mujer abrió los ojos de par en par.
—¿Gabe el Gualdo? —Gabriel asintió. Y ella negó con la cabeza, incrédula—. Pues no te pareces en nada a como te imaginaba, la verdad. Mi padre me dijo que eras fiero como un león y frío como una pinta de cerveza kaskariana. Mi madre solía decir que eras el hombre más apuesto que había visto jamás. Además de mi padre, claro. Pero ahora que te tengo aquí delante, dócil como un gatito y tan... —Frunció el ceño como una granjera que examina una mazorca de maíz podrida— Tan viejo, joder.
Clay se encogió de hombros.
—La edad no perdona —dijo.
La joven rio.
—No, ¿verdad? Bueno, está claro que a vosotros dos no os ha perdonado ni una. —Entrecerró los ojos y miró el sol—. Sea como fuere, ahora mis chicas y yo tenemos un poco de plata que gastar, así que gracias.
Clay consiguió dedicarle una lánguida sonrisa. Era incapaz de sentir antipatía por ella a pesar de que acababa de dejarlo sin comida, sin armas y sin ningún medio para calentarse los pies durante los largos y fríos meses que estaban por venir. Había sido muy amable (para ser una bandida, al menos) y había tenido la decencia de dejarle Corazón Tiznado. Algo era algo.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
La sonrisa de la joven se ensanchó.
—Me han llamado de muchas maneras —dijo—. Ladrona. Prostituta. La viva imagen de la mismísima diosa Glif. Pero cuando cuentes esta historia junto a la lumbre esta noche, di que las que te quitaron todas tus pertenencias fueron Lady Jain y las Flechas de Seda.
—¿Sois una banda? —preguntó Clay.
—Bueno, somos bandidas —respondió ella—, pero me gusta pensar que podemos llegar a ser aún más.
Luego se alejó a la carrera y tanto ella como las Flechas de Seda se perdieron en el bosque.
Clay se dio cuenta de que llevaba un tiempo conteniendo la respiración. Soltó el aire y miró con gesto desconsolado a Gabriel mientras este se agachaba para recoger las piedras que le habían desparramado por el suelo.
—¿En serio? ¿Tienes alguna buena razón para traer un puñado de piedras a esta misión imposible en la que nos hemos embarcado?
Gabriel empezó a deambular a su alrededor. No tardó en encontrar la roca a la que Jain le había dado una patada, que luego examinó como si la viese por primera vez.
—Son de Rosa —dijo—. Solía cogerlas de la playa cuando vivíamos en Uria. Pensé que era buena idea traerlas por si...
—No las va a querer —replicó Clay—. Le va a dar igual que hayas cargado con un puñado de rocas a través de medio mundo, Gabe. Ya no es una niña pequeña, ¿recuerdas?
—... por si ha muerto —terminó Gabriel—. Mi idea era colocarlas sobre su tumba. Creo que le gustaría.
Clay cerró la boca al momento y se sintió como un imbécil de campeonato.
Poco después, ya habían vuelto a colgarse los morrales a la espalda y encontraron un bocadillo que se había quedado retenido en el fondo del de Clay, para sorpresa de este. Le dio la mitad a Gabriel, que arqueó una ceja.
—Menuda suerte.
Clay resopló.
—Si tú lo dices. Espero que la suerte nos dure al menos hasta que lleguemos a Castia.
—Y también para el camino de vuelta —apuntilló Gabriel, demasiado ansioso por hincarle el diente a la comida como para notar el sarcasmo que destilaba el tono de su amigo.
En cuestión de minutos, Clay ya había dado buena cuenta de su parte del bocadillo, y con él se había marchado también el último recuerdo que le quedaba de la mujer que se lo había preparado.
—Y también para el camino de vuelta —repitió al rato sin convencimiento alguno.
