Carlos Julio Restrepo Velásquez

Lenguaje, conocimiento y educación superior


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estudio científico no existe, y que hallar la manera de investigarlo apropiadamente es un desafío para los métodos convencionales: “Mi propia suposición es que el lenguaje existe como un módulo de la mente y el cuerpo, principalmente el cerebro” (Chomsky, 2011). Uno de los argumentos para negarlo es que confundimos las evidencias de su funcionamiento —por ejemplo, la comunicación y el pensamiento— con el propio conocimiento. Entre los desafíos que se presentan está saber cuándo se está investigando en un ámbito específico, ya sea social, psíquico o biológico; esto es clave en la investigación de las dinámicas del conocimiento.

      Ahora bien, independientemente de cómo existe el lenguaje, para las instituciones educativas, en general, y para las universidades, en particular, abordar el conocimiento y sus dinámicas es fundamental, y está vinculado a comprender esas relaciones y subordinaciones, así como sus estructuras, factores, tensiones, variables. En este panorama, es esencial aproximarse a la comprensión de las relaciones entre lenguaje y conocimiento en el contexto de la educación superior, para avanzar en la comprensión de esta en la geopolítica mundial. Para comenzar, revisemos lo esencial.

      El verbo nombrar

      Las tres acepciones de este verbo indican que su significado puede ser: ‘delegación de alguien en un cargo’, ‘dar nombre a algo’ y ‘decir algo’. Considerando la segunda acepción, en la relación entre conocimiento y lenguaje, nombrar es la capacidad que implica funciones como comprender, escuchar, saber, relacionar, pronunciar, recordar, conversar. Cada una de estas funciones determina una serie de procedimientos incorporados; por ejemplo, el acto de conversar hace necesario que, en simultáneo, las personas deban escuchar, observar, pensar, hablar. A veces, funciones como nombrar pasan desapercibidas o pueden parecer triviales. Sin embargo, en cuanto función esencial del intelecto, integra lenguaje, pensamiento, conocimiento y comunicación, y su complejidad suscita profundas reflexiones.

      Todos nombramos todo el tiempo: situaciones, percepciones, emociones, objetos, personas, funciones, relaciones. Lo hacemos a partir de unos referentes básicos que aprendemos durante la vida; una especie de diccionario personal en el cual existen —más que significados académicos definitivos— emociones, experiencias, vivencias personales, en dinámica constante. Por eso, nombrar es un acto subjetivo y cambiante, una capacidad que todos los seres humanos desarrollamos, con mayor o menor agudeza. Para autores como George Steiner, solo se nombra lo que existe en nuestro conocimiento. Esto implica que el límite del conocimiento radica en la calidad del lenguaje; lo cual, a la vez, nos remite a la amplitud del idioma y la flexibilidad de la lengua.

      A fin de explorar un poco más sobre las tendencias contemporáneas del estudio del lenguaje y su relación con el conocimiento, admitamos que el común de las personas no diferencia claramente entre idioma, lengua, lenguaje y habla. Sin embargo, aprenden, piensan y se comunican, algunos con mayor elocuencia que otros. Es posible que estudiosos del tema, como profesores universitarios, quienes sí los diferencian con precisión, tengan limitaciones para hacerse entender cuando los quieren transmitir. Por otro lado, muchas personas, que no saben leer ni escribir, enuncian sus pensamientos en forma fluida, resuelven problemas, toman decisiones, comprenden situaciones, argumentan en forma jerarquizada, escuchan y discuten con propiedad. Estos hechos nos obligan a reconocer que nombrar, como función esencial del lenguaje, tiene que ver con habilidades innatas, que no se aprenden. Esas características estructurales del sujeto no necesariamente se desarrollan en la academia sino en la vida cotidiana; y es posible que se relacionen de forma sutil con aspectos de orden fisiológico, anatómico, psicológico, neurológico; particularidades del intelecto del sujeto, se puede concluir.

      Sintaxis

      El lingüista norteamericano Noam Chomsky, en la conferencia presentada el 8 de abril del 2011 en la Universidad de Carleton, Otawa, llamada El lenguaje y las revoluciones de la ciencia cognitiva, define la naturaleza del lenguaje de la siguiente forma:

      Para ilustrar de manera más precisa esta afirmación, sin incurrir en definiciones y términos científicos, se puede utilizar una analogía: pensemos que el lenguaje es un software con el cual los seres humanos desarrollan una serie de habilidades neurológicas, fisiológicas y psicológicas complejas. Integra sistemas, como el aparato auditivo, para recibir sonidos mediante los oídos y convertir, en milésimas de segundo, señales acústicas en impulsos eléctricos, transmitiéndolos al cerebro; o los sistemas neurofisiológicos, como la memoria, para localizar, evocar y utilizar los referentes previos de esos sonidos; y la imaginación, para desarrollar las posibilidades de combinación, interpretación y respuesta, aplicando algoritmos matemáticos de probabilidad y combinatoria. Este software, casi instantáneamente, emite las señales eléctricas al aparato fonatorio y articula sonidos con sentido, audibles, inteligibles; recurre al archivo general de la memoria y la asocia con aspectos inesperados. Simultáneamente —sin importar que la persona esté caminando, montando en bicicleta o en medio de una fiesta—, los ojos observan gestos, ademanes y posturas del interlocutor, para captar datos paralingüísticos; aquellos que no están estructurados en la gramática formal del idioma, sino en la semiología de la cultura, la particularidad del género, la especificidad de la profesión y la conducta de la persona, y contienen información valiosa que reafirma la validez o invalidez de la palabra oral. Todo esto es el lenguaje: ojos, oídos, memoria, imaginación, locución, tacto, intuición, plenamente sincronizados.

      Son estas funciones básicas las que definen el lenguaje, diferenciándolo de la comunicación, del pensamiento y del conocimiento, que son esencialmente evidencias de su funcionamiento. Con todas sus características, falencias y disfunciones, el lenguaje es una potente capacidad, estrictamente personal, subjetiva. Se puede afirmar que el pensamiento, como función subordinada del lenguaje, es la parte íntima y autorreflexiva que se ocupa de sí misma. Ocurre en la intimidad de nuestra mente; sin escuchar ni hablar con alguien, pensamos en nuestro idioma; y pensamos todo el tiempo. Es como si nuestra voz nos hablara a nosotros mismos: nos preguntamos y nos contestamos. Un monólogo mental. Con frecuencia, nuestro pensamiento no sigue la linealidad de la palabra oral, piensa y dice (o reacciona) luego de elaborar raciocinios inmediatos, instantáneos, casi simultáneos. Parece ser que, en lugar de pensar con palabras, pensáramos con imágenes, pulsos o sensaciones, o procesáramos experiencias comprimidas con una metodología y velocidad que excede nuestro manejo, comprensión y expresión oral.

      En consecuencia, considerar lenguaje y pensamiento como fenómeno y evidencia, respectivamente, ayuda a entender la comunicación en cuanto interacción de dos o más lenguajes y pensamientos. Por ejemplo, en una pareja enamorada se dan condiciones ideales que llevan la comunicación a una altísima efectividad, porque lenguaje y pensamiento despliegan toda su potencia. La situación general podría ser esta: están muy cerca uno del otro, están en el ámbito de la intimidad, hablan en voz baja, se miran a los ojos, con frecuencia se toman de las manos y se abrazan; sienten su pulso y temperatura, perciben su ánimo, se escuchan con concentración; el mundo a su alrededor desaparece y solo están el uno para el otro; se pueden quedar en silencio y siguen en comunicación. Aquí el lenguaje —la capacidad psíquica y fisiológica—, la comunicación —la relación íntima del lenguaje entre dos personas— y el pensamiento —la comunicación interior consigo mismo— se afinan y se sincronizan. De modo que, sin incurrir en asuntos morales, para algunos las posibilidades de equivocación, error o manipulación se disminuyen casi a cero; para otros, se elevan significativamente.

      Como se ha dicho, los ojos de cada interlocutor están observando los gestos, los ademanes y las posturas del otro, captando datos paralingüísticos, no estructurados en la gramática formal del idioma, sino en la semiología de la cultura, en la expresión corporal y en la psiquis del individuo. De cierta manera, cuando la compenetración mutua llega a ese nivel de profundidad y detalle, aparecen otras capacidades, como la intuición, que en este caso es la capacidad de pronosticar o anticipar algo con mucha probabilidad de acierto.