David Montalvo

La zanahoria es lo de menos


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«generalmente». Y está también muy asociado a dar recomendaciones como «ellos tienen que…», «deben…», «necesitan…». Se autoproclama como profeta o gurú del mundo y observa a los demás con una actitud incluso despectiva.

      Según la Programación Neurolingüística, en su concepto de metamodelo, uno de los primeros aportes de John Grinder y Richard Bandler, existen tres categorías de limitantes que moldean las experiencias y que nos llevan a generalizar:

      -Limitantes neurológicas: en donde se cree que la función del sistema nervioso, del cerebro y de los sentidos son eliminativos y no productivos. Por ejemplo, en el caso de una mujer embarazada que sufre un asalto y pierde a su bebé en ese momento, su cerebro recordará esa sensación de pérdida pero no necesariamente la cara del asaltante o lo que había a su alrededor. A manera de protección, el cerebro abstrae algunas cosas, pero bloquea todo lo que considera innecesario o, algunas veces, doloroso recordar.

      -Limitantes sociales: tenemos filtros sociogenéticos y percibimos la realidad según el lugar donde nacimos, el lenguaje que aprendimos, la cultura que adoptamos. Un occidental en la India podría decir: «¡Qué rara es la gente acá!», y si un indio visita un país de América tendría una experiencia similar.

      El negativo sufre porque si bien su forma de ver las cosas funciona como un escudo de realismo para no ilusionarse demasiado con algo o con alguien, la verdad es que pensar así no lo hace inmune a que viva situaciones que no quiere.

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      -Limitantes individuales: como su nombre lo indica, las experiencias son individuales y van creando un marco de referencia para observar todo lo que nos sucede. Creamos nuestros modelos del mundo a partir de nuestra historia personal. Si a un hombre se le incendió su casa por una vela que dejó prendida durante la noche, seguramente no solo dejará de usar velas, sino que incluso tendrá una referencia negativa cuando vea que alguien más lo hace.

      Estas limitantes condicionan nuestra manera de ver al mundo, aunque no necesariamente sea la correcta para todos, y caemos en el personaje generalizador.

      Un ejemplo típico es cuando una mujer tuvo una mala experiencia con su padre, quien era alcohólico y golpeaba a su madre. Si no se trabaja o se sana esa etapa de su vida, en cuanto se encuentre en la búsqueda de pareja será más propensa a generalizar que todos los hombres son iguales, y aun a creer, de manera consciente o inconsciente, que ella probablemente tendrá la misma suerte que su madre. No por nada vemos cómo se repiten los patrones de generación en generación.

      O alguien que tuvo un jefe difícil en una importante corporación, en el futuro, si no lo hace consciente, «siempre» relacionará dificultad, estrés, tensión y angustia con trabajar en una gran empresa.

      Además de esto, frases como: «Todos los millonarios son malos», «El ejercicio siempre cura la tristeza», «La educación es carísima», «La lluvia deprime», «El trabajo en mi país siempre es mal pagado»; «Al amar generalmente sufres», «Todos los brasileños son extraordinarios jugadores de futbol», «Los niños con infancias difíciles nunca podrán superarlas», «Todos tienen que leer este libro», son ejemplos del personaje generalizador.

       Tercer personaje: el fatalista

      «No lleves nunca a cuestas más de un tipo de problemas a la vez. Hay quienes cargan con tres: los que tuvieron, los que ahora tienen y los que esperan tener», dijo el autor y clérigo estadounidense del siglo XIX, Edward Everett Hale.

      Para el fatalista, todo es un caos. No solo se cae, sino que se enamora del piso. Se preocupa no solo por lo que le sucede actualmente, sino por lo que pudiera suceder, que siempre para él es un problema sin solución; como un elefante que está corriendo frenéticamente hacia a él con toda la intención de aplastarlo y sin que se pueda defender.

