a la consideración de un público receptor formado; lo que Gutiérrez Girardot entiende como el paso del oyente al lector para un periodismo divulgativo, informativo, y cuyo propósito explícito era la formación ideológica. Esta politización, al tiempo que estilización artística de la forma del ensayo, hizo de la búsqueda expresiva modernista un proyecto político continental.
Que el modernismo se entienda en este trabajo como un movimiento fundamental para la tarea americana de lograr su autonomía intelectual se puede valorar a partir de su representatividad en la dinámica epocal tendiente a la secularización del pensamiento, tanto en un sentido creativo y politizado, como en uno trágico de expresión de la confusión de una época que avizoraba la crisis actual del capitalismo tardío y su impacto particular en la región. Para Gutiérrez Girardot,88 Martí es un revolucionario por su insistencia en hacer un uso activo de la lengua respecto al contexto presente, y no uno pasivo que, influenciado por los usos canonizados −importados de Europa y Estados Unidos−, reproduce lo que ahora ya no tiene mucho sentido: se trata de presentar y procurar comprender, en su complejidad, una nueva situación, y no de replicar, como fórmulas, aquellas que tuvieron su ciclo útil y son ya insuficientes. Secularización implica refuncionalización, organicidad del pensamiento y originalidad respecto a un contexto que se aparece como obligante de ello. Se trata de la confrontación con la época burguesa, donde las cosas, convertidas en mercancías, “pierden su individualidad”89 −un proceso de pérdida de sentido que Gutiérrez Girardot comprende con Marx como “fetichismo de la mercancía”. Este proceso de secularización y su expresión modernista sucedió, por ejemplo, con la lírica moderna,90 en el epicentro francés con Baudelaire, Rilke y Mallarmé, en España con Machado, y en América Latina con Rubén Darío en sus Prosas profanas, con su énfasis en lo erótico. Gutiérrez Girardot lo manifiesta en su análisis del poema “Ite, missa est” del nicaragüense: “El poeta como sacerdote de una misa erótica, la mujer ardiente como hostia y el acto de amor como la consagración: en esas imágenes se ha profanizado la misa y se ha sacralizado el eros, es decir, se ha secularizado una ceremonia religiosa”,91 y también al identificar el motivo de la inseguridad e incertidumbre ante la pérdida de sentido en Cantos de vida y esperanza. En intelectuales con un discurso político explícito y un ensayismo ideologizante, como Martí y González Prada, esta secularización tendió paradójicamente, como sucedió con muchos otros, a una nueva sacralización del mundo, traducida en una fe en la ciencia y en el progreso; serán los casos, sobre todo, del krausismo y el positivismo en América Latina, y sus acogidos programas para una conciencia nacional.92 En el movimiento modernista y la aproximación literaria a este fenómeno de secularización en plena época burguesa la ambigüedad resultante será expresada con ahínco: se trata de una condición epocal de “pérdida de la orientación”,93 “pérdida de una realidad”, que Gutiérrez Girardot identifica en el discurso nietzscheano de la “Muerte de Dios”,94 y que en el poeta e intelectual se manifiesta en la adaptación de la bohemia como actitud de vida.
Leopoldo Zea se referirá al movimiento modernista hispanoamericano como aquel que esgrime “el proyecto asuntivo”95 de América Latina. El filósofo mexicano aporta un énfasis distinto al de Gutiérrez Girardot, Rojo, Rama y Weinberg para la valoración del movimiento, menos enfocado en la forma del ensayo –en su estudio estilístico y su íntima relación con el ámbito artístico− y más en el sentido de lo que reconoce como un programa de liberación intelectual y política en la región –en el estudio de su contenido político, su tono de denuncia y su aspiración a la redención de la particularidad histórica latinoamericana–. Zea opone el proyecto asuntivo que lidera el modernismo al proyecto civilizador que lo antecede, de corte nacionalista y positivista, y que padece de un “complejo de inferioridad” que le impide liderar la superación de la condición general de subsunción de la región a los centros occidentales, un conservadurismo generalizado que Rama96 denuncia en la ciudad letrada decimonónica. “Los civilizadores latinoamericanos tendrán, siempre, frente a sí, este hecho: consideran a sus pueblos rezagados o marginados, de una historia que aún continúa marchando”,97 acusa Zea a la generación republicana que tomó las riendas de los países recién liberados de la influencia ibera. En contraposición a esta mentalidad de “subordinación y dependencia, frente a lo que se considera superior”, los autores del proyecto asuntivo reaccionan dialécticamente, agenciando una negación determinada de la modernidad dependiente que identifican, superándola “en sentido hegeliano”, sin caer en la imitación: “Lo que no se puede hacer es imitar sin crear, sin asimilar. Y esto es lo que se hace cuando se empieza por querer anular lo que es propio, queriéndolo cambiar por lo que le es ajeno”.98 Para Zea, la generación de los modernistas tiene una alta relevancia para el pensamiento crítico regional, porque con ellos se alcanza una perspectiva de reflexión sobre el contexto que deja de evitar el pasado colonial y la confluencia sociocultural que ha implicado el proceso histórico específico de América Latina. En vez de defender un imaginario de la región que haga tabula rasa del trágico proceso colonial que le es inherente, lo asume y lo toma como punto de partida para su propia superación. Lo que caracteriza a los modernistas, entonces, es su apropiación dialéctica de la realidad particular americana.
El uso del ensayo que llevaron a cabo los intelectuales del modernismo en América Latina fue fundamental para la concepción del pensamiento crítico y su perfil en la región. A los modernistas, el contexto de fin del siglo xix los obligó a la politización particular de que se apropian y que esgrimen con alacridad, una “función de ideólogos”99 a partir de la cual se adquirirá una conciencia crítica, si todavía no completamente lograda, ya echada a andar. La adquisición de una conciencia crítica regional desembocó en una responsabilidad política, en un momento histórico de rápidos cambios. No hubo tiempo para celebrar la derrota española del 98, porque el expansionismo de los Estados Unidos ocupó rápidamente su lugar colonizador. Leopoldo Zea anota que la arremetida norteamericana al desplazar y reemplazar los restos del imperialismo ibero dará “una nueva conciencia a los hombres de esta Nuestra América. Conciencia de las yuxtaposiciones realizadas, así como de la necesidad de asimilarlas”.100 La amenaza está en nuestro complejo de inferioridad; los llamados a la autoestima que hacen los modernistas son por ello, desde el comienzo, gestos políticos y no meramente estilísticos o reivindicatorios apenas del mundo letrado americano: “La generación testigo de la agresión de 1898, se planteará la necesidad de volver a la propia realidad, e historia, para asumirlas, e incorporarlas a su propio modo de ser; asunción a partir de [la] cual ha de proyectarse un futuro más auténtico y pleno. El proyecto asuntivo ahora adoptado, negará, abiertamente, el proyecto civilizador. Se desecha el inútil afán por dejar de ser lo que se ha sido y se es, para ser algo distinto”.101
El cambio de siglo fue reivindicativo del esfuerzo modernista: en 1911 el siglo xx latinoamericano tiene su primer sacudón con la Revolución mexicana –Rama,102 particularmente, identifica este evento político radical como el inaugural del siglo−, y para 1930 la masificación de las ciudades –según data José Luis Romero−103 obliga al paulatino reconocimiento público de las culturas populares.104 El cambio de época obligó a una apertura intelectual y a recordar todo lo olvidado en el proceso de reflexión intelectual sobre el subcontinente. Con los modernistas fue posible pasar de la ciudad letrada como burocracia afirmativa de los procesos gubernamentales, primero coloniales y luego republicanos-nacionales, a la intelectualidad que asume el ensayismo para concebir una forma crítica de expresión. Los modernistas encabezaron el proceso necesario de constitución de una filosofía americanista, de asimilación de los conceptos europeos para su aplicación efectiva y en función de América Latina. Un impulso que se fue liberando de su aura artística y literaria inicial, para desarrollarse en el siglo xx en diversas concreciones conceptuales, siempre como dialéctica entre la particularidad regional y la pretensión universal.
La inteligencia americana
Sin perder de vista que los cambios de paradigma estéticos (e incluso filosóficos) siempre parten de una continuidad para llevar a cabo una ruptura con el estilo, canon o teoría predominante, en el ensayo modernista hispanoamericano esta continuidad es particularmente central. El adensamiento al que me refiero, propio de la forma ensayística apelando a Lukács,105 implica aquí que una condición sociocultural de mestizaje y de concepción crítica de la