martiano de la prevención frente a los Estados Unidos tiene en Rodó nuevas metáforas y una aproximación propia. El ensayista uruguayo previene frente a la imitación animosa y poco reflexiva de las costumbres y el ethos utilitarista del vecino anglosajón. Se trata de una contraposición que, como bien señala Weinberg, al oponer el arielismo al calibanismo advierte contra la calibanización de la sociedad en cuanto “pérdida del patrimonio espiritual de las naciones latinoamericanas”,171 que tenía que ver con un contexto de crecientes inmigraciones y “vulgarización” de la cultura; se trata, de nuevo, de los fuertes cambios en la sociedad tradicional que preocupaban a los intelectuales de la época. Ariel, por el contrario, es la figura que encuentra en la particularidad genealógica-cultural del complejo latinoamericano su ruta de desarrollo, una que privilegia el espíritu y no se deja tentar por la eficacia técnica que despliega el ethos protestante norteamericano, uno que privilegia el “predominio del número, la uniformidad, la medianía”.172 Rodó caracteriza esta conducta como un americanismo indeseado en la región: “La concepción utilitaria, como idea del destino humano, y la igualdad en lo mediocre, como norma de la proporción social, componen, íntimamente relacionadas, la fórmula de lo que ha solido llamarse en Europa el espíritu de americanismo”.173 “Se imita a aquel en cuya superioridad o cuyo prestigio se cree”,174 advierte, decantándose por una forma distinta, una “estética de la conducta”175 que evite una deslatinización del devenir regional, raíz mucho más prometedora para el espíritu latinoamericano que el ejemplo utilitario y desespiritualizado del norte.
El motivo de la unidad americana tiene en Rodó un representante tan comprometido como lo fuera años antes Martí. En su breve texto “Sobre América Latina”, publicado en la revista Caras y Caretas de Buenos Aires, el 25 de agosto de 1906, el uruguayo sintetiza la intención modernista que lidera:
La América Latina será grande, fuerte y gloriosa, si, a pesar del cosmopolitismo que es condición necesaria de su crecimiento, logra mantener la continuidad de su historia y la originalidad fundamental de la raza, y si, por encima de las fronteras convencionales que la dividen en naciones, levanta su unidad superior de excelsa y máxima patria, cuyo espíritu haya de fructificar un día en la realidad del sueño del Libertador: la magna confederación que, según él la anhelaba, anudaría sus indestructibles lazos sobre ese Istmo de Panamá que una política internacional de usurpación y de despojo ha arrancado de las despedazadas entrañas del pueblo de Caldas y Arboleda.176
La proyección que Rodó hace de una América Latina realizada tiene todavía, para él, mucho de “tierra prometida” a la que cuesta llegar; atravesar el desierto que es la inmadurez política que acusa el uruguayo, la sistematicidad de la violencia y el mal nombre que eso ha tenido como resultado en Europa se aparece todavía arduo, como expresa con amargura en su artículo “Nuestro desprestigio”, publicado en Diario del Plata, en Montevideo, el 29 de abril de 1912. El “caciquismo endémico”177 que identifica Rodó como tendencia en los países de la región impide un progreso necesario hacia la organización más eficaz. Los constantes problemas, que Rodó juzga como retrocesos que entorpecen el destino luminoso de América, lo obligan a un aire pesimista divergente de su Ariel, pero no por ello menos característico de su constante incitación intelectual: “Todavía pasará, pues, algún tiempo para que la Europa se entere de lo que atesoramos, de las energías que se despliegan en este continente joven surgido como una promesa a las aspiraciones de todos”.178
Pedro Henríquez Ureña,179 por su parte, será también enfático respecto al papel central de la juventud americana para una transgresión de la modernidad dependiente de la región; por ejemplo, en La Utopía de América, ensayo de 1922 dirigido a los estudiantes de la Universidad de La Plata. El concepto de utopía, que sitúa como herencia mediterránea, es acá, en América Latina, “ennoblecido”.180 Si bien se refiere inicialmente a México como ejemplo de “empresa civilizatoria autóctona”,181 retoma el motivo martiano de la unidad americana, planteando su lectura bajo la misma expresión: “Nuestra América”. El hombre universal americano, que funda “nuestra utopía”,182 realiza la Ilustración europea en América Latina. Así, según sus palabras, “dentro de nuestra