Antonio González de Cosío

Bloggerfucker


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tema delicado. Anita, aquí presente, recibió una llamada que nos ha inquietado muchísimo.

      —Sí —dijo Anita—, acabo de hablar con el director general de Statement Cosmetics que, como saben, es uno de nuestros anunciantes más potentes —respiró profundo para luego continuar—. Me dijo que va retirar por completo la pauta publicitaria de Couture y de todas las revistas de la editorial porque la directora de una publicación de esta casa le faltó al respeto a su compañía esta mañana.

      ¿Cuántos likes tiene la foto de la ridícula esta de Lilian, setecientos ochenta? ¡Ah, claro, ya vi! Los views van creciendo por segundos. Son likes comprados. Ya decía yo. Ya va de salida. Por bruta y por chismosa. Además esos zapatos de Fendi son de la temporada pasada. ¿Pues, no que tan millonaria? Nena, cómprate zapatos de temporada, no seas naca…

      Al sentir la mirada quemadora de Adolfo, escondió el teléfono bajo la mesa de inmediato.

      —Ay, qué cosa —dijo Claudine.

      —¿Qué cosa con qué Claudine? ¿Estabas escuchando? —dijo Adolfo.

      —Perdón, era una cosa urgente de trabajo.

      —Decíamos que una directora de esta editorial es responsable de que nos quiten la pauta de Statement —resumió Anita.

      —¿En serio? ¿Quién? —preguntó Claudine, intrigada.

      —Tú —dijo Adolfo, rechinando tanto los dientes que incluso sintió cómo uno se despostillaba.

      —¿Yo?

      —Sí, tú. En el desayuno de hoy dijiste que sus productos te sacan granos —dijo Anita inquisitivamente.

      Mierda. Mierda. Mierda. Seguro la cabrona invertida de La Carola fue con el chisme. Si una mujer de verdad no es de fiar, mucho menos una ficticia.

      —Una de las cosas por las que ocupas este puesto —dijo Adolfo— es por tu buena imagen y porque eres buena con las relaciones públicas. O eras.

      —Pero nadie me escuchó, se lo dije a una blogger a la que regalé mis productos, porque es cierto: sus productos me sacan granos.

      —Como si te dieran lepra, Claudine. ¡Carajo! Haberte callado el comentario. Sales de ahí con una sonrisa y luego tiras los productos al escusado si quieres. ¿Qué estabas pensando? Escúchame: no sé qué vas a hacer, arrodillarte o ponerte de cabeza, me da igual, pero tienes que traer de vuelta a este cliente. Con lo que estamos viviendo ahora mismo no podemos darnos el lujo de perder una cuenta como ésa. Y menos por una pendejada.

      No llores. No llores…

      —Lo voy a arreglar, Adolfo, te lo prometo.

      —Eso espero. Lo quiero resuelto para el viernes.

      —Tenemos otro tema que quisiéramos tratar, Adolfo —dijo Anita mirando de reojo a la acusada—. Ésta es la maqueta del Couture del próximo mes y no hay apoyo para los anunciantes. Y no está programado tampoco el editorial que hicimos con Dior en Nueva York.

      Adolfo tomó su celular y marcó un número. “Que suba Eduardo”, dijo imperativo. Anita miró de reojo a los otros y se tronó los dedos de las manos empapadas de sudor. Nadie dijo ni pío. El aire —y otras cosas— podía cortarse con cuchillo en ese momento. Eduardo entró a la sala de juntas y, al notar el ambiente, sólo masculló un saludo que, de antemano, sabía que no sería respondido. Se dispuso a recibir el golpe.

      —Eduardo, me está diciendo el departamento de ventas que no hay apoyos para los anunciantes en este número. ¿Me puedes explicar por qué? —inquirió Adolfo.

      —Creo que Claudine puede explicarlo mejor…

      —Pero te estoy preguntando a ti.

      —Hicimos el shooting en Nueva York, pero a Claudine no le gustó —dijo Eduardo, tragando saliva.

      —Es que no salió bien, no está a la altura de lo que queremos ahora de la revista. Y con respecto a los otros anunciantes… no sé qué decirte. ¿Sabes algo de esto, Eduardo? —dijo Claudine titubeante.