      Su toxina mental más preponderante es maximizar o agrandar todo lo que le pasa. Para este personaje, las crisis son el pan de todos los días y algo de lo que no se puede escapar, como si estuviera condenado a su fatal destino.

      Cree en el determinismo de los eventos, en donde su libertad queda ajena a toda acción. Muchos creen que Dios o la naturaleza es quien los castiga, enviándoles experiencias difíciles como consecuencia de lo que hacen.

      Para él, si alguien tiene una opinión diferente, la plática ya se convierte en una confrontación, una discusión es una contienda mano a mano, una ruptura es la pérdida de la felicidad, una enfermedad es la antesala de la muerte. Se inunda en una lluvia ligera o piensa que se acabará el mundo al ver el movimiento de los árboles. Un comportamiento que roza lo paranoico.

      Una asistente a mis conferencias me comentaba que, cada vez que recibía una llamada de su madre, se ponía a temblar tan solo al escuchar su voz, porque el tono empleado por su progenitora era el de alguien que estuviera afrontando una gran tragedia, cuando lo único que quería expresar la bendita señora es que se había acabado el tomate para la sopa del almuerzo.

      Recuerdo también que hace algún tiempo mi hermana estaba de visita en la Ciudad de México. Su esposo había salido a juntas de negocios y ella se encontraba en el cuarto piso de un hotel con mis sobrinos. De pronto, hubo un temblor y ella entró en pánico.

      Para el personal del hotel era un poco más común, ya que la de México es una ciudad en donde no pocas veces tiembla, pero para mi hermana, al ser su primera vez, la referencia mental que tenía al respecto era de que algo muy malo e inevitable iba a suceder.

      Desde esa ocasión ella prefiere hospedarse en el primer piso. Para muchos es precaución, pero sin duda influyó mucho el evento previo del temblor. Como menciona el doctor Puig: «El software mental se fabrica fundamentalmente a través de experiencias».

      El filósofo romano Marco Tulio Cicerón también habla del fatalismo pero con este otro ejemplo: «Si tu destino es curar esta enfermedad, curarás tengas o no un médico; de la misma manera, si tu destino es no curarla, no la curarás, llames o no al médico; tu destino es, o bien uno, o bien otro; por tanto, no conviene llamar al médico».

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      La toxina mental preponderante del fatalista es maximizar todo lo que le pasa. Las crisis son el pan de todos los días y algo de lo que no puede escapar, son su fatal destino.

      El fatalista, además de vinculado con el miedo, está muy conectado también con la indiferencia y con la pereza. En nuestros tiempos observamos a personas preguntándose: ¿para qué me alimento sanamente, si de algo me tengo que morir?; ¿para qué trabajo por mis proyectos si como quiera nunca me salen bien?; ¿para qué me esfuerzo si mi jefe nunca va a reconocerme y siempre me pagará lo mismo?

      Este personaje piensa y se imagina consecuencias particularmente negativas, haga lo que haga. Aunque la verdad de las cosas no siempre sucederá eso que fatalmente espera. Como dijo Mark Twain: «He tenido miles de problemas en mi vida, la mayoría de los cuales nunca sucedieron en realidad».

       Cuarto personaje: el historiador

      Nos encontramos físicamente en el presente, pero emocionalmente, ¿dónde vivimos?

      Carl Jung, psiquiatra y psicólogo suizo, expresó: «Todo depende de cómo vemos las cosas y no de cómo son en realidad». El historiador reside en el pasado, en la memoria. Y desde ahí observa al mundo.

      En el baúl de sus recuerdos se quedaron estancados sus sueños, ilusiones, metas y proyectos. Todo lo que piensa actualmente está en relación con lo que pasó en el ayer. Para este personaje, él es víctima de un pasado que no merecía.

      La nostalgia es su toxina mental preponderante. Este personaje es un fabuloso contador de historias con tintes nostálgicos. La película Big Fish (El gran pez), de Tim Burton, es un buen