Eileen Lantry

La rama quebrada


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entró en la Bahía Kopiu del lado del mar abierto de la gran isla de Guadalcanal. A medida que su barco se acercaba, vio que había isleños que parecían estar trabajando con un hombre y una mujer blancos. Dos niñitos blancos jugaban con varios niños negros. Ancló el barco y tomó un bote hasta la costa.

      El joven de cabello oscuro y rizado se adelantó y le extendió la mano al explorador.

      –Bienvenido a la aldea Kopiu. Soy Norman Ferris, misionero aquí en Guadalcanal. Esta es mi esposa, Ruby, y nuestros hijos.

      El viajero sonrió.

      –¡Qué bienvenida tan diferente a la que recibí hace pocos días cuando desembarqué en una islita a casi 150 kilómetros al sudoeste de aquí! ¡Casi me matan!

      –Usted debe haberse detenido en la islita llamada Bellona –le dijo Norman–. Me han hablado mucho de esos polinesios altos, fuertes y corpulentos. Ellos no permiten que nadie llegue a la costa. De hecho, mantienen una comunicación directa con el diablo y, entre muchas otras cosas, él los hace levitar.

      El explorador asintió. Todo parecía ser posible con estos hombres que infundían temor.

      –Al usar este poder sobrenatural –continuó Norman– se elevan y flotan en el aire por cortas distancias. Muchas de las bahías que rodean Bellona están dedicadas a sus dioses, y pescar en las bahías prohibidas o, incluso, acercarse a las cuevas y las casas donde se supone que viven sus dioses demonios, supone una muerte segura.

      –¡Ya lo creo! ¡El jefe de los guerreros casi nos liquida! Puede estar seguro de que nunca más iré allí.

      Para terminar su historia horripilante, el visitante agregó:

      –Esa isla siempre estará fuera de los límites para mí. Yo no soy rival de ese tipo enorme que llamo “Truenos y relámpagos”.

      Después de que el hombre se fue, los pensamientos de Norman constantemente se dirigían hacia los guerreros endemoniados de Bellona y la isla cercana de Rennell. Sentía una profunda simpatía y compasión por el hombre al que el explorador llamaba Truenos y Relámpagos, por sus fieles guerreros y la gente que vivía allí bajo el control del diablo. Norman se enteró de que el verdadero nombre del jefe era Tiekika. También supo que los belloneses decían que una voz que hablaba a través de criaturas extrañas demandaba que ellos atacaran y mataran a todo el que se acercara a los lugares de residencia de sus dioses especiales. Norman odiaba la manera en que Satanás manipulaba la mente de esta pobre gente.

      Los belloneses y los rennelleses son más altos y fuertes que los isleños indígenas de Salomón. Los habitantes de Guadalcanal parecían muy laissez faire comparado con la gente de Bellona y de Rennell que eran mucho más belicosos. Los jefes tribales belloneses siempre eran hombres, mientras que la sociedad de Guadalcanal era más matriarcal y permitía que las mujeres poseyeran tierras y tuvieran la última palabra en muchas cosas.

      Norman Ferris también sabía que el gobierno había aprobado una ley para preservar a estas dos islas como sitio de estudio antropológico sin contacto con ninguna influencia externa. Estas restricciones afectaban a todos los misioneros de todas las denominaciones, quienes tenían prohibido pasar la noche en cualquiera de las dos islas. Al considerar estos dos factores, ¿cómo podría llevarles el evangelio de amor y paz?

      Su preocupación se profundizó al recordar el mandato de despedida de Jesús: “Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mat. 28:19). ¿Dios, lo estaba llamando a él para enfrentar a estos asesinos? ¿Debería tratar de conseguir permiso del gobierno para visitar estas islas? Su agitación mental se intensificaba cuando se preguntaba: ¿Quiere Dios que ponga mi vida en peligro y que posiblemente le cause un gran sufrimiento a mi esposa y a mis hijos? Día tras día luchaba con Dios en oración, rogando: Por favor, Dios, muéstrame tu voluntad. Poco tiempo después, Norman recibió una respuesta. Sintió que Dios le habló personalmente a través de 2 Timoteo 1:7: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”.

