José Federico Besserer Alatorre

Estudios transnacionales


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      Si el transnacionalismo fue un proceso que describe los cambios en las disciplinas, otros cambios venían desde los márgenes de las mismas. Éste es el caso de los estudios culturales británicos que según lo explica Stuart Hall (1990b) surgen de distintas situaciones en los márgenes disciplinarios. La primera de ellas fue que se trataba de “profesores extramuros” cercanos al movimiento obrero de la época que venían de la práctica política a la academia. La segunda de ellas fue que algunos de estos académicos no provenían del centro del poder británico, sino de la vida rural (como Raymond Williams) o de las ex colonias (como el propio Stuart Hall). Finalmente no ingresaron a la estructura disciplinaria, sino a un centro formado por Richard Hoggart en Birmingham, donde uno de los temas centrales fue comprender cómo la cultura de masas estaba transformando lo que E.P. Thompson llamaba la “cultura de clase” de los trabajadores (1978).

      El centro fue un lugar de convergencia de dos tipos de crisis disciplinarias. Por un lado, la crisis de las humanidades en un país “posimperial” que debía repensar la manera en que se construía a sí mismo. Esta reconceptualización sucedió principalmente a través y dentro de las estructuras disciplinarias de las humanidades en universidades como Cambridge, encargadas de velar por la “lengua inglesa”. Por el otro lado, las ciencias sociales como la sociología no comprendieron el lugar central que ocupaba el cambio cultural en la transformación del lugar político y económico de la sociedad inglesa de la época. Es así como la cultura aparece como un tema preponderante en el centro de dos crisis disciplinarias, y para su estudio se incorpora desde la historia hasta la antropología (creando un enfrentamiento con la división del trabajo que proponía que la antropología era para el estudio de “los otros”) y a los autores marxistas como Gramsci y la Escuela de Frankfurt. Había una teoría que construir, y esto, nos dice Hall, no se realizó en la encumbrada oficina de los profesores, sino en otra “orilla” del aparato disciplinario que es el aula, con los recién llegados a la formación universitaria. El caso de Birmingham ilustra la convergencia y yuxtaposición de dos crisis disciplinarias, la de las ciencias sociales y la de las humanidades que explican el carácter no “inter” sino “trans” disciplinario de los estudios culturales. Aquí tomo la idea de trans­ como en transculturalidad, en el sentido de dos procesos que se informan mutuamente y se transforman en un marco de desigualdades jerárquicas.

       La ruptura epistémica

      Una discusión que iniciaran Nina Glick Schiller y George Fouron (1990) en torno al concepto de “diáspora” me parece que puede ser útil para describir un “quiebre epistémico” (para usar el concepto de la epistemología feminista) que se da a inicios de los años 1990 entre las tendencias disciplinarias que usaron el concepto de “transnacionalismo” y aquella versión que incluye a las posturas transdiscipinarias que hemos denominado “estudios transnacionales”.

      En este contexto surgen tres posturas transdisciplinarias en el escenario de la discusión sobre los procesos transnacionales asociadas con quienes podríamos referir como teóricos que escribían desde sus propias condiciones descentradas. Por un lado, los estudios culturales que pusieron en el centro el concepto de “diáspora” y el de “intelectual diaspórico”. Estas posturas proponen romper con los estudios “nacionales” y usan nuevos referentes geográficos o “formaciones transnacionales”, como El Atlántico Negro (Gilroy, 1993). Es una mirada que sostiene la posibilidad de construir conocimiento a partir de la “experiencia diaspórica” (Morley y Chen, 1996). Por otro lado, los estudios poscoloniales que cuestionaron las categorías que usamos para conocer la realidad, vengan éstas de la experiencia o de la abstracción académica, para proponer que había que iniciar por la crítica de la representación, como lo hizo Said en su trabajo sobre el “Orientalismo” (Said 1990). Este giro le permitió a los estudios poscoloniales criticar la figura del “nativismo” como una construcción de los intelectuales poscoloniales, que se representan a sí mismos y su país con las imágenes que el imperio construyó sobre la colonia (Spivak, 1989). Por su parte, me parece que el feminismo contribuyó a la construcción de una epistemología del transnacionalismo que permitió estudiar a profundidad los nacionalismos y su papel en la construcción de categorías científicas y propuso incluir el análisis del texto antropológico como parte de la ecuación crítica (Grewal y Kaplan, 1994; Brah, 1996).

