Omar Alberto Garzón Chiriví

Rezar, soplar, cantar: etnografía de una lengua ritual


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a que “se ha perdido la verdadera identidad en los diversos aspectos culturales: como la lengua, las costumbres, el folclor y, lo más lastimoso, el verdadero pensamiento indígena” (p. 66).

      Entre los retos más importantes del colegio bilingüe está el poder ganar la credibilidad de los mismos indígenas y hacer entender que lo que allí ocurre es de suma importancia para el fortalecimiento cultural y lingüístico de la comunidad. La incredulidad viene fundada, en opinión de las mismas gentes, en que los niños necesitan “aprender cosas para que se puedan defender en la vida”. Cuando se hace mención de esto, se piensa inmediatamente en que los niños y jóvenes aprendan a usar computadoras y sepan matemáticas y ciencias. Frente a esta situación, y con miras a mantenerse vigente entre la comunidad, la institución ha venido, por una parte, adquiriendo recursos para la dotación del colegio y la capacitación de los profesores y, por otra, organizando un currículo en el que se contemple tanto los saberes de la comunidad como los saberes tradicionales de la escuela (ciencias, matemáticas y lenguaje). Lo que queda por discutir es si saberes como la medicina tradicional o el cuidado de la chagra se pueden curricularizar; de ser esto posible, habría que ver cuál es la orientación que se le da al proceso, pues una propuesta sería que el colegio pensara en tecnificar estos saberes, más allá de ser un referencial para sus gentes. Si el proceso que se está dando en el colegio continúa, el paso siguiente sería la constitución de este en una universidad agrícola.

      Las discusiones sobre la incidencia de los procesos de escolarización entre los indígenas van en dos sentidos: uno propende a un no rotundo a la escuela y otro promulga la curricularización y pedagogización de la vida indígena. Ambas posturas pecan por exageración. A mi parecer, el debate no debe darse sobre la escuela —institución que en la actualidad se ha transformado para responder a las necesidades del mercado—, sino sobre el lugar social e histórico que demandan estos tiempos a las sociedades indígenas del país. La discusión curricular debe ser política. Es esta la que debe orientar los destinos de un proyecto escolar u otro tipo de proyecto. Una salida a ello depende igualmente de procesos de autonomía, no para “decidir” hacer lo mismo que hacen otros, sino para tomar una decisión frente a los retos actuales: globalización, pero también emergencia de las sociedades minoritarias, crisis de los Estados nacionales, descentralización política y conflicto armado. Estas y otras discusiones, indefectiblemente, deben formar parte de un debate para la generación de políticas de planificación lingüística.

      Hay dos festividades que son centrales dentro del pueblo caméntŝá: el Carnaval de Blancos y Negros y el Carnaval Indígena. El primero es la prolongación del que se celebra en la ciudad de Pasto y, en general, en todo el departamento de Nariño y algunas poblaciones del departamento de Putumayo. La participación indígena se da a través de las comparsas en los desfiles del 6 y 7 de enero y con la realización del Carnaval Indígena en las veredas el 8 de enero. Los preparativos del carnaval son de suma importancia y la planificación de las comparsas tiene toda una tradición dentro de la comunidad. Son días de jolgorio y celebración: se bebe chicha de maíz, se comparten viandas y se baila al son de flautas y tambores. Al igual que en las celebraciones de la ciudad de Pasto, el día de blancos se juega con talco y el día de negros, con cosméticos de color negro, los cuales se untan colectivamente.

      La otra celebración, quizás la más importante para la comunidad caméntŝá, es el Carnaval del Perdón, bëtsknaté o klestrinyé, que se traduce como “el día grande”. Este se celebra una semana antes de la Semana Santa católica. Esta festividad fue declarada por el Ministerio de Cultura de Colombia como “patrimonio cultural e inmaterial de la Nación” (Resolución 3471 de 2013).

      El carnaval inicia su recorrido en alguna de las veredas del municipio y se desplaza a lo largo del territorio. Los participantes bailan al son de tambores, flautas dulces y armónicas. Hombres y mujeres llevan coronas adornadas con cintas de colores y plumas, y se usa el sayo o ruana tradicional de colores a rayas blancas y azules. Los personajes de las comparsas son el matachín, los bandereros y las batas. Esta fiesta congrega a toda la comunidad, incluidas sus autoridades tradicionales, quienes anuncian el inicio del carnaval tocando un cuerno.

      El recorrido se detiene en la plaza central de Sibundoy. Allí se asiste a una eucaristía católica en la catedral principal, donde, al finalizar la misa, los asistentes bailan y se regocijan. De allí, salen hacia la casa del cabildo mayor, frente a cuya puerta se ha construido previamente un arco de palma del cual cuelga un gallo, que será decapitado como símbolo de conjuro por el colonialismo. Posteriormente, los asistentes entran al cabildo, donde se ha preparado comida y chicha de maíz en abundancia; se baila hasta bien entrada la noche y, de allí, se sale de visita a distintas casas, donde esperan a los danzantes del carnaval con más comida y chicha de maíz.

      El carnaval es la oportunidad para el reencuentro familiar, la reconciliación y el perdón por las faltas que se pudieron cometer durante el año; pero, principalmente, es la oportunidad de compartir el alimento en abundancia, para que durante el año que comienza no falte la comida en ningún hogar caméntŝá. Los estudiantes que viven fuera de Sibundoy regresan para esta fiesta y quienes no lo logran celebran el carnaval en el lugar donde se encuentren viviendo.

      La forma de vida del grupo es de carácter campesino. El territorio se divide en pequeñas parcelas empleadas para el cultivo de maíz, fríjol y papa, así como para la cría de ganado vacuno. En los solares de las casas se crían gallinas y cuyes, animales que forman parte de la dieta alimenticia del pueblo caméntŝá. Sus casas son construcciones en madera, que por lo general pintan de color azul y blanco. Las familias se organizan de manera patrilineal. En ocasiones, las comunidades inga y caméntŝá establecen alianzas matrimoniales, conservándose siempre la lengua del padre. Como resultado de la evangelización capuchina, iniciada a comienzos del siglo XX, los indígenas caméntŝás se vieron obligados a adoptar la religión católica, la cual profesan mayoritariamente en la actualidad.

      El conjunto de prácticas culturales de la sociedad caméntŝá descrito hasta este punto se puede caracterizar como un proceso de transculturación (Ortiz, 2002). Desde esta perspectiva, no se puede negar que la sociedad caméntŝá no sea poseedora de valores y creencias ancestrales propias, ni que tampoco sea devota fiel de los principios de la religión católica, sino que, en un proceso de acomodación y resistencia, acoge elementos de ambas fuentes y los amalgama para crear “un fenómeno nuevo, original e independiente” (Ortiz, 2002, p. 125).

      Un día en un cerro [El Cedro], un indígena que se hallaba trabajando la tierra vio de pronto un hombre de cabellera y barba larga, de gran hermosura. Era el Señor de Sibundoy. Aquel hombre que vestía cusma le encomendó al indígena la construcción de una capilla donde debería encender todos los días un cirio. El indígena aceptó y construyó la capilla en donde permanecía el Señor de Sibundoy. Un día, el indígena llegó y lo encontró con su túnica mojada. “Señor”, le preguntó el indígena, “¿en dónde has estado?”, pero el Señor de Sibundoy no le respondió. Así, cada día que el indígena iba a encender el cirio, encontraba al señor de Sibundoy sentado en un lugar diferente, por lo cual decidieron darle varios azotes. Entonces, el Señor riéndose dijo: “para vosotros mismos estoy reconstruyendo el camino y por qué me vais a flagelar”. “Volveré al lugar del trabajo para continuar la reapertura del camino, a fin de que vosotros transitéis sin trabajo”. Efectivamente, cuando la persona encargada de encender la vela volvió a la capilla, no encontró al Señor. A los ocho días, estando el Señor en la capilla, por orden del alférez y del sacristán, se convino flagelar al Señor en el cabildo. No se sabe cuántas zurras de azotes le dieron. Después de la azotaina, el Señor de Sibundoy dijo a la comunidad: “si vosotros tenéis más que poder que yo, os abandonaré y os daré un castigo. Como yo tengo grey en otra parte, seguramente me tratarán allá con más respeto y delicadeza. Aquí no. Ya me hicieron sentir dolores intensos en mi cuerpo. Allá vosotros. Habrá castigo para los sembrados y también para vosotros”. A los ocho días desapareció el Señor de Sibundoy de la capilla. Ahora está en Pasto. Desde entonces, nosotros hablamos así. (Historia narrada por el taita Martín Agreda, en Sibundoy)

      Para la tradición