6
El desfile de los monstruos
Clay se había ganado la vida explorando ruinas asoladas con la intención de matar a cualquier criatura que acechara en ellas, y sabía más que la mayoría sobre el Antiguo Dominio. El viejo imperio druínico había llegado a abarcar todo el mundo conocido, desde Grandual al este hasta los Confines al oeste, así como la enorme extensión de la Tierra Salvaje Primigenia que había entre ambos lugares. Los druin eran brillantes artesanos y poderosos magos que gobernaban con la libertad propia de dioses sobre las primitivas tribus de hombres y monstruos que había en aquella época. Pero, como todas las cosas que terminan siendo demasiado grandes, como esas ambiciosas telarañas o las calabazas gigantes, llegó a ser algo tan monstruoso que cayó por su propio peso.
Los exarcas que estaban al mando de las ciudades del Dominio se rebelaron contra el arconte que gobernaba en ese momento y tuvo lugar una guerra civil. A pesar de ser inmortales, los druin son relativamente escasos en número (Moog le había dicho a Clay en una ocasión que las hembras druin solo podían dar a luz a un único hijo), por lo que engrosaban las filas de sus ejércitos con monstruos que los exarcas habían criado durante generaciones para que fueran más fieros y salvajes. Pero las criaturas habían resultado ser demasiado indómitas para controlarlas, y eso había dado lugar a las primeras grandes Hordas: enormes multitudes que recorrieron desenfrenadas el Antiguo Dominio y lo redujeron a cenizas.
Un exarca llamado Contha creó un ejército de enormes gólems esculpidos en piedra que luego esclavizó con unas runas que... Bueno, lo cierto era que Clay no tenía ni idea de cómo funcionaban las runas, y la mayoría de los gólems con los que se había topado en sus viajes no tenían amo y no eran más que unos gigantes violentos. En cualquier caso, los ejércitos de gólems de Contha quedaron reducidos a escombros por las devastadoras Hordas y el exarca tuvo que abandonar su fortaleza y refugiarse bajo tierra. Nunca volvió a saberse nada de él.
Algunos dicen que Contha el inmortal ha vuelto a la superficie para deambular entre las murallas derruidas de su ciudadela y lamentarse por la caída de su querido Dominio, mientras que otros sugieren que el druin sigue bajo tierra, reducido a un troglodita balbuceante que recorre solo la agobiante oscuridad.
Clay suponía que había muerto y ya está. Los druin eran tan longevos que parecían inmortales, pero también podían ser asesinados (él mismo había visto cómo mataban a uno), y en las tinieblas habitaban cosas muy desagradables.
Las ruinas de la fortaleza de Contha habían servido como punto de convergencia durante la Guerra de la Recuperación. A la sombra de sus murallas, la Comitiva de Reyes había conseguido repeler hasta la Tierra Salvaje Primigenia a los supervivientes de la última Horda. Después había empezado a formarse poco a poco un asentamiento, un lugar en el que los que fuesen lo bastante valientes para entrar en la Tierra Salvaje podrían reunirse y hacerse con provisiones, y también uno para los que quisieran gastar o beberse sus recién encontradas riquezas y olvidar los horrores de los que habían escapado por los pelos.
El Campamento de Contha no tardó mucho en convertirse en un pueblo. Algunos levantaron una muralla, y cuando ese pueblo dio lugar a una ciudad desmesurada, otros levantaron una muralla aún mayor. El nombre terminó por reducirse a Conthas, aunque también la llamaban la Ciudad Libre. Técnicamente se encontraba dentro de las fronteras de Agria, pero el rey (que en estos momentos era Matrick, su antiguo compañero de banda) no había querido reclamar para sí unas tierras tan cercanas a esa frontera salvaje. Allí no había impuestos ni tampoco aduanas para los productos con los que se comerciaba. Conthas era un bastión para el emprendimiento y las oportunidades: uno de los últimos lugares salvajes dentro de un mundo mucho más civilizado.
Dicho esto, Conthas también era un lugar de mala muerte, y Clay quería salir de allí tan pronto como fuese posible.
Acababa de atardecer, y era el tercer día desde que Gabe y él habían salido de Vegabrupta. Estaban cansados de caminar, con las ropas llenas de tierra y tan hambrientos que a Clay la boca se le hizo agua cuando un