y académico. Pese a esto, es un relevante conocedor y divulgador. En su Visión de Anáhuac, el ensayista construye una imagen gloriosa de la vida indígena, hilando las crónicas de los atónitos conquistadores, que fueron testigos de la cotidianidad en México-Tenochtitlán previo a la caída azteca, con los hallazgos científicos e historiográficos posteriores. Al tiempo que propone esta imagen idílica del pasado indígena, le advierte al lector: “no soy de los que sueñan en perpetuaciones absurdas de la tradición indígena, y ni siquiera fío demasiado en perpetuaciones de la española”.148 El mexicano esquiva la relación “de sangres” con la “raza de ayer”, prefiriendo el vínculo emocional creado por “la comunidad del esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa; esfuerzo que es la base bruta de la historia”.149
El motivo de América como utopía es uno muy notorio en el pensamiento de Alfonso Reyes, uno con el que su celebración de la síntesis americana puede ser desarrollado. El mexicano juega –a partir de la forma del ensayo− con la historiografía y los ánimos renacentistas alrededor del descubrimiento europeo del continente para cargar la región de un “destino” o responsabilidad particular: la continuidad del proyecto ilustrado, la transferencia del impulso moderno hacia América y el acogimiento de dicha responsabilidad. En “El presagio de América”, Reyes150 hace que la modernidad cambie de centro y se desplace hacia el eje americano: “El misticismo geográfico, las aventuras de los Colones desconocidos o involuntarios, los nuevos ensanches de la tierra, el humanismo militante, el imperativo económico, todo ello desemboca en el Nuevo Mundo”.151 América fue posible por una “fantasía eficaz”,152 su prefiguración la determinó en sus dinámicas y posibilidades realizadoras de lo humano; América se hizo a imagen de lo que se esperaba de ella: “Ya tenemos descubierta a América. ¿Qué haremos con América? Comienza la inserción del espíritu: a la cruzada medieval sucede la Cruzada de América. A partir de este instante, el destino de América –cualesquiera sean las contingencias y los errores de la historia− comienza a definirse a los ojos de la humanidad como posible campo donde realizar una justicia más igual, una libertad mejor entendida, una felicidad más completa y mejor repartida entre los hombres, una soñada república, una Utopía”.153
Se trata de un motivo que tiene amplia continuidad. América fue un “presentimiento a la vez científico y poético”154 a partir del cual Europa se desembarazó del cierre de su universo de sentido y pudo concebir la modernidad, ya no como hecho propio del Viejo Continente, sino sobre todo en relación y gracias al Nuevo. En la interpretación del historiador Edmundo O´Gorman del proceso de “descubrimiento” y colonización como uno de invención de América, una de las más importantes de las ciencias sociales de la región hasta la actualidad, resuena el motivo de Reyes: “Hagamos un alto, entonces, para insistir que al inventar a América y más concretamente, al concebir la existencia de una ‘cuarta parte’ del mundo, fue como el hombre de la Cultura de Occidente desechó las cadenas milenarias que él mismo se había forjado”.155 Escrutando en la cabeza de Colón, Reyes identifica una “exacerbación mitológica”156 que hizo posible la valentía para la arriesgada aventura, que tiene más aciertos poéticos que científicos y sirve de catalizador a un concepto moderno apenas embrionario de utopía que, de otra manera, no se hubiera desplegado. América, entonces, no “hereda” la modernidad, sino que la realiza: “En cuanto América asoma la cabeza como la nereida en la égloga marina, la librería registra una producción casi viciosa de narraciones utópicas. Los humanistas resucitan el estilo de la novela política, a la manera de Platón, y empiezan, con los ojos puestos en el Nuevo Mundo, a idear una humanidad más dichosa”.157
Su particularidad hace de América, frente a Europa, “una reserva de humanidad”,158 el “teatro” idóneo para “todos los intentos de la felicidad humana”, expresa Reyes; “ante los desastres del Antiguo Mundo, América cobra el valor de una esperanza”.159 La responsabilidad que esto conlleva el mexicano la abraza y la traduce en labor propiamente formativa de los latinoamericanos. El motivo martiano del “americano nuevo” se revitaliza y expande, en la acogida de Reyes, a la interpretación y divulgación de unas ideas que parecieran querer levantar la autoestima de una sociedad poco sabedora de sí misma. Que América sea cuna de una nueva cultura es para Reyes apenas una posibilidad por la que se debe trabajar, responde “al orden de la duda y la creencia, de la insinuación y de la esperanza”,160 asegura en su conferencia “Posición de América” para el iii Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana en Nueva Orleans, en 1942. Un ejemplo claro de la disposición del letrado mexicano para liderar el proyecto de alfabetización de la sociedad americana será su labor en México, con su Cartilla moral de 1944, una guía laica de corte liberal que ha sido utilizada como cartilla pedagógica en todo el país.161 Habría que decir que toda su obra merecería esa categoría divulgativa, en su sentido más loable.
