de Rosa no, claro —dijo el mago—. Lo que ha ocurrido es terrible, Gabe. Terrible. ¡Pero sí! ¡Sí! ¿Volver a juntar a Saga? ¿Reunir a los viejos colegas? ¿Cómo no me va a entusiasmar? ¡Claro!
—Entonces... ¿Vienes con nosotros? —preguntó Clay.
—¡Pues claro que sí! ¿Qué clase de amigo sería de no hacerlo?
Clay se sintió desconcertado al recordar la negativa tan enfática que le había dado él a Gabriel cuando fue a su casa a pedirle lo mismo.
—¿Y tu investigación?
—Pues aquí seguirá cuando regrese. ¡Estamos hablando de Rosita! Además, tampoco es que tenga que preocuparme por contagiarme con la podredumbre en el bosque, ¿no? —Miró tanto a Clay como a Gabe, que compartían la misma expresión afligida—. No he puesto muchas pegas, ¿verdad? —preguntó—. Sí, no he puesto muchas pegas. Da igual. ¡Claro que me apunto!
Se acercó a Gabriel y le ofreció una de las tazas. Clay olió el aroma del chocolate caliente al pasar frente a él y empezó a arrepentirse de no haberle pedido uno también.
—Por Saga —dijo Moog al tiempo que entrechocaba su taza con la de Gabriel.
Un fuerte retumbar agitó la puerta y oyeron cómo Steve empezaba a hablar con el visitante con el particular ceceo que le provocaba el aro que tenía en la boca.
—¿Tienen uztedez cita con mi maeztro?
Se oyó el murmulló grave de varias voces, y luego oyeron una voz bien reconocible que pegaba un grito:
—¡Arcandius! ¡Moog! ¿Estás ahí, compañero? Soy Kal.
Clay y Gabriel compartieron una mirada de pánico.
Moog se acercó a la puerta.
—¿Kallorek? ¡Hola! Ahora mismo...
Clay le había tapado la boca al mago demasiado tarde.
—Fuimos a casa de Kal para intentar recuperar la espada de Gabe —dijo Clay tan rápido y en voz baja como fue capaz—. Nos amenazó con matarnos.
—¿Te refieres a Vellichor? ¿Qué hace Kallorek con Vellichor? —preguntó Moog.
—Te lo explicaremos más tarde —dijo Clay al tiempo que dedicaba una mirada intensa a Gabriel, quien había estado a punto de explicárselo allí mismo.
—¿Estás con alguien, Moog? —La voz de Kallorek sonaba muy amistosa—. ¿Quizá con tus viejos amigos Gabe y Mano Lenta? ¿Qué te parece si abres y hablamos las cosas entre los tres?
Se volvió a oír la voz de Steve.
—Señor, ¿tienen uztedez cita con mi...?
La puerta retumbó con fuerza, como si la hubiese golpeado con algo muy pesado. La educación habitual de la aldaba desapareció al instante.
—¡Me habéiz dado un puñetazo! Malditoz hijoz de...
La puerta volvió a retumbar, está vez con más fuerza. Steve se quedó en silencio.
—¡Moog! —La voz de Kallorek sonaba cada vez menos afable y había empezado a adquirir cierto retintín—. Abre la puerta.
El mago se zafó de la mano de Clay y se acercó a toda prisa a la mesa más cercana, donde yacía una bola de cristal colocada encima de un paño negro de terciopelo. El orbe solo mostraba una neblina grisácea, y Moog dejó su taza a un lado y tocó la superficie con los dedos. Empezó a materializarse una imagen entre volutas de humo violeta. Un instante después, la imagen desapareció para dejar paso de nuevo a la neblina grisácea.
—Se la compré a la bruja que vivía aquí antes que yo —intentó justificarse el mago al momento, mientras le daba varios golpes al orbe sin que ocurriese nada—. Esta mierda no funciona la mitad de las veces. Juro que normalmente solo hay que... —Acercó la nariz al cristal y murmuró un conjuro en voz demasiado baja como para que se entendiera. Al ver que no ocurría nada, soltó un taco y le dio un golpe a la bola con la mano abierta—. Pero qué puta basura, joder...
La imagen se volvió nítida de repente, y Clay sintió que se le encogía el estómago como si un oso acabara de darle un zarpazo. Vio a Kallorek ataviado con una armadura de escamas oculta bajo una capa ribeteada de piel negra. Estaba rodeado nada menos que por dieciséis guardias armados. Uno de ellos, que era especialmente grande y bruto, acechaba detrás de la puerta con una antorcha en una mano y una enorme maza en la otra. La aldaba había quedado reducida a un amasijo de metal retorcido.
—No... Pobre Steve —gimoteó Moog—. ¿Cuándo se ha vuelto Kal tan mezquino?
Clay sospechaba que el agente había maltratado hasta a la comadrona que lo había ayudado a salir del vientre de su madre, pero ahora no tenían tiempo para hablar del tema.
—Tenemos que salir de aquí —dijo—. ¿Hay puerta trasera? ¿Un túnel para escapar? —Echó un vistazo alrededor y vio que no había escapatoria a simple vista —. ¿Alguna forma de salir?
El mago se quedó pensativo durante un rato y empezó a asentir despacio.
—Hay una forma, aunque es un poco arriesgada.
“Un poco arriesgada”.
Clay recordaba haberle oído decir esas mismas palabras a Moog en más de cincuenta ocasiones. La mayoría de las veces daban lugar a una debacle salvaje, pero en otras ocasiones el mago conseguía algo milagroso de verdad.
Clay soltó un suspiró.
—Venga, ¿qué quieres hacer?
—¡Id al piso de arriba! —Moog señaló lo que quedaba de los tablones—. Antes tengo que coger unas cosas. —Lo primero que cogió fue la bola de cristal, que volvió a envolver sin demora en el paño de terciopelo antes de meterla en una bolsa. Luego cogió varios frascos, que tiró en el saco sin preocuparse por si podían romperse—. ¡Vamos! —apremió—. Iré detrás de vosotros.
Clay empezó a subir por las escaleras, y Gabriel lo siguió de cerca. Al llegar al segundo piso, empezaron a buscar desesperados una manera de escapar. El techo de la torre se había derrumbado, y sobre ellos relucía un manto de estrellas. La escasa luz de los astros les permitió ver una cama que había junto a una pared, otra estantería llena de libros, una mesilla de noche y cero salidas. Hasta las ventanas estaban demasiado altas para escapar por ellas.
Gabriel se quedó contemplando el cielo nocturno con la boca abierta.
—¿Qué? —preguntó Clay, que también alzó la vista y no vio nada fuera de lo común. Volvió a preguntar—: ¿Qué pasa? ¿El cielo? ¿Las estrellas?
—No son estrellas —murmuró Gabe.
—¿Cómo? ¿Qué...?
“No son estrellas —repitió Clay en su mente—. Son arañas”.
Miles de arañas que resplandecían con luz tenue, una constelación muy dispersa que se recortaba contra el firmamento y que se sostenía sobre una tela invisible. Tanto Gabriel como él se quedaron quietos al instante, clavados en el suelo, invadidos por un miedo primario y paralizante.
“Quién nos ha visto y quién nos ve —pensó Clay con sarcasmo—. Nosotros, que hemos llegado a enfrentarnos a un dragón e incluso le preguntamos sin prisas cómo prefería la paliza que íbamos a darle. ¡Y ahora nos asustan unas arañas que brillan en la oscuridad!
Varias de las criaturas empezaron a resbalar por la tela para acercarse y mirarlos más de cerca. Clay hizo todo lo que pudo por ignorarlas y gritó hacia las escaleras que tenía detrás.
—¿¡Moog!?
—¡Voy!
Echó un vistazo al piso inferior y vio que el mago embutía varios objetos de última hora en su bolsa, que obviamente era mágica: un báculo, una varita, una vara, una daga con gemas engarzadas, una estatua de ónice con forma de gato,