e imaginaban que teníamos capacidades para hacer muchas más cosas de las que realmente podemos.
En consecuencia, mi relación con esta familia estaba marcada por una especie de asimetría social (Bourdieu, 2007) que afectaba mis interacciones con ellos. Como una prueba de la fuerza de la “legitimidad cultural” en nuestra sociedad, siento que el conjunto de bienes simbólicos que conforman mi “capital cultural” (mi título universitario, mi lenguaje, mi hexis, mis modales, etc.) contribuía a producir una distancia entre nosotros (distancia que se evidencia, por ejemplo, en la excesiva deferencia con la cual me trataban). Aun así, pienso que esta distancia social que nos separa se ha podido acortar (mas no eliminar del todo) gracias a haber llegado a ellos a través de mi amiga, una persona a quien ellos estiman, y gracias al tiempo que he podido compartir con ellos. Desde el inicio, me acogieron con cariño, y después de repetidas y largas conversaciones, siento que hemos podido establecer relaciones de respecto y mutuo afecto, sumado al interés en sus fotografías familiares (verdaderos tesoros para la mamá y la abuela) y en sus relatos familiares, a sentarme a comer con ellos como una más o a procurar no llegar con las manos vacías. Pienso que se sienten alagados con mi interés en sus vidas, lo que, a su vez, ha propiciado la confianza.
Esta familia tiene cientos de fotografías, la mayoría organizadas en álbumes, aunque algunos de estos se han deteriorado. Los niños las ven con frecuencia porque las utilizan para tareas del colegio, las sacan y las dejan en desorden. Para la mamá y la abuela, es importante conservarlas, tienen ilusión de arreglar los álbumes dañados, de organizarlas, de mostrar sus fotografías y contar sus historias. Gracias a las fotografías, tuve la oportunidad de conocer mucho más de esta familia que si solo hubiese hecho entrevistas, pues, así como las imágenes ilusionan y evocan recuerdos, las emociones y los significados que se les otorgan a las fotografías trascienden lo que es posible ver en ellas. Por eso, es posible decir que las fotografías no hablan por sí solas, sino que necesitan los relatos para transmitir la profundidad de significados que contienen.
El recorrido hacia el objeto de estudio
Empecé la investigación con el interés de indagar medios digitales y la transformación de prácticas sociales que han producido, pues, como comunicadora social y periodista, siempre me han interesado los cambios sociales a partir de la innovación en los medios de comunicación. A medida que iba avanzando en la investigación, me surgieron nuevas inquietudes sociológicas sobre los usos de estos medios que me ayudaron a afinar el tema. Entonces, contra la tendencia a pensar la revolución digital como un fenómeno homogéneo y universal, que afecta a todos los sectores de la sociedad por igual, decidí pensar este fenómeno como socialmente diferenciado y enfocarme en los usos sociales de la fotografía en función de la generación, el origen social y el género, asunto que me permitiría tocar tangencialmente el de los medios digitales.
A través de amigos y conocidos contacté a cuatro familias de condiciones sociales contrastadas que contaban con tres generaciones distintas: abuelos, padres e hijos; estos últimos en edad suficiente para entrevistarlos. A medida que me reunía y compartía horas con las familias, viendo sus fotografías familiares y escuchando los relatos de sus vidas, fui descubriendo el poder de estas imágenes para despertar recuerdos y generar historias. Poco o poco, fui interesándome más en esas historias personales y familiares que en los usos sociales de las fotografías en un sentido estricto. En parte, porque veía que era mucho más trascendental para mis entrevistados contar sus vidas que explicarme los usos que podían darles a las fotografías. Así es como los relatos sobre las experiencias de estas personas pasaron a asumir un papel central en la investigación. En cada entrevista, me enfrentaba a “historias de sufrimientos” que me parecieron importantes de destacar como sufrimientos socialmente producidos. Entonces, en la redacción, procuré narrar los hechos dolorosos como constructos sociales y como factores de transformación de personas.