El motivo de la educación de América caracteriza a todo el movimiento. Muchos de los ensayos modernistas que procuran imaginar una modernidad alternativa desde esta particularidad o búsqueda de expresión americana apelan a la juventud de la región como el interlocutor explícito. Hay una “tendencia juvenilista”,162 como ya señalaba con Rama, que hace latente lo programático del proyecto modernista como uno de educación de las nuevas generaciones, de cara a una transformación de la región. Ya lo hace Martí en Nuestra América, al señalar en la juventud americana la posibilidad de creación, de promesa de lo nuevo: “Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación”.163 A lo que apela el cubano es al surgimiento del “hombre real”164 en América, que se empodera de la herencia intelectual europea para crear una propia. José Enrique Rodó y Pedro Henríquez Ureña son tal vez quienes más claramente asumen esta tendencia juvenilista y hacen latente el proyecto formativo que debe acompañar la utopía americana que representan en sus imágenes literarias. José Enrique Rodó, de quien dice Reyes somos deudores de “la noción exacta de la fraternidad americana”,165 dedica su ensayo programático Ariel a la juventud de América, como una invitación a la toma de conciencia de los nuevos tiempos, esto es, los de la consolidación de la región en su autonomía. El uruguayo encuentra en las nuevas generaciones de Latinoamérica el paradigma del joven Ariel, esto es, una madurez intelectual que puede impulsar cambios radicales. Ariel, el personaje de La Tempestad de Shakespeare, es el alumno prodigio de Próspero, aquel que Rodó encuentra como necesario en la personalidad de los jóvenes latinoamericanos: “Ariel, genio del aire, representa, en el simbolismo de la obra de Shakespeare, la parte noble y alada del espíritu; Ariel es el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia, el término ideal a que asciende la selección humana, rectificando en el hombre superior los tenaces vestigios de Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de la vida”.166
Ariel es paradigma de la Ilustración, como el iluminador, es la limpieza de lo nuevo y, al mismo tiempo, la sabiduría que permite pensar en un maniobrar correcto y a buen puerto. Las metáforas programáticas de la inteligencia americana alrededor del motivo creado por Rodó tendrán una gran influencia en el pensamiento latinoamericano, difícil de subestimar si se examinan los programas liberales de la política regional; Weinberg167 apunta que será el Ariel de Rodó el más destacado del ciclo ensayístico-identitario latinoamericano, por su amplia difusión y acogida, en el doble sentido de su valor artístico-intelectual y político, y Zea que “es de los primeros en enfrentarse al equivocado camino civilizatorio, [al identificar] la deslatinización y la nordomanía como expresiones de tal complejo”.168 En su valoración literaria del ensayo, Gutiérrez Girardot, por su parte, observará que con Ariel “José Enrique Rodó inauguró el siglo xx”.169 Hay un claro trabajo con conceptos y una serie de influencias que atraviesan toda la rica cultura occidental. Respecto al llamado a la juventud americana, Gutiérrez Girardot señala que en el ensayo del uruguayo su valoración es fundamental, como “agente de una transformación radical de la política continental”, donde hace converger ágilmente la tradición letrada con la particularidad cristiana regional. La función