práctica efectiva” (p. 212),5 “las condiciones básicas a las que deben ajustarse la filosofía y el filosofar” (p. 76), que
[el Canon] está implícito en la práctica misma de la filosofía institucionalizada. Sus contenidos se infieren de las pautas curriculares vigentes, de las maneras como enseñamos filosofía y de los contenidos que les atribuimos, de lo que hacemos o decimos que hacemos cuando llevamos a cabo nuestro métier, de lo que tantos libros introductorios nos dicen que es la filosofía. Más aun, si se presta atención a lo que reconocemos que es la filosofía cuando nos encontramos en situaciones en las que sería improcedente o de mal gusto poner el acento en las diferencias (escenarios típicos: la fijación de la política editorial de ciertas revistas especializadas, las discusiones departamentales e interdepartamentales, los congresos nacionales o internacionales de filosofía) es fácil advertir que las propuestas coinciden en algo que se parece al Canon (p. 200).
La idea de Rabossi parece ser: cuando ante tanta divergencia de estilos y teorías generados por una misma aparente profesión buscamos un denominador más o menos común, un aire de familia, encontramos el Canon. Pero el Canon no puede realmente integrar esos estilos, sistemas y teorías en una misma familia. No es una contingencia corregible, la índole del Canon le hace imposible cumplir esa misión. No puede resolver el conflicto entre las propuestas de sentido emanadas por tan diversos estilos y sistemas. El Canon fracasa, lo que queremos llamar filosofía no es una profesión. Se nos revelan varias actividades fundamentalmente distintas. No en el sentido en que la ingeniería civil es distinta tarea que la del ingeniero electrónico, pues ambas tienen canónico derecho a inter-reconocerse como ingeniería. Pero si la deconstrucción define la filosofía entonces ni la ontología formal, ni la crítica trascendental, ni el análisis terapéutico, ni la dialéctica historicista, ni la escucha del ser o del pueblo, ni el cristianismo, ni la fenomenología, ni varias otras cosas son filosofía (y viceversas). Tal vez tengamos varias profesiones amparándose mutuamente, frente a los reclamos del mundo exterior académico y social, tras una misma palabra que aun mantiene cierto oscuro prestigio en la comunidad. Unidas por el espanto. Tal vez ni profesiones, sino rumias inerciales sin futuro decente sostenidas por personas que ya no pueden cambiar de empleo sin perder hacienda y autoestima.
Frente a quien recuerde las reiteradas admisiones de los “expertos” en filosofía acerca de que no está claro para ellos el carácter de su disciplina, seguidas de la maniobra encubridora que hace de esto un típico problema filosófico y, en consecuencia, una marca de la atipicidad (admirable) de la profesión, Rabossi señala que se trata de un eslogan falso:
La falsedad resulta de ignorar el peso de la dimensión institucional y de no prestar atención al comportamiento efectivo de los propios filósofos […] la presencia de la filosofía en el ámbito de las disciplinas universitarias exige, por necesidad, contar con una caracterización general que permita identificarla como tal. El Canon la provee (p. 203).
Los ungidos universitariamente como filósofos no deberían alegar ignorancia de que su status implica suficiente claridad sobre las características de su trabajo. Algo que se revela cuando, ante la mirada de la comunidad, todos
exhibimos nuestra pertenencia a una disciplina auténtica con dominio propio, problemas específicos, propuestas metodológicas, objetivos visualizables, valores y una historia eminente. Esto […] nos permite presentarnos ante el mundo como prácticos serios de una disciplina seria. Sería catastrófico si no fuera así. Sería mortal para nuestros intereses si no pudiéramos ostentar este consenso acerca de la disciplina (p. 203).
Rabossi construye un sentido de “filosofía”, dependiente de la idea de profesión, que explica el uso de esa palabra dentro de la comunidad. Sostiene, además, que los miembros de la secta así aludida también usan ese sentido cuando tratan con los bárbaros, porque si no lo hicieran perderían su reconocimiento público y, con ello, su salario. Pero entonces están obligados a elaborar un sentido de “filosofía” compatible con aquel, en particular, uno que los siga cobijando a todos. Podrían alegar que es una tarea tan difícil (incluso podrían asimilarla al descubrimiento de la naturaleza humana) que necesitan más que los dos siglos o los veinticinco siglos transcurridos en el empeño, que tal vez requieran un lapso indefinido de tiempo para completarla. Pero en este punto Rabossi tiene algo que objetar: ni la eternidad les va a alcanzar. Porque el sentido común de la palabra exige un canon y el que adoptaron los filósofos reclamados profesionales imposibilita aquel logro. Bajo ese Canon no puede haber un sentido filosófico de “filosofía” que los una profesionalmente. Virtualmente cada uno de los rasgos del Canon, según el análisis de Rabossi, lo conducen al desastre. En tal situación, si excluimos una de las opciones más interesantes: el cambio de organización de la comunidad, aparecen enseguida algunas otras: bregar por el destierro de muchas subsectas (quizás todas menos la de uno) y embarcarse, probablemente, en una campaña de concientización pública; admitir la pérdida de la condición profesional y el peligro de la expulsión del paraíso (¡ay!) universitario; modificar el Canon, esto es, encarar el trabajo siempre difícil de trastornar las maneras acostumbradas; cambiar la idea de profesión y trabajar para que los demás lo admitan; encontrar un sustituto de esta idea que permita mantener el reconocimiento público y sus agradables consecuencias.
La tesis de Rabossi, en la versión extrema que acabo de presentar, depende, entre otras, de dos cosas: que su identificación del Canon sea correcta y que el Canon, en efecto, implique la anormalidad disciplinal. Concediendo muchos de sus puntos, en honor a la brevedad y a mi ignorancia, trataré de ver si es posible sostener: (1) que las críticas que Rabossi formula a cada uno de los preceptos del Canon tal como lo reconstruye (en adelante CR) no ofrecen una base suficiente para mostrar su fracaso, (2) que CR merece algún reparo en tanto se presente como destilado conceptual de la práctica efectiva que en los últimos dos siglos se considera filosofía y (3) que cuando CR se repara para que sea el Canon genuino, implica la anomalía disciplinal perpetua. También compartiré, en buena medida, lo que me parece Rabossi, cautelosamente, propone: buscar “una concepción del quehacer filosófico que dé cabida al pluralismo doctrinario y permita superar, al mismo tiempo, el problema del disenso” (p. 207), “una manera distinta de pensar la filosofía” (p. 213) que, presumiblemente, la haga digna de aliento público.
III
La enumeración que sigue es una reformulación de CR que tiene por objetivo obviar algunos rasgos de la presentación de Rabossi que me ofrecen dudas pero que no me parecen esenciales para sus propósitos. Así, CR será: (1) La filosofía tiene un dominio propio de problemas fundamentales hacia los que confluyen todos los problemas sobre los que se filosofa. (2) La filosofía es, principalmente, búsqueda de respuestas a esos problemas. (3) Las respuestas correctas a los problemas filosóficos constituyen un saber integrado por verdades necesarias y a priori. (4) Para responder a los problemas filosóficos se requieren conceptos especialmente construidos. Estos conceptos pueden determinar un dominio de entidades o temas propio de la indagación filosófica. (5) El diálogo racional es el método filosófico fundamental. (6) De la respuesta a los problemas filosóficos depende la justificación de todo conocimiento y de toda acción. Por ende, la filosofía no depende de ningún pretendido conocimiento independiente del saber filosófico. (7) Filosofar es estar obligado, por la razón, a defender las ideas que han pasado la prueba de la crítica racional. Esto exige la identificación de problemas filosóficos en distintos ámbitos de la vida humana, lo que, a su vez, suele exigir el desarrollo de áreas filosóficas específicas cuyo cultivo exige especialización. (8) La práctica de las disciplinas no filosóficas no requiere, en general, el conocimiento de la historia de la disciplina, pero la filosofía tiene relación esencial con su historia. La filosofía empezó hace unos dos mil quinientos años.
Es de suponer que la índole de lo aquí reconstruido (un conjunto de preceptos implícitos en la práctica) y del proceso de reconstrucción (un examen lúcido pero somero y sin la pretensión de lograr un tratado “minuciosamente argumentado, con cientos de notas al pie de página e interminables referencias bibliográficas” (p. 12)) no hace de este octólogo un conjunto de condiciones necesarias para ser canónico, aunque ha de pretenderse, desde luego, que