un ronco susurro:
–¡Deben estar echándonos una maldición!
La ira y el odio aumentaron en su mente. Sus ojos salvajes vigilaban cada movimiento de los intrusos. Vio que el hombre y la tripulación se arrodillaban en la arena e inclinaban la cabeza. Oyó palabras que no podía entender. ¿Podrían estar orando a sus dioses malignos?
Cuando Norman se levantó de sus rodillas, observó a un anciano y a algunos niños que estaban más adelante en la playa, probablemente buscando almejas.
–Iré solo para ver si puedo hacer contacto con la gente de la isla. Quizá podamos comunicarnos.
Tomó su maleta médica y un libro negro. Se volvió a poner el sombrero y comenzó a caminar hacia donde estaba el anciano, que parecía amigable. Esto lo llevó más arriba de la playa, cerca de la roca alta.
De repente, un grito exorbitante retumbó por toda la bahía. Norman levantó la vista justo a tiempo para ver que un hombre alto y musculoso saltaba de la roca seguido de cuarenta o cincuenta guerreros. Caían parados y corrían velozmente hacia él, con las lanzas preparadas. Norman no tuvo oportunidad de correr, ni tampoco se le ocurrió la idea. Al levantar la vista al cielo y elevar una oración a su Amigo celestial en busca de sabiduría y protección, el misionero solitario supo que podía enfrentar cualquier situación.
Entonces se quitó el sombrero y lo puso sobre la arena. Él sabía que esto sería tomado como un desafío por los guerreros paganos que lo rodeaban. Era costumbre de los isleños que trazar una línea en tierra o colocar un objeto en tierra constituía un desafío. Con el sombrero en la arena, Norman retrocedió como un metro para esperarlos. Intentar huir significaría una muerte segura.
Norman había ido a Bellona para representar a Dios, en quien depositaba su confianza. Él sabía que el diablo huye ante el enorme poder de Dios, así que ahora esperó. Sin aliento, la tripulación y Moa observaban con temor en sus rostros. Si Norman y Dios fracasaban, ellos también morirían.
Entonces la furia demoníaca se apoderó de Tiekika. Traspasó el sombrero, agarró la camisa de Norman y le rasgó la espalda. Luego, su mano fuerte sujetó con fuerza el brazo blanco. ¿Era un espíritu demoníaco o un hombre? Tiekika estrujó los músculos hasta que el dolor, como una antorcha abrasadora, ardió en el cuerpo de Norman. Mientras constantemente elevaba una oración suplicando mucho coraje y fe, Norman esperaba, no el golpe mortal, sino que Dios actuara.
Entonces uno de los hombres de más edad que observaba gritó:
–¡Déjalo vivir!
Tiekika le respondió con otro grito:
–¡No! ¡Él muere!
En ese momento, Tiekika pareció sentir que un brazo más fuerte se apoderó de su brazo y, con una torsión de muñeca, Tiekika sintió poder, como un tiro de karate. Para sorpresa de ambos, el guerrero imponente y musculoso perdió el equilibrio, fue arrojado a la arena y quedó postrado.
¿Un poder angelical sobrehumano había asumido el control? Se oyó un grito seguido de risas de la gente reunida en la ladera. Tiekika se puso de pie de un salto, dio media vuelta y corrió lo más rápido que pudo a lo largo de la playa. Sus guerreros lo siguieron. Desaparecieron en la selva.
Norman sabía que cuando Dios envía un ángel mensajero, el poder divino vence a Satanás. Allí, solo, al saber que había estado en presencia de un ser celestial, Norman sintió que le corrían escalofríos por la espalda y comenzó a transpirar en todo el cuerpo. Lo sobrecogió un inmenso alivio al darse cuenta de que Dios continuaría utilizando su poder para vencer al enemigo en el terrible conflicto entre Cristo y Satanás. Dios había ganado el primer round en la batalla. ¡La victoria llegaría a Bellona!
Norman les hizo señas a los aldeanos que esperaban en el acantilado para que vinieran a reunirse alrededor de él y de la tripulación. Bajo la dirección de Moