aquel momento solo sabía que quería irse a casa. Había sido un turno largo y estresante y no parecía que eso fuera a cambiar.
Examinó concienzudamente al hombre y le explicó con calma y claridad por qué no necesitaba una resonancia magnética.
Como era de esperar, el paciente no se lo tomó bien.
Algunos doctores hacían pruebas para que los pacientes se fueran contentos. Ethan se negaba a ello.
Cuando el otro empezó a llamarlo inhumano, incompetente y una deshonra para la profesión médica, desconectó mentalmente. Desconectar de lo que sentía le resultaba fácil. Volver a conectar con sus emociones… bueno, eso le costaba más. Sin duda, debido a su desastroso historial con las relaciones.
Dejó que el paciente se desahogara, pero no cambió de idea. Había decidido hacía tiempo que no permitiría que los insultos ni el grado de satisfacción de los pacientes influyeran en su toma de decisiones. Hacía lo que consideraba que era lo mejor para ellos y eso no incluía someterlos a pruebas o a medicinas innecesarias que no tendrían ningún impacto en su salud o, peor aún, tendrían un impacto negativo.
—¿Doctor Black? —Tony Roberts, uno de los pediatras más antiguos del hospital apareció en el umbral—. Necesito urgentemente su ayuda.
Ethan dio instrucciones al residente que se ocupaba del paciente y se disculpó.
—¿Cuál es el problema, Tony? ¿Tienes una urgencia?
—Sí —Tony estaba muy serio—. Dime, ¿tú crees en Papá Noel?
—¿Cómo dices? —Ethan lo miró con incredulidad y se echó a reír—. Si existiera, probablemente me castigaría por decirle que no solo debería perder unos cuantos kilos, sino que además, si insiste en montar en un vehículo tirado por renos a más de diez mil metros de altura, también debería llevar casco. O al menos ropa de cuero.
—¿Papá Noel con ropa de cuero? Umm, eso me gusta —murmuró Susan, que se dirigía a hablar con la enfermera de triaje.
Tony sonrió.
—Justo la respuesta cínica que esperaba de ti, Black, y por eso estoy aquí. Te voy a dar una oportunidad que jamás has pensado que llegarías a tener.
—¿Un año sabático en Hawái con el sueldo completo?
—Mejor. Te voy a cambiar la vida —Tony le dio una palmada en el hombro y Ethan se preguntó si no debería decirle que, después de un turno entero en Urgencias, no se necesitaba mucho para dejarlo KO.
—Si no llego pronto al siguiente paciente, sí cambiará mi vida. Ya me enfrento a una demanda. ¿Podemos darnos prisa, Tony?
—¿Sabes que Papá Noel viene todos los años a la planta de pediatría?
—No lo sabía, pero ya lo sé. Eso es genial. Seguro que a los niños les encanta —repuso Ethan. Aquel era un mundo muy distinto al que habitaba él.
—Pues sí. Papá Noel es… —Tony miró a su alrededor y bajó la voz—. Es Rob Baxter, uno de los pediatras.
—No me digas. Yo creía que era real —Ethan firmó una petición que un residente le colocó delante—. Te acabas de cargar la última ilusión que me quedaba. Me has roto el corazón. Tengo que irme a casa a tumbarme.
—Olvídalo —Susan volvía a pasar, esa vez en dirección contraria—. Aquí no se tumba nadie. A menos que estés muerto. Cuando te mueres, te tumbas, y solo después de que hayamos intentado resucitarte.
Tony se quedó mirándola.
—¿Siempre es así? —preguntó.
—Sí. La comedia es parte del servicio. La risa cura todas las enfermedades, ¿no lo has oído? ¿Qué querías, Tony? ¿No has dicho que era una urgencia?
—Lo es. Rob Baxter se ha rasgado el tendón de Aquiles corriendo en Central Park. No podrá andar hasta después de Navidad. Eso en sí ya es una crisis para el Departamento de Pediatría, pero es más crisis todavía porque él es Papá Noel y no tenemos un sustituto.
—¿Y por qué me lo dices a mí? ¿Quieres que le examine el tendón? Díselo a Viola. Es una cirujana fantástica.
—No necesito un cirujano, necesito un Papá Noel.
Ethan lo miró sin entender.
—No conozco a ninguno —dijo.
—Los Papás Noeles se hacen, no nacen —Tony bajó la voz—. Queremos que seas tú el Papá Noel de este año. ¿Lo harás?
—¿Yo? —Ethan se preguntó si habría oído mal—. Yo no soy pediatra.
Tony se acercó más a él.
—Quizá no lo sepas, pero Papá Noel no tiene que operar ni tomar decisiones clínicas. Solo sonríe y reparte regalos.
—Parece un día normal de trabajo —repuso Ethan—. Solo que aquí quieren que repartas resonancias magnéticas y recetas de analgésicos. Lo que más se lleva este año es el Vicodin envuelto en papel de regalo.
—Eres cínico e insensible.
—Soy realista, y por eso precisamente no estoy cualificado para tratar con niños ilusionados que todavía creen en Papá Noel.
—Y exactamente por eso deberías hacerlo. Te recordará los motivos por los que te metiste en medicina. Tu corazón se derretirá, doctor Scrooge.
—No tiene corazón —murmuró Susan, que escuchaba sin molestarse en disimular.
Ethan la miró exasperado.
—¿No tienes pacientes que ver? ¿Vidas que salvar?
—Solo estoy esperando a oír tu respuesta, jefe. Si vas a pasar de Scrooge a Papá Noel, tengo que saberlo. Quiero estar presente para verlo. De hecho, trabajaré en Navidad solo por verlo.
—Tú ya vas a trabajar en Navidad. Y no estoy cualificado para ser Papá Noel. ¿Qué te ha hecho pensar que yo aceptaría esto?
Tony lo miró pensativo.
—Puedes hacer feliz a un niño. No hay nada mejor que eso. Piénsalo. Te llamaré la semana que viene. Es un trabajo fácil y gratificante —dijo. Salió del departamento, dejando a Ethan perplejo.
—Doctor Scrooge —dijo Susan—. Eso es muy bonito.
—No tiene nada de bonito —contestó Ethan. Tony no podía hablar en serio. ¿O sí? Él era la última persona en el mundo que debería hacer de Papá Noel con niños llenos de ilusión.
Vio a uno de los residentes esperando.
—¿Más problemas? —preguntó.
—Una mujer con un tobillo lesionado. Muy inflamado y amoratado. No sé si hacerle una radiografía o no. El doctor Marshall está ocupado. Si no le preguntaría a él.
—¿Crees que busca Vicodin?
—Creo que es sincera.
Como Ethan sabía que el joven residente no tenía experiencia para distinguir si alguien era sincero, lo siguió hasta la paciente. El Vicodin era un analgésico muy eficaz. También se utilizaba para drogarse y a él ya no le sorprendía hasta dónde estaba dispuesta a llegar la gente por conseguir una receta. No quería que nadie recetara analgésicos fuertes a personas que solo buscaban colocarse.
Lo primero que pensó al ver a la joven fue que parecía fuera de lugar entre las personas que decoraban la sala de espera de Urgencias un sábado por la noche. Tenía el pelo largo, del color de la mantequilla. Sus rasgos eran delicados y sus labios, rosas y brillantes. Llevaba un zapato con un tacón tan alto que podía ser utilizado como arma. El otro lo tenía en la mano.
Su tobillo ya se estaba volviendo azul.
¿Cómo esperaban las mujeres llevar tacones así y no