      —Sí, claro —respondió Eduardo—. Son las marcas y notas editoriales que sacaste porque te parecían “una vulgaridad”.

      —Pero debiste haberme dicho que eran apoyos.

      —Te lo dije.

      Adolfo, con riesgo de cargarse la dentadura, rechinó más los dientes y maldijo el momento en que se deshizo de Helena. Tenía que haberlo gestionado de otra forma y no cortándola de tajo del panorama. Ya presentía entonces que aquello tendría consecuencias, pero nunca se imaginó que fueran tan pronto y tan graves. Recordó que su madre le había dicho alguna vez: “A los jefes, a veces hay que hacerles como en el ‘Son de la negra’: decirles que sí, pero no decirles cuándo”. Por más presión que ejercieran sus superiores, tenía que haber planeado mejor su jugada. Ni hablar. Ahora sólo tenía unas ganas locas de darle un bofetón a Claudine… o dárselo a sí mismo por haberla contratado. Pero ya era muy tarde.

      —Vas a tener que trabajar horas extra, Claudine. Esta maqueta es una porquería. Necesito que la arregles ya —dijo, arrojándola sobre la mesa.

      —Es que es injusto, es mi primer número —dijo Claudine con los ojos húmedos.

      —Por eso tiene que ser estupendo. ¿No te das cuenta? Es tu prestigio. De aquí puedes irte al cielo o estrellarte en el pavimento. Dijiste que eras capaz cuando te ofrecí el puesto. Demuéstramelo.

      —Adolfo, me gustaría enseñarte algo —dijo Eduardo de pronto, extendiéndole su iPad.

      —¿Qué es esto?

      —Es la maqueta del número siguiente.

      En la más pura escuela de Helena, Eduardo había armado perfectamente el número de la revista con todos los apoyos a anunciantes, los editoriales de moda exquisitamente diseñados, incluido el bendito shooting de Nueva York, pero con una variante: Eduardo había sido lo suficientemente hábil como para utilizar a la modelo que Helena había aprobado antes de irse; de modo que hizo de manera simultánea las fotos con ella y con la modelo inservible que Claudine había impuesto. Era el golpe maestro con el cual esperaba eliminar a Claudine… y quedarse él con su puesto. Ya lo había dicho por toda la editorial sin pudor alguno: quien merecía ser director de Couture era él. Él sí podía hacerlo. En el último año Helena había extremado sus precauciones con Eduardo, porque a pesar de ser un excelente profesional, su ambición desmedida lo hacía una persona en la que no se podía confiar plenamente. Y tenía toda la razón.

      Adolfo revisó rápidamente la maqueta en el iPad y su rostro se relajó poco a poco. Los dientes dejaron de rechinar. Claudine, por otro lado, tenía los ojos como un cuadro surrealista por las formas insospechadas que había adquirido su maquillaje corrido. Miró directamente a Eduardo: por fin, todo ese odio escondido que le tenía salía a la luz. Si bien aquello era lo más rastrero que nadie le había hecho nunca, tuvo que admitir que el movimiento de Eduardo les había salvado el pellejo. A ella quién sabe, pero a la revista sí.

      Ahora sí ya me jodí. Me van a correr y dónde voy a encontrar otro trabajo de este nivel. No llores, ya no llores. Y recuerda la próxima vez que vayas a Saks, compra maquillaje contra agua, a estas alturas ya deberías tenerlo claro. Eduardo es un hijo de la chingada, pero por idiota no me hice amiga de él. Le hubiera dado el avión y dejarlo que hiciera todo mientras yo me iba a los viajes y los eventos, que para eso soy la directora. ¿Me darán trabajo en Vogue? A lo mejor sí…

      —Claudine, lleva esta maqueta a producción —dijo Adolfo decidido—. Eduardo: excelente trabajo. Impecable, como siempre.

      Eduardo sonrió y, triunfante, miró con desprecio a Claudine. Estás acabada, bastarda, se decía, y en su cabeza reía a mandíbula batiente.

      —Desafortunadamente —continuó Adolfo—, voy a tener que despedirte por haber actuado a espaldas de tu jefa. Es un enorme gesto de deslealtad, y en esta empresa no queremos gente así. Gracias a todos —y abandonó