Редьярд Джозеф Киплинг

El libro de la selva


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acobardados lobos.

       –Ahora tú eres el único amo –dijo Bagheera en voz baja–. Salva la vida de Akela; que fue siempre tu amigo.

      –¡Bueno! –dijo Mowgli, mirando pausadamente a su alrededor–. Veo que no son más que unos perros. Los dejo para irme con mi gente..., si existen realmente. Como la Selva es ahora un lugar prohibido para mí, necesariamente tendré que olvidar esta amistad; pero voy a mostrarme más generoso que ustedes, por la sola razón de que, cuando yo sea un hombre entre los hombres, no los traicionaré, como ustedes lo han hecho conmigo.

       Dio un puntapié al fuego, y el aire se llenó de chispas.

       –No habrá guerra entre nosotros –prosiguió–. Pero antes de dejarlos, debo solucionar una deuda.

       Se dirigió a grandes pasos hacia el lugar donde Shere Khan estaba sentado sobre sus patas, parpadeando con aire atontado al mirar las llamas, y lo tomó por el puñado de pelos que tenía bajo la barba. Bagheera siguió a ambos, para prevenir lo que podría ocurrir.

       –¡Levántate, perro! –gritó Mowgli–. ¡Levántate cuando te habla un hombre, o de lo contrario te quemaré la piel!

       Shere Khan bajó las orejas hasta dejarlas como aplastadas sobre su cabeza, y cerró los ojos, porque vio muy cerca de él la rama ardiendo.

       –Este cazador de reses dijo que me mataría en el Consejo, porque no pudo matarme cuando yo no era más que un cachorro. Así es como nosotros pagamos a los perros cuando llegamos a ser hombres. ¡Si mueves solo uno de tus bigotes, Lungri, te hundo la Flor Roja en la garganta!

       Le pegó a Shere Khan en la cabeza con la rama, y el tigre gimió lastimosamente, como agonizante de terror.

       –¡Bah! ¡Ándate ahora, malvado gato de la Selva! Pero acuérdate de lo que te digo: cuando yo vuelva al Consejo de la Peña, como es bien que un hombre vuelva, será cubriendo mi cabeza con tu piel. Por lo demás, Akela queda en libertad de vivir, y del modo que más le guste. No lo matarán, porque no es ésta mi voluntad. Ni pienso, tampoco, que van a estar aquí más tiempo con la lengua colgando, como si fueran algo más que perros que yo arrojo de este lugar... Por lo tanto, ¡largo de aquí!

       Ardía furiosamente el extremo de la rama, y Mowgli comenzó a golpear con ella, a derecha e izquierda, a los que formaban el círculo, con lo cual los lobos se pusieron a correr, aullando al sentir que las chispas les quemaban el pelo. No quedaron al fin más que Akela, Bagheera y unos diez lobos que se habían puesto al lado de Mowgli. Entonces sintió en su interior una pena que nunca antes había experimentado. Tomando aliento, sollozó, y las lágrimas corrieron por su rostro.

       –¿Qué se esto?... No quisiera abandonar la Selva, y no sé qué me ocurre. ¿Me estoy muriendo, acaso, Bagheera?

       –No, Hermanito. Éstas no son más que lágrimas, como las derraman todos los hombres –le explicó Bagheera–. Ahora sí que eres un hombre, y no ya un cachorro humano, como antes. Es verdad que la Selva se ha cerrado para ti desde hoy. Déjalas caer, Mowgli: no son más que lágrimas.

       Mowgli se sentó, y lloró como si el corazón se le fuera a romper en pedazos. Era la primera vez que lloraba.

       –Ahora –dijo– me voy con los hombres. Pero antes debo despedirme de mi madre –y diciendo esto se fue a la caverna donde ella vivía junto con papá Lobo, y sobre su piel derramó nuevas lágrimas, mientras los cuatro pequeños lobos aullaban tristemente.

       –¿No me olvidarán? – les preguntó Mowgli.

       –Nunca, mientras podamos seguir una pista –respondieron los cachorros–. Cuando seas un hombre, ven hasta el pie del cerro y hablaremos contigo. Nosotros iremos también, de noche, a las tierras de cultivo, y allí jugaremos juntos.

       –¡Vuelve pronto! –agregó papá Lobo–. ¡Vuelve pronto, ranita sabia, porque tanto tu madre como yo somos ya viejos!

       –¡Vuelve pronto! –repitió mamá Loba–, desnudito, hijo mío; porque..., oye lo que voy a decirte: siempre te he querido más a ti que a mis cachorros, a pesar de que seas hijo de un hombre.

       –Sin duda que volveré –respondió Mowgli–, y cuando lo haga será para tender sobre el Consejo de la Peña la piel de Shere Khan. ¡No me olviden! ¡Díganle a todos en la Selva que tampoco me olviden nunca!

       Ya era casi el alba cuando Mowgli bajó del cerro, completamente solo, para ir en busca de esos misteriosos seres que se llaman hombres.

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