aproximaciones ensayísticas de Martí, Rodó, Reyes y Henríquez Ureña, tal vez las más representativas y logradas del ensayismo del modernismo hispanoamericano para la reflexión sobre la condición propia, tienden hacia una consideración todavía optimista del devenir histórico latinoamericano. Este ímpetu corresponde tal vez al comienzo del siglo xx, y a que no estaba muy claro de qué manera sería la relación con los centros de poder noroccidentales. También deja entrever el papel social y político que ya de manera explícita se le comienza a adjudicar al ensayo. Como bien señala Weinberg para referirse al modernismo, “el campo literario logra alcanzar perfiles definidos y acordes con el proceso de modernización de las diversas esferas de la vida social”.196 Desde Martí hasta Reyes, es claro que el ensayo modernista parte de la consideración de “la tarea moral y política del intelectual”,197 una tarea eminentemente crítica, no exenta de polémica –Rama198 nos recuerda la tensión inherente a su situación, como figuras políticas que se debatieron entre una aproximación dialéctica con la sociedad latinoamericana o una revitalización de los privilegios de clase de la ciudad letrada colonial–. Si en Martí hay un llamado a la mayoría de edad intelectual, en Reyes, al cierre de la tradición modernista, hay una conciencia del valor histórico del ensayo latinoamericano tras décadas de trabajo: “reconocemos el derecho a la ciudadanía universal que ya hemos conquistado. Hemos alcanzado la mayoría de edad. Muy pronto os habituaréis a contar con nosotros”,199 plantea el mexicano. Este paso dado desde la intelectualidad regional no es menor y tuvo una formulación, desarrollo y desenlace preocupado por las realidades nacionales, locales, y de la región como un todo, como “Nuestra América”.
Como el ensayo es “la forma crítica par excellence, [...] crítica de la ideología”,200 desafía las totalizaciones que definen y empobrecen la experiencia misma; es en ese sentido que es considerado por el orden epistemológico hegemónico como herejía,201 en contraposición a la ciencia positivista como dogma universalizado. Este rasgo lo presenta Gutiérrez Girardot202 como central al movimiento, al señalar en el ensayo modernista hispanoamericano una postura que no se polariza en uno de los dos ejes ideológicos con los que se piensa tradicionalmente la autenticidad regional. La modernidad latinoamericana ha sido interpretada desde los indigenismos latinoamericanos y los nacionalismos hispanos203 como externa a la modernidad europea y su eje creador, la clase burguesa. Este despropósito empobreció durante mucho tiempo, como lo acusa Gutiérrez Girardot, la comprensión del modernismo hispanoamericano como fenómeno artístico, expresión de comienzos del siglo xx en la región, y por lo tanto en la comprensión de las transformaciones sociales correspondientes que estaban enmarcadas en un proceso histórico más universal, que Eric Hobsbawm señaló agudamente al hablar de “el mundo como unidad”.204
El de los modernistas es un problema ligado a la legitimidad del uso de la palabra, del uso del concepto, a la legitimidad que se tiene para pensar las condiciones propias y a pensar incluso si puede haber una experiencia propiamente americana. Se trata, además, de la consolidación de una red intelectual regional que, como bloque, se quiere concebir en la geopolítica mundializada del capital. Hay una discusión, central, contra el hispanismo conservador, que es una vuelta a los valores españoles, coloniales, y contra el indigenismo que, tratando de contraponerse al hispanismo, se resuelve de manera idéntica: esencializa al indio. Si el modernismo tenía necesidad de romper, de ganar en autoestima como conglomerado todavía no autorreconocido, esa es una labor que hay que valorar como avizora de la posibilidad de una teoría social latinoamericana eminentemente crítica.
