articulaciones, que limitan de forma cada vez más importante la posibilidad de agotar la amplitud articular (Meinel y Schnabel, 1998).

      En personas mayores que han entrenado correctamente su capacidad de estiramiento podemos observar una movilidad extraordinaria. Por lo tanto, parece justificada la afirmación de que la importancia del entrenamiento de la movilidad aumenta con la edad, para prevenir el déficit de movilidad e incluso el anquilosamiento de las articulaciones (ver apartado 5.6). Sin embargo, debemos tener en cuenta que, ante la existencia de fenómenos patológicos (p. ej., artrosis) es aconsejable contar con el asesoramiento de un médico o de un fisioterapeuta.

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