utopía, el hombre llegará a ser plenamente humano, dejando atrás los estorbos de la absurda organización económica en que estamos prisioneros y el lastre de los prejuicios morales y sociales que ahogan la vida espontánea”.183 Gutiérrez Girardot apunta que esta utopía, de la que habla el ensayista dominicano, “no es solamente una determinación histórica y antropológica del ser humano, no es una utopía general, sino una meta de América”,184 una meta del espíritu, resonando con el motivo rodoniano, apoyado en la formación estética y moral de las sociedades latinoamericanas, donde, como en Martí, Vasconcelos y Reyes, se perfila como realización del hombre universal en América:
Y por eso, así como esperamos que nuestra América se aproxime a la creación del hombre universal, por cuyos labios habla libremente el espíritu, libre de estorbos, libre de prejuicios, esperamos que toda América, y cada región de América, conserve y perfeccione todas sus actividades de carácter original, sobre todo en las artes: las literarias, en que nuestra originalidad se afirma cada día; las plásticas, tanto las mayores como las menores, en que poseemos el doble tesoro, variable según las regiones, de la tradición española y de la tradición indígena, fundidas ya en corrientes nuevas; y las musicales, en que nuestra insuperable creación popular aguarda a los hombres de genio que sepan extraer de ella todo un sistema nuevo que será maravilla del futuro.185
En su ensayo “El descontento y la promesa”, que presentó como conferencia en Amigos del Arte en Buenos Aires el 28 de agosto de 1926, su preocupación por la identidad latinoamericana queda muy bien representada, como momento temprano pero ya de consolidación de su búsqueda por “nuestra expresión original y genuina”.186 No se trata de una identidad lograda, de una expresión americana ya devenida, sino de un proyecto que debemos asumir con seriedad, como prioritario. Henríquez Ureña manifiesta ansiedad, las independencias deben dar ya sus frutos en la configuración de una dinámica sociocultural propia y lograda; “¿Cumpliremos la ambiciosa promesa?”.187 La independencia literaria llega con la generación modernista, que “se alza contra la pereza Romántica y se impone severas y delicadas disciplinas. Toma sus ejemplos de Europa, pero piensa en América”.188 Dar continuidad a “nuestra expresión genuina”189 pasa por entender que es de “especie nueva” y no correspondiente a radicalizaciones de formas indígenas o hispanas que conduzcan a su anquilosamiento. En literatura, el dominicano identifica “soluciones” a partir de las cuales se ha procurado la tan anhelada “nuestra expresión”. La manera como en la práctica literaria regional se han descrito la naturaleza, las aproximaciones al indio y al criollo o el “ceñirse siempre al Nuevo Mundo”,190 evitando la era colonial y sus continuidades, son “americanismos” a partir de los cuales se cree presentar lo autóctono. Hay que seguir trabajando, no podemos establecer fórmulas que redundarían únicamente en retórica vacía.
El dominicano fue consecuente a lo largo de su vida. El ensayismo de Henríquez Ureña estará perfilado hacia un autoconocimiento a partir de la historia literaria americana. En su canónico estudio Las corrientes literarias en la América hispánica, de 1945 (originalmente en inglés, traducido al español en 1949), la “función ideologizante”191 tiene un valor agregado en la sistematización y caracterización de todo el proceso literario regional, no bajo la pretensión de una historia completa de la literatura hispanoamericana, sino de seguimiento a las corrientes relacionadas con la búsqueda de “nuestra expresión”.192 A propósito de esta empresa, Gutiérrez Girardot evalúa su logro como uno de equiparación de la latinoamericana a las literaturas e historiografías literarias consagradas, un gesto “justificadamente reivindicativo”: “Ellos [los ensayos de Henríquez Ureña] ponen de presente una ilustrada evidencia: que la capacidad creadora no es patrimonio exclusivo de las naciones fuertes, a las que, directa o indirectamente, hace el justificado reproche de confundir la fuerza con la cultura”.193 Henríquez Ureña residió y dictó clases, entre otros lugares, en los Estados Unidos, México y Argentina, desarrollando su pensamiento político hacia un “socialismo reformista”,194 antiimperialista y entusiasta de los nacionalismos emergentes, así como una moralidad secular animosa de los procesos que, como la Revolución mexicana, auguraban