María López-Herranz

Liderazgo Campeador


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por su señor, el rey Alfonso VI. Dicho de otro modo: el Cid quería que la ofensa fuera reparada, sabiendo que para ello tendría que emplearse a fondo. Esa era la visión y la motivación que le guió durante todo el tiempo que necesitó para iniciar una vida diferente, emprender su nuevo proyecto, liderarlo con éxito y demostrar que era viable y además altamente rentable.

      Como tantos empresarios, emprendedores y líderes de hoy en día, tuvo que aprender a adaptarse a los cambios que marcaba su nueva situación con la máxima agilidad y rapidez posibles, así como prepararse para iniciar su proyecto sin ningún capital económico. Sin embargo, contaba con un capital mucho más valioso: su reputación de gran guerrero y hombre justo y valiente, una poderosa marca personal que le proporcionó el apoyo de un puñado de hombres leales, un equipo entregado que le siguió en el destierro. Porque todos ellos estaban convencidos de la inocencia del Cid, respetaban su autoridad, admiraban su liderazgo moral y estratégico, y confiaban en él plenamente. Por eso apoyaron su nuevo proyecto uniéndose a él, un proyecto que ni si quiera el mismo Cid sabía cómo iba a iniciar, y mucho menos cómo iba a acabar.

      El tiempo dio la razón al Campeador y su fama, su fortuna y su posición social multiplicaron hasta el infinito las que tenía antes de ser expulsado de Castilla. Para lograrlo superó numerosísimos y dolorosos obstáculos ayudado por su instinto, su inteligencia y un equipo de auténticos profesionales orgullosos de formar parte de su nueva aventura vital. Y así, quizá sin darse cuenta de la trascendencia de lo que estaba haciendo, puso en marcha una estrategia tan eficaz que aún en nuestros días, casi un milenio después, mantiene su vigencia como base del éxito del liderazgo y de cualquier proyecto empresarial

      Desde el punto de vista actual, aplicando una perspectiva de gestión de empresas, equipos y personas, la estrategia puesta en marcha por el Cid para lograr su principal objetivo podría resumirse en cinco poderosas claves que también hoy en día influyen directamente en el éxito o el fracaso de un proyecto. Estas claves son:

      1 La marca personal

      2 La capacidad de liderazgo

      3 La motivación

      4 La construcción de alianzas

      5 Saber recompensar

      Vamos a analizarlas, a revisar cómo se aplican en el entorno organizacional actual, y sobre todo a comprender por qué todas estas claves tienen un elemento común: la comunicación, que, como veremos más adelante, es la base de todo lo que hacemos. Y descubriremos por qué el Cid Campeador, que durante su vida ya fue reverenciado como líder único e irrepetible, hoy sería considerado, además, un auténtico emprendedor de éxito y un experto en gestión empresarial.

      La marca personal,

      el más valioso patrimonio

      “Y desde entonces apellidaron

      a Ruy Díaz de Vivar

      el Cid Campeador, para recordar

      su bravura en las batallas”

      Cuando el Cid partió hacia el destierro ya era un caballero de reconocido prestigio en Castilla y en los demás reinos que entonces conformaban lo que hoy conocemos como Península Ibérica. Su fama era la de un guerrero valiente, fiel a su señor, justo con sus vasallos y compasivo con los enemigos, a los que respetaba. En aquella época, estos valores diferenciaban al auténtico profesional del que no lo era, dentro de lo que entonces era el sector empresarial más importante: la batalla, la lucha en las guerras al servicio de los diferentes reyes, caudillos y señores. Los grandes caballeros se ganaban la vida guerreando y solo alcanzaban el éxito y la fama aquellos que demostraban su valor, su inteligencia y su gallardía en campaña sin perder jamás su sentido del honor, de la lealtad, la justicia y la compasión.

      Tal y como sucede ahora con muchos profesionales y empresas en cualquier sector, sus actos previos fueron construyendo su reputación e influyendo positivamente en su marca personal, entendiendo por reputación, como veremos después con mayor detalle, lo que los demás pensaban (y pensamos) de él, y no la imagen que quizá el Cid habría querido dar de sí mismo, que sería lo que hoy entendemos por marca personal. Hay que diferenciar ambas, porque una depende de lo que a cada uno le gustaría transmitir, lo consiga o no, y la otra depende de lo que los demás piensan de eso que se transmite. Y lo cierto es que casi nunca lo que se transmite coincide con lo que los demás perciben. Pero cuando se logra esa coincidencia; cuando la marca personal y la reputación van de la mano, se genera una fuerza colosal de resultados poderosísimos. Ruy Díaz de Vivar es el perfecto ejemplo de esa rara coincidencia; no en vano le apodaron Campeador, sobrenombre que parece proceder del neologismo culto «campidoctor», es decir, doctor en el campo de batalla, experto en batallas campales, batallador, luchador. Y esta marca personal sigue vigente en nuestros días en todo el mundo. Está por ver si dentro de un milenio alguna de las que consideramos en la actualidad grandes marcas habrá conseguido una hazaña de marketing semejante.

      Pero de lo que no cabe duda es de que en el siglo XXI las empresas, las personas y las organizaciones son conscientes de la vital importancia que tienen la marca y la reputación para lograr resultados positivos y alcanzar el éxito. Hoy en día contamos con grandes expertos en esas áreas, profesionales que saben que parte de la imagen que proyectamos no se puede controlar completamente porque no depende solo de nosotros, sino también de la opinión de los demás. En este sentido las cosas eran entonces igual a como son ahora y a como han sido siempre: lo que hacemos, o lo que los demás creen que hacemos, influye decisivamente en la reputación de cada uno de nosotros, y por extensión en la imagen que proyectamos y en nuestra marca personal. Me viene aquí a la cabeza una frase de Joaquín Lorente, reconocido publicitario con quien trabajé varios años, que siempre decía: «las cosas no son lo que son, sino lo que la gente cree que son». Una frase con la que no puedo estar más de acuerdo y sobre la que suelo recomendar una gran reflexión. En este sentido, según el Cantar, la trayectoria de Ruy Díaz de Vivar le había proporcionado a lo largo de los años una imagen tan sólida y positiva que incluso sin quererlo acuñó una marca propia: la de Cid Campeador.

      “Ya entra el Cid Ruy Díaz por Burgos;

      hombres y mujeres salen a verlo;

      los burgaleses y las burgalesas

      se asoman a las ventanas,

      todos afligidos y llorosos. De todas

      las bocas sale el mismo lamento:

      –¡Oh Dios, qué buen vasallo

      si tuviese buen señor!”

      Como hemos dicho, reputación y marca van unidas y, si son positivas, son el salvoconducto hacia el éxito. Por eso, si se va a iniciar una aventura empresarial es imperativo tenerlas en cuenta a la hora de tomar decisiones relacionadas con cualquier aspecto del proyecto, tanto en su creación como en su desarrollo y avance. Nada funciona si no se trabaja para construir una buena reputación y una marca que transmita los atributos adecuados para alcanzar los objetivos definidos. Un poco más adelante veremos cómo hacerlo.

      Si como le ocurría al Cid, ya se cuenta con un alto grado de reconocimiento, una buena reputación y una eficaz marca personal, será necesario llevar a cabo las acciones necesarias para mantenerlos, potenciarlos y utilizarlos, de forma que contribuyan a obtener los mayores beneficios destinados a la consecución de los objetivos propuestos. Porque, como nos enseña el Cantar de Mio Cid, la sólida reputación de Ruy Díaz de Vivar fue el único patrimonio con el que contó para superar el momento más dramático de su vida, cuando no le quedó más remedio que afrontar el cambio de la forma más dura e inesperada posible, el que lo catapultó hacia un futuro deslumbrante, le permitió gestionar la incertidumbre con el apoyo inicial de un ejército de sesenta voluntarios que se unieron a él en un acto de confianza y fidelidad absoluta, el que le proporcionó la financiación