combinación de elementos se realiza con un objetivo de marketing concreto, que es provocar percepciones y emociones positivas en los consumidores para lograr que se conviertan en clientes, lo que se trata de conseguir a través de estrategias y acciones destinadas a que puedan vivir experiencias agradables, asociadas a la marca en los momentos de contacto con ella. Porque la marca es la llave para llegar a los clientes potenciales. Este es el objetivo, y todas las empresas trabajan en esa dirección. Otra cosa es que suceda que los consumidores interpreten exactamente lo que la empresa les quiere transmitir y esto genere a la marca una reputación positiva. Porque como ya hemos visto, las percepciones no siempre coinciden y por tanto el efecto sobre la reputación puede ser el contrario al deseado.
La imagen de marca para una empresa tiene tanta importancia que se ha convertido en un activo más de la misma. Hay organizaciones que cuentan con marcas valiosísimas, otras cuya marca no tiene apenas valor y otras en las que la marca tuvo un valor muy alto pero que después se perdió por diversas circunstancias. Las marcas están vivas porque dependen de aspectos cambiantes, como las buenas decisiones de marketing y empresariales, la confianza de los clientes, el contexto del mercado, la coherencia entre las actividades de la empresa o de sus directivos y los valores que muestran, los cambios socioeconómicos, etc. Por eso hay que cuidarlas cada día con mimo, inteligencia y honestidad. Además, las ventajas de contar con una buena imagen de marca para una empresa son altamente rentables, ya que permite: diferenciarse de la competencia; a medio plazo reducir la inversión en marketing, porque los propios consumidores se convierten en embajadores de la marca; alcanzar una relación de mayor cercanía con su público objetivo, lo que permite aumentar las ventas y establecer precios más altos; generar mayor orgullo de pertenencia entre los empleados; reducir la rotación de personal y el absentismo, etc. Cuanto mejor sea la reputación conseguida a través de la imagen de marca, mayor será también el valor de la organización.
“Y salieron hasta cien caballeros muy bien puestos, en buenos caballos, cubiertos de cendales, con petrales de cascabeles, collares de escudos y lanzas con pendones, porque Álvar Fáñez quiere que los otros vean de lo que
es capaz y toda la pompa con la que ha sacado de Castilla a las damas”
Si saltamos en el tiempo un milenio podemos hacer un paralelismo con el Cid visto con los ojos de nuestros días. Desde nuestra perspectiva actual, el Cid podría ser ese autónomo que comienza un proyecto nuevo en las peores condiciones, sin recursos económicos, sin equipo, sin clientes y en un sector con riesgo: la batalla, la conquista de territorios, la guerra. Pero su marca personal y su reputación le llevaron a levantar una gran empresa, conseguir financiación, ver cómo su equipo crecía cada día, cómo los clientes de su sector –señores y nobles castellanos, caudillos árabes– contrataban cada vez más sus servicios y cómo aumentaba su fortuna y su fama.
Ese es el poder de la marca. El poder de impulsarnos hacia nuestros objetivos, por difíciles que puedan parecer.
EJERCICIO
Al pensar en los atributos y valores que queremos transmitir, una buena práctica es ponernos en el lugar de aquellos que van a recibir esa información, realizando un ejercicio de empatía y pensando en cómo la van a interpretar.
Para ello te sugiero que dediques un tiempo a reflexionar y escribir sobre cómo son las personas a las que te quieres dirigir y cómo crees que percibirán la información que quieres enviarles. Por ejemplo, puedes preguntarte:
¿A quién quiero dirigirme?
¿Cómo creo que son esas personas?
¿Estoy expresando lo que quiero decir de la manera más adecuada para que interpreten lo que quiero transmitir?
¿Lo que comunico es claro o puede generar confusiones o ambigüedades?
¿Utilizo el vocabulario adecuado?
¿Estoy llegando por los canales más eficaces?
¿Qué imagen creo que estoy dando?
¿Qué reputación creo que puedo lograr con esta imagen?