Quiero dejar muy claro que no estoy sugiriendo que el ensayo haya respondido a una esencia americana. Como argumenté desde el comienzo del escrito, el ensayo es una forma de la razón que tiene su origen en el proceso mismo de la Ilustración europea, por lo que su utilización en el subcontinente latinoamericano no es algo así como su devenir lógico, sino una decisión consciente de los pensadores que lo adoptaron y encontraron en él una forma de presentar un contexto, sin agotarlo en definiciones siempre parciales y pobres. Lo que resalto del ensayo no es, entonces, que refleje el ser esencial de América, sino, por el contrario, la necesaria rigurosidad en el procedimiento, evitando separar las cosas de sus mediaciones históricas y conservando el carácter contradictorio de la experiencia. Es con el ensayo que se puede pensar en condiciones tan concretas de América Latina y, al mismo tiempo, tan imbricadas en una infinitud de mediaciones históricas que superan el contexto regional, como el mestizaje. Estos textos, afirma Weinberg, “han abierto las vías a un quehacer distintivo: la interpretación y la generación de nuevos parámetros de reflexión”.205 De comienzo a fin, de Martí a Reyes, se insiste en una herencia cosmopolita invaluable y única –a la que Rama se referirá como la faceta internacionalista de los letrados−,206 a partir de la cual se comprende el mestizaje como condición propia y nueva. En Martí,207 apelando al cosmopolitismo inherente de las generaciones que, nacidas en libertad, se podían entender a sí mismas como americanas. En Reyes, el “internacionalismo connatural” latinoamericano que hace posible la inteligencia americana, su particularidad, y, más importante aún, su papel histórico en la realización de la modernidad como proyecto humano: “Nuestra América debe vivir como si se preparase siempre a realizar el sueño que su descubrimiento provocó entre los pensadores de Europa: el sueño de la utopía, de la república feliz, que prestaba singular calor a las páginas de Montaigne, cuando se acercaba a contemplar las sorpresas y las maravillas del nuevo mundo”.208
Es interesante que, al momento de la escritura de su ensayo Sobre la esencia y forma del ensayo, de 1911, Georg Lukács209 se refiriera a este género como uno en estado de juventud, mientras en América Latina permitía, al mismo tiempo, la “mayoría de edad” intelectual de la región a que se refiere Gutiérrez Girardot210 para caracterizar al modernismo hispanoamericano. Si para Lukács el ensayo moderno “se ha hecho demasiado rico e independiente para ponerse incondicionalmente al servicio de algo”,211 en América Latina, claramente, el ensayo se ha puesto al servicio de la búsqueda de nuestra autonomía. A diferencia de su valoración negativa en Europa, el ensayo en América Latina ya ha demostrado su incidencia en la praxis histórica. El papel del modernismo fue precisamente el de abrir la mentalidad hispana al mundo, ponerla a la altura de las letras y filosofía europeas, y, desde ahí, perfilar su especificidad. Gutiérrez Girardot sugiere que, en Latinoamérica, se dieron dos apreciaciones utópicas distintas en el ensayo moderno: las utopías reaccionarias, que “entraron a formar parte de los aparatos ideológicos de los fascismos”,212 y las utopías emancipadoras, que “mantuvieron el impulso dinámico”.213 Es en este segundo grupo donde el colombiano sitúa, de manera sugerente y como conclusión abierta de su ensayo Modernismo, al grupo de Martí, Rodó y Henríquez Ureña, y de donde parto para continuar con esa interpretación; donde el ensayo, producto de la Ilustración europea, adquiere características de “Nuestra América”, de una particularidad tal vez impensada en sus pioneros.
Esa particularidad significó, para América Latina y su historia intelectual, una herramienta de autodeterminación, como una posibilidad de maniobrabilidad que de otra manera solo es referible al arte. La indagación por lo propio, de cara a una experiencia del mundo que parte del referente imborrable del mestizaje intrínseco a la condición americana, se articuló así a la preocupación humanista que con Montaigne cuestiona ya los elementos de la cultura que se naturalizan para el dominio; el ensayo logra ser en este caso, como plantea Weinberg, “esencialmente heterónomo, mediador y articulador de mundos”.214 El concepto mismo de modernidad, promesa de una situación mejor, anhelo de justicia, es retomado desde la novedad y la incertidumbre de la situación de la región, ubicado en la historia de la agresión colonial, de la negociación política de cada Estado nación y de la unidad latinoamericana posterior a las independencias. Este es el punto de partida del desarrollo del pensamiento crítico latinoamericano a lo largo del siglo xx.
1. Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, trad. A. Bixio (Barcelona: Gedisa, 2003), 557.
2. Georg Lukács, Esencia y forma del ensayo, trad. P. Aullón (Madrid: Sequitur, 2015).
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