Al final, enfoqué mi investigación en indagar el sufrimiento desde las ciencias sociales, interesándome, por un lado, en cómo el sufrimiento es construido y producido por contextos sociales y, por otro, en cómo el sufrimiento contribuye a los procesos sociales de moldeamiento de las personas. Cabe anotar que si bien el sufrimiento forma parte, y una parte importante, de las vidas de las personas que entrevisté, no es la totalidad de sus vidas. Ellos también han experimentado logros y momentos felices, así como han superado desafíos que también han recordado y relatado mientras veíamos sus fotografías.
Esta investigación consiste, entonces, en contar historias de violencias contra mujeres a través de fotografías de familias. Fotografías en las que uno esperaría encontrar golpes, heridas y marcas físicas, pero las fotografías que presento parecen mostrar otras cosas. Siendo así, ¿cómo pueden significar violencias si las imágenes carecen de estas? Esta paradoja las hace más interesantes, porque en esas fotografías sí están esas violencias, aunque no se vean.
Para estudiar la construcción social del sufrimiento, realicé monografías con cuatro familias de posiciones sociales contrastadas que contaban con tres generaciones distintas: abuelos, hijos y nietos. Mi trabajo de campo buscaba lograr un acercamiento personal y comprensivo de la realidad de cada una. Opté por trabajar estudios de caso, porque “buscan analizar y comprender cómo las acciones humanas se relacionan con el contexto social en el que ocurren” (Álvarez Álvarez y San Fabián Maroto, 2012). Se trataba, en este sentido, de acercarse lo más posible a la historia particular de cada persona, sin desligarla del entorno social y cultural que la había producido. Quería intentar, de esta manera, encontrar las huellas de las estructuras sociales en lo más personal y lo más íntimo de cada persona.
Estos estudios de caso los hice por medio de un trabajo etnográfico: realicé entrevistas en profundidad con los miembros de cada generación de las familias, para conocer sus experiencias a través de sus fotografías. Las entrevistas las hice en el hogar de las familias para observar su entorno, su barrio, cómo es su casa y cómo viven; su forma de relacionarse entre ellos y con otras personas; cómo guardan sus fotografías, si las tienen expuestas en alguna parte de la casa; también para tener acceso a los álbumes familiares y poder hablar con ellos de sus fotografías teniéndolas presentes en cada entrevista. Durante las visitas, pasaba horas, o bien con toda la familia, o bien con alguno de sus miembros, viendo y dialogando sobre sus fotografías familiares.
Se piensa a menudo que las fotografías se toman para conservar recuerdos de momentos especiales, entendiéndolos como felices. De este modo, Bourdieu (1965/2003) explicaba que se trataba de una práctica en general ligada a momentos que salen de lo cotidiano, por lo que se podía definir como una “técnica de fiesta” (p. 74). Pero los recuerdos asociados a las fotografías son innumerables, no siempre concuerdan con lo que aparece en la fotografía, ni siempre remiten a momentos agradables. Por esto, como había explicado, las fotografías no hablan solas, necesitan voces que las relaten. A través de mi trabajo, procuré recoger algunos de esos relatos, destacando los hechos, sucesos o circunstancias particulares que, considero, mejor responden al objetivo de mi investigación.
Por lo anterior, y siendo consciente de mi condición de extranjera, al mundo social que estudié procuré escuchar siempre con mucha atención, preguntar, aunque pareciera obvio, y mantener una relación cercana con todos los miembros de las familias, hecho que se dio con naturalidad gracias a la apertura con la que me recibieron.
El revés de las imágenes
Quisiera resaltar algunas de las especificidades ligadas al diseño metodológico particular que he utilizado en esta investigación, basado en el uso de fotografías como despertadoras de recuerdos y generadoras de historias. Desde mi perspectiva, este modo particular de investigar presenta fortalezas que quisiera resaltar, pero implica también ciertos retos.
Entre las fortalezas, destaco la capacidad de las fotografías para despertar historias que, sin ellas, serían difíciles de contar. Las fotografías me permitieron llegar de manera más sencilla al meollo de los relatos: gracias a las imágenes, tuve la oportunidad de conocer mucho más a fondo a las familias que si solo las hubiese entrevistado o, incluso, que si hubiera compartido el mismo tiempo con ellas. Las fotografías familiares