      Esa promesa le dio paz. Con esto, supo que no necesitaba temer sino confiar en el poder del amor de Dios. Ahora podía contarle a Ruby su gran carga.

      Esa noche, después de que los niños se fueron a dormir, la tomó de la mano y le dijo:

      –Ruby, conversemos un rato. Necesito compartir contigo mi lucha por la gente de Bellona y Rennell.

      Su esposa escuchó pensativamente y en silencio. Después de expresar sus convicciones, Norman se detuvo unos momentos para dejar que ella piense, entonces le preguntó:

      –Ruby, ¿Dios podría estar pidiéndome que sea el que abra el camino del evangelio de la gracia a estos polinesios maravillosos? Ellos también deben conocer que están incluidos en el gran plan de salvación de Dios por medio de la gracia. Recuerda la promesa de Efesios 2:6 que dice que Dios nos resucitó con Cristo y nos sentó con él en los lugares celestiales. Ese “nos”, ¿no incluye a estos salvajes controlados por el demonio? –preguntó.

      Ruby se quedó perpleja.

      –¿Me estás diciendo que un hombre como Tiekika y sus guerreros asesinos, al aceptar la gracia de Dios, algún día puedan sentarse con Jesús en los tronos celestiales?

      Norman señaló su Biblia.

      –¿Por qué no? Si Dios puede salvarnos a nosotros, ¿su gracia no es suficientemente grande para incluirlos a ellos? Admito que no comprendo plenamente el versículo siete y el impresionante significado de “las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. Pero puedo creer que todo lo que Dios dice, lo hace. Dios se especializa en hacer lo que a los seres humanos nos parece imposible.

      Ruby sonrió.

      –Entiendo lo que quieres decir –su sonrisa se convirtió en una risa entre dientes–. ¡¿Puedes imaginarte a esos guerreros altos y feroces de Bellona sentados humildemente en los tronos con Jesús, alabándolo por las riquezas de su gracia?!

      Conversaron, oraron y leyeron más promesas. Entonces Ruby lo miró y le dijo:

      –Norman, no irás solo a Bellona. Dios irá delante de ti. Él estará contigo y nunca te dejará. No debes tener miedo.

      Norman la abrazó.

      –Entreguémosle todo nuestro ser a él una vez más. Renovemos nuestra dedicación. Confiemos en que Dios utilizará nuestra entrega para abrir el camino para llevar su amor a Bellona.

      Durante los meses siguientes, Norman hizo contactos favorables con el jefe Tapongi de la Isla Rennell. Dado que ningún extraño podía quedarse en esa isla durante la noche, el jefe permitió que Norman se llevara con él a seis muchachos de la isla para aprender a leer y escribir. Entre ellos estaba su hijo, Moa, que rápidamente aprendió el idioma inglés, aprendió a cantar y tradujo himnos al rennellés.

      Norman sintió la impresión del Espíritu Santo de que había llegado la hora de ir a Bellona. Primero pasó por la isla cercana de Rennell para buscar a su joven amigo, Moa, que había traducido el canto “Cristo me ama” al bellonés y al rennellés, que son casi idénticos.

      Evidentemente, los aldeanos de Bellona vieron el barco a mucha distancia en el mar. Asombrados, observaron que el barco ancló en una de las bahías sagradas. Inmediatamente, una multitud de aldeanos se reunió en los acantilados altos sobre la playa para ver cómo morían los extraños a manos de su dios héroe, porque pisar esta tierra santa hubiese significado la muerte incluso para un bellonés. Sus ojos seguían maravillados a medida que el hombre blanco, con la tripulación del barco, remaban hasta la orilla y desembarcaban en la playa sagrada. ¿Por qué los reunía en un semicírculo? ¿Por qué se quedaban parados y hacían ese ruido? Podían entender las palabras, pero ¿qué significaba “Cristo me ama”? El temor se convirtió en ira. ¿Esos extraños le estaban pidiendo a su dios que les hiciera daño a ellos?

      Para ese entonces, Tiekika y sus hombres habían corrido hasta la roca que dominaba la playa sagrada. Detrás de Tiekika, sus fieles guerreros se agazapaban con lanzas y garrotes.

      –Nadie