David Montalvo

La zanahoria es lo de menos


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en forma de conejos de Pascua, calabazas gigantes para decorar, calaveras de dulce y esferas navideñas. Es impresionante.

      Ese mismo acelere que está en el exterior es solo un reflejo de lo que llevamos en nuestro interior, en donde estamos enjaulados corriendo incansablemente en la rueda, como el hámster.

      Existe una metáfora muy utilizada en los negocios y que he llegado a escucharles a algunos colegas: «Cada mañana, en el África, una gacela se despierta; sabe que deberá correr más rápido que el león, o este la matará. Cada mañana en el África, un león se despierta; sabe que deberá co-rrer más rápido que la gacela, o morirá de hambre. Cada mañana, cuando sale el sol, y no importa si eres un león o una gacela, mejor será que te pongas a correr».

      ¿Qué pasaría si en lugar de ser león o gacela que persiga la zanahoria, elijo ser tortuga? ¿Quiere decir que no lograría mi propósito? Puedo ser una tortuga que disfruta cada paso, que se sienta libre y realizada con lo que hace, ¿no es así?

      Seguramente muchos ejecutivos o directores de importantes compañías me dirán que, identificado con esa actitud, no soy apto para entrar en su mundo de competencia de leones y gacelas que buscan estar siempre en los primeros lugares.

      Pero ¿sabes?, pasa el tiempo y, a la larga, muchas de las personas que creen que la rapidez es la madre de la eficacia, tarde o temprano terminan fundidos, pagando precios muy altos. Un proverbio chino dicta: «Quien anda con suavidad llega lejos». Y yo le agregaría: «Quien anda con prisa, nunca llega».

      Como aquella historia en donde un general le dice a su soldado:

      —¡Vamos, soldado, ande un poco más rápido!

      —¿Y para qué tanta prisa, jefe? No vamos a ninguna parte.

      —En ese caso, corramos y acabemos de una vez.

      Ese mismo acelere que está en el exterior es solo un reflejo de lo que llevamos en nuestro interior, en donde estamos enjaulados corriendo incansablemente en la rueda, como el hámster.

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      ¿Cuántos viven corriendo, pero solo se cansan, se agotan, se tensan, se desquician y no llegan a ningún lado?

      Hoy me da gusto conocer a muchas personas en importantes puestos que laboran en las organizaciones con las que colaboro como conferenciante, que son sumamente productivas sin necesidad de correr. Y no solo eso, sino que además tratan de contagiar ese espíritu de slow down a su gente.

      Considero que alguien que trabaja en paz, enfocado en dar lo mejor, por supuesto, pero sin esa manía de vivir con prisa o urgencia, siempre resultará ser un mejor elemento para cualquier empresa.

      Platicando con un amigo psiquiatra, llegamos a la conclusión de que hoy el tiempo no es lo que se valora, sino la cantidad de actividades que uno logra colocar en la agenda con el fin de sentirse ocupado. Y entre más pronto las pueda realizar, mejor se siente uno. Existe un proverbio árabe que también hace alusión a esto: «Los occidentales tienen el reloj, los orientales poseen el tiempo».

      Muchos minutos «aprovechados» pero toda una vida desaprovechada, precisamente por estar cuidando esos minutos.

      Tremendo, ¿no?

      La prisa nos causa ansiedad, tensión, presión desmedida, incertidumbre, desvalorización, desenfoque. Se convierte entonces en un asesino del disfrute y en un fuerte bloqueo para estar presente aquí y ahora. Es, sin lugar a dudas, un hábito altamente acidificante.

       Segundo hábito: el estrés

      Según la afamada base de datos de Estados Unidos, MedlinePlus, el estrés es:

      «Un sentimiento de tensión física o emocional. Puede provenir de cualquier situación o pensamiento que lo haga sentir a uno frustrado, furioso o nervioso. Es la reacción de su cuerpo a un desafío o demanda. En pequeños episodios el estrés puede ser positivo, como cuando ayuda a evitar el peligro o cumplir con una fecha límite. Pero cuando el estrés dura mucho tiempo, puede dañar su salud».