Hacerte estas y otras preguntas y escribir las respuestas proporciona una visión global muy útil y algunas perspectivas diferentes y provechosas que serán muy valiosas para el propósito que quieres alcanzar.
Lo que nos diferencia es nuestro capital de marca
Los atributos y valores que nos diferencian, aquellos que nos permiten destacar, que logran que los demás se fijen en nosotros como portadores de algo que nos hace únicos, constituyen nuestro capital de marca. Descubrirlos, definirlos y comunicarlos es esencial para la creación de una buena reputación y de una marca personal eficaz, ya que se convertirán en nuestro mayor activo a la hora de alcanzar el éxito como líderes o emprendedores, logrando que los demás nos elijan frente a otras opciones.
Según Tom Peters, el gran gurú del management, definir y demostrar cuáles son nuestros valores no es un capricho: es una opción de supervivencia laboral. Es decir, si no te diferencias, te extingues, (profesionalmente hablando, claro está). «Distínguete o extínguete», dice también Tom Peters, y esa es la cruda realidad en nuestros días. Aunque pensándolo bien, ¿qué le habría ocurrido al Cid si no hubiera contado con esa poderosa marca personal? Me temo que también se habría extinguido, y no solo profesionalmente. Por tanto podemos deducir que no es solo un asunto de nuestra era, sino que desde siempre en la historia de la humanidad ha tenido más opciones quien ha destacado por algo diferente, el que ha sido «único en su especie» y ha tenido la visibilidad necesaria para que todos se dieran cuenta de ello. Porque la visibilidad es imprescindible; sin ella nadie sabrá qué es eso que hacemos tan bien y que tanto les puede ayudar.
Oscar Wilde decía: «Sé tú mismo. Los demás puestos ya están ocupados». Así que esa es la buena noticia: cada uno de nosotros es único. Y eso significa que tenemos características y maneras de hacer las cosas que no puede proporcionar nadie más. La cuestión es ¿cómo ser nosotros mismos y destacar aquello que nos hace diferentes?
“Vende a Alcocer el Cid Ruy Díaz,
y paga opulentamente a sus vasallos, enriqueciendo a caballeros y peones.
No queda pobre entre todos: quien a buen
señor sirve, buen galardón alcanza”
Bueno, el camino está claro. Y como todos los caminos comienza con un primer paso: el autoconocimiento. El famoso aforismo «conócete a ti mismo» estaba grabado en piedra en la entrada del templo del dios Apolo en Delfos. Estamos hablando de una frase que se grabó allí ocho siglos antes de Cristo y que continúa vigente, lo que da una idea de la importancia que ha tenido, tiene y tendrá. Porque no es posible llegar a la sabiduría ni adquirir el conocimiento necesario para crecer como personas y como profesionales si no nos conocemos a nosotros mismos, si no nos miramos con honestidad para comprendernos y aceptarnos para orientar nuestra vida según nuestros propósitos e intereses, lo que nos permitirá ser más felices. Se trata de descubrir en nosotros aquellos valores y talentos con los que podemos brillar y acompañar a los demás en su desarrollo, así como de percibir aquellas áreas de mejora que, bien trabajadas, nos harán avanzar y sentirnos satisfechos. En el liderazgo esto es esencial. Nadie puede llegar a ser un buen líder o un emprendedor de éxito si no es consciente de sus fortalezas y áreas de mejora. A los líderes, hacer esa reflexión les permite saber con qué recursos personales cuentan para impulsar a sus equipos, a la organización en la que trabajan y a sí mismos. Y también averiguar qué es lo que no se les da especialmente bien para poder mejorarlo y, en el camino de ese desarrollo, descubrir qué persona de sus equipos sí tiene ese talento y confiar en ella para cualquier proyecto que lo requiera. A eso se le llama humildad, juicio, criterio, sabiduría, capacidad de observación… En una palabra: autoconocimiento. Conocerse a uno mismo significa adquirir conocimiento sobre la propia naturaleza. Y esto es esencial,