de su presencia. La consagración actualiza la memoria del cuerpo roto y la vida entregada y rehecha, y el testamento del amor que se verifica ahora en José María. En el rezo del Padrenuestro, con las manos entrelazadas, pedimos el regalo de su Reino, y después de la comunión, en un momento de emoción contenida, la esposa y cada hijo expresaron sus sentimientos de gratitud, cariño y apoyo hacia el padre. Él añadió unas palabras de despedida y les bendijo. Concluimos con el himno:
Ando por mi camino pasajero,
y a veces creo que voy sin compañía,
hasta que siento el paso que me guía,
al compás de mi andar, de otro viajero.
No lo veo pero está.
Si voy ligero, él apresura el paso;
se diría que quiere ir a mi lado todo el día,
invisible y seguro el compañero.
Y, cuando hay que subir monte
(Calvario lo llama él),
siento en su mano amiga,
que me ayuda, una llaga dolorosa.
Al final, uno de los hijos que había temido mucho este encuentro expresaba su experiencia de salir reconfortado.
La unción comunitaria de los enfermos, sacramento de la ternura de Dios
En nuestra sociedad de la permanente «operación triunfo» no estamos preparados para asumir la decadencia, la enfermedad, la proximidad de la muerte.
A su vez, la comunidad parroquial tiene conciencia de ser heredera de una tradición rica en experiencias de sentido, referencias, ritos que ayudan a asumir esas dimensiones problemáticas de la existencia humana. Precisamente, las celebraciones sacramentales ponen en juego palabras que expresan sentimientos profundos, relatos de sanaciones obradas por Jesús que abren a la esperanza, símbolos y gestos que tocan lo profundo y conmueven, y también la presencia de la comunidad que suma sentimientos, aglutina, profundiza actitudes con múltiples efectos reparadores y sanadores.
La celebración comunitaria de los enfermos en la fiesta de Pentecostés marca, en la pastoral parroquial, uno de los momentos cumbre de la expresión del consuelo y ayuda para los enfermos y sus familiares.
El contexto
Esta celebración está enmarcada en el proyecto parroquial «una comunidad al servicio de los enfermos», que desarrolla este programa concreto:
• Sensibilizar a toda la comunidad parroquial y ayudarla a tomar conciencia de su misión de «servir a los enfermos y sus familiares» mediante homilías dominicales en las que se abordaba el tema y un cursillo de iniciación en la pastoral de la salud (tres charlas en el mes de octubre).
• Ampliar y consolidar el grupo de pastoral de la salud mediante reuniones de orientación y revisión para mejorar la calidad de las visitas a las familias.
• Fomentar una mayor presencia de los enfermos en la vida de la comunidad cristiana. Para ello se estimula la presencia y participación especial de enfermos en las celebraciones de los momentos litúrgicos fuertes (Navidad, Semana Santa, Pentecostés); se da relieve en las eucaristías a los familiares o visitadores que llevan la comunión a los enfermos; se les hace llegar un mensaje especial de la comunidad en Navidad con la visita de los Reyes Magos, realizada por jóvenes.
• Prestar atención y cuidado a las familias de los enfermos. Se dedica una convivencia parroquial de fin de semana a profundizar en este tema, desde la psicología, la fe y los testimonios de enfermos.
La celebración de la unción se ve reforzada por la administración de la comunión realizada semanalmente para unos veinte enfermos a través de sus familiares, miembros del equipo de pastoral de la salud o de dos sacerdotes que dedican una tarde a la semana a este ministerio.
Preparación previa
– Objetivos
• Ayudar a los enfermos a que caigan en la cuenta de que hay otros enfermos que también sufren, de que, a pesar de sus limitaciones, siguen siendo útiles en la familia y en la comunidad parroquial.
• Recordar, agradecer y celebrar lo que hacen por los enfermos las familias, los amigos, los vecinos, las instituciones sanitarias, la parroquia.
• Facilitar la comprensión y vivencia en sentido esperanzador y gozoso del sacramento.
• Contribuir a desdramatizar el sacramento y a superar los prejuicios y temores que suscita habitualmente.
– Información a los enfermos y a la comunidad parroquial
• Anuncios oportunos en las eucaristías de los domingos.
• Carteles anunciadores.
• Charla abierta a toda la comunidad parroquial sobre el sentido y ritual de la unción.
• Preparación de la celebración para la participación activa de los enfermos, familiares y miembros del grupo de pastoral.
La celebración
La celebración comunitaria de la unción se llevó a cabo en la eucaristía dominical de la fiesta de Pentecostés, en la que participaron el equipo de pastoral de la salud, 23 enfermos acompañados de sus familiares y la comunidad parroquial habitual de la misa.
Destacamos algunos rasgos significativos:
• Símbolos: el óleo de los enfermos, el cirio pascual, una cruz grande de madera preparada al efecto con la inscripción; «Salud para los enfermos», y que quedaría incorporada en el presbiterio de modo habitual, cruces sencillas de madera para imponer a cada enfermo, una planta como señal de la vida que pervive.
• El saludo inicial del sacerdote: «Bienvenidos todos, especialmente los que vais a recibir el sacramento de la unción en esta celebración de la fiesta de Pentecostés. En vuestra situación de debilidad necesitáis presencias, cercanía, que aquí quedan bien cumplidas por vuestros familiares, la comunidad parroquial y Dios mismo, que se os va a hacer sensible con su Espíritu, que es respiro, alivio, bálsamo en vuestras heridas. La cruz es otra presencia significativa: símbolo de vuestro dolor, pero por Cristo, señal de salud y esperanza para todos. Con vosotros nos sentimos en debilidad y nos acogemos a la misericordia».
• La liturgia de la Palabra en torno a estos textos: Hch 2,1-11, con el relato sobre la venida del Espíritu; Sant 5,13-16, que refleja las prácticas de los primeros cristianos para con sus enfermos, y Jn 20,19-23, relato de una aparición del Resucitado, que alienta su mismo Espíritu sobre los miedosos discípulos.
• Homilía: «Hoy se repite la escena de la aparición del Resucitado-llagado en medio de los discípulos miedosos y acobardados, a los que comunica su aliento para seguir.
A todos nosotros, la enfermedad, los años, los fracasos, nos cierran, bloquean nuestras puertas y ventanas (el oído, la vista, las posibilidades de comunicación).
Nos urgen presencias que nos entren dentro a pesar de la cerrazón: los nietos, un hijo que nos visita después de un tiempo de ausencia, una cuidadora que nos atiende con delicadeza, el médico del ambulatorio, que se interesa por nosotros, nos escucha y nos reanima.
Hoy, singularmente, tenemos la presencia del Resucitado (él sabe de la cruz). Con su Espíritu penetra en nuestro interior a pesar de nuestras resistencias y se transforma para nosotros en paz, perdón, brisa de aliento que se cuela por las rendijas, fuego-luz que reanima, inspiración-oxígeno vital, ungüento que hidrata y sana las heridas… a través de los gestos sacramentales (imposición de manos y unción).
Se nos ofrece además como pan de los débiles, la mejor medicina posible para restaurar y reanimar al decaído.