      Hace tiempo, en una entrevista para un medio de comunicación me preguntaban que cuál creía yo era la razón por la que, a pesar de tantos libros, cursos y terapias que se han desarrollado para reducir el estrés, seguimos padeciéndolo y se ha convertido cada vez más en una bola de nieve difícil de parar.

      Mi respuesta fue algo como esto:

      Vivimos estresados porque no estamos dispuestos a perder ni a desencajar con lo que aparentemente la sociedad espera de nosotros, por ese pensamiento de frustración y de impotencia de que las cosas no salgan como uno espera o cree controlar. Es nuestra manera más habitual de reaccionar y de adaptarnos.

      ¿Recuerdas a Vince Lombardi? ¿Aquel ícono del deporte estadounidense, entrenador de futbol americano, que en los años sesenta promulgó su célebre frase: «Ganar no lo es todo, es lo único»?

      Esa idea de Lombardi es para mí la explicación perfecta para describir a la zanahoria de la que te he estado hablando a lo largo de este libro.

      Esta cultura triunfalista, de obtener el logro por el logro, nos ha ocasionado tremendos problemas. Algunos siguen adoptando aquella frase para todo lo que hacen, y buscan únicamente ganar y el reconocimiento de los otros, por encima de lo que sea o de quien sea.

      Quiero compartirte una breve historia en relación con esto, que es de mis favoritas y que escuché hace varios años:

      Un grupo de exestudiantes, muy reconocidos en sus carreras y en el ámbito profesional, se reunieron para visitar a su viejo profesor de la universidad.

      La conversación se centró en las quejas que estos hacían sobre el estrés en el trabajo y en la vida cotidiana.

      Luego de ofrecerles algo de beber, el profesor fue a la cocina y regresó con café y una gran variedad de tazas: de porcelana, plástico, vidrio, cristal, comunes, caras, exquisitas. Les pidió que tomaran una y se sirvieran café.

      Cuando todos los estudiantes tenían su taza en mano, el profesor dijo:

      —Si se han fijado, todas las tazas bonitas y caras han sido tomadas, pero han dejado las más comunes y las más baratas. Aunque es normal que quieran solo lo mejor para ustedes, ese es el origen de sus problemas y del estrés que padecen.

      Lo que en realidad querían era café, no la taza, pero inconscientemente tomaron las mejores tazas y hasta las estuvieron comparando con las de los demás.

      —Fíjense bien, —prosiguió— la vida es el café, pero sus trabajos, el dinero y la posición social son las tazas. Esas tazas deberían tan solo ser herramientas para contener la vida, lo que hay dentro; la vida no será ni mejor ni peor ni cambia dependiendo de la taza.

      A veces, al concentrarnos solo en la taza dejamos de disfrutar el café que hay en ella. Por lo tanto, no dejes que la taza te deslumbre, es mejor que aprendas a disfrutar del café.

      Hace poco platicaba con un buen amigo y me contaba que el café más delicioso que había probado fue luego de subir una montaña. Que al llegar a la cumbre del cerro del Potosí en México, bebió en una taza desgastada de peltre el mejor de toda su vida; «y he tomado capuchinos en Praga y París, pero nada que ver con aquel café merecido luego de caminar cuesta arriba no sé cuántas horas; la taza era lo de menos, lo importante era su contenido», me decía.

      Vivir pensando solo en la taza desde luego que es estresante y muy desgastante, porque al tratar de quedar bien con todos, quedas mal contigo mismo.

      Antes de convertirse en hábito, el estrés empieza como un leve dolor de cuello o espalda. El problema es que cuando no se vigila, en menos de lo que creemos se vuelve un estrés crónico que produce otros problemas que van desde el cansancio, malestares estomacales o inflamaciones y falta de concentración, hasta afecciones cardiacas, depresión o ataques de ansiedad.

      Y