       Alejamiento entre transnacionalismo y estudios transdiscipinarios

      La discusión entre el transnacionlismo y lo que hemos llamado las posturas transdisciplinarias tuvieron momentos de diálogo productivo. Un ejemplo de ello lo encontramos en la reunión que, auspiciada por la Fundación Wenner Green, se dio en Mijas, España, en 1994, con el título “Transnationalism, Nation­State Building, and Culture”, con la presencia de Bela Feldman Bianco, Partha Chatterjee, Nina Glick Schiller, Stuart Hall, Michael Kearney y Aihwa Ong, entre otros, que marcaba un momento en que se hacía posible la construcción de un acercamiento que produjera una mirada multifacética desde los estudios transnacionales.

      Sin embargo, desde la perspectiva de la antropología este proceso se dio en un periodo de crisis al que se denominó el “momento experimental de la antropología” (Marcus y Fischer, 1986), en el que crecieron, al decir de Marcus (1995), las “ansiedades metodológicas”. Los cambios disciplinarios que provocó empujaron, en algunos casos, a la antropología a un punto de ruptura. Al menos éste fue el caso en el departamento donde yo estudié, donde se formaron dos departamentos de antropología: uno como “ciencia antropológica” y otro con una mirada crítica de las posiciones “objetivistas” de la disciplina (situación que perduró durante diez años). Esta tensión en la antropología se expresó en las posturas del transnacionalismo disciplinario en contra de las posturas transdiciplinarias, en particular la de los estudios culturales, y puede encontrarse en los argumentos de dos autores de gran relevancia para el pensamiento transnacional: Michael Kearney y Aihwa Ong.

      La preocupación de Michael Kearney (2004a) tenía que ver con el papel de la disciplina antropológica para poder comprender lo humano de una manera “robusta”. Él trabajaba en el Departamento de Antropología de la Universidad de California en Riverside, organizado en los cuatro campos: arqueología, antropología física, antropología lingüística y antropología cultural. Su preocupación era que él identificaba fuerzas centrífugas dentro de la antropología que tendían a separarla por subdisciplinas. El advenimiento de los “estudios culturales” agregaba una tensión adicional entre una antropología humanística y una científica. Esta tendencia a la separación, pensaba él, era probablemente uno de los retos más significativos para la antropología, y fue la razón por la cual adoptó una opinión crítica de cara a los “estudios culturales”, los cuales percibía como una postura que subestimaba la importancia del sustrato biológico de los humanos y del entorno ecológico. Esta problemática ha sido un tema de discusión importante en la literatura estadounidense (Segal y Yanagisako, 2005). Kearney propugnaba por el enfoque de los cuatro campos en la antropología; al mismo tiempo, pensaba, se requiere mantener el enfoque que estudia las bases materiales de la existencia y los enfoques humanísticos que la interpretan como parte de un mismo cuerpo de pensamiento. Estos dos ejes de integración eran la premisa para una teoría integral que permitiese un análisis holístico de lo humano. Éste, según él, era un problema teórico, pero también un problema de la socio logía de la ciencia, pues la disciplina requiere de grupos epistémicos de investigadores que puedan interactuar para pensar en sintonía.

      Aihwa Ong, otra prominente antropóloga estudiosa de la transnacionalidad, se expresó también de manera contundente en contra de los “estudios culturales”, los cuales, veía ella, se alejaban de las “grandes narrativas” y con ello de la capacidad de estudiar los aspectos materiales de la condición transnacional. Su argumento fue que el acercamiento de los antropólogos con las humanidades después de la Guerra Fría cedió terreno a posturas que tomaron el estudio de la cultura como texto, generando un discurso “poscolonial elitista que ignora las estructuras de poder en la construcción de la identidad y el cambio social” (Ong, 1999:241). El riesgo, sostenía Ong, era que el resultado de este diálogo interdisciplinario fuese una “antropología ‘lite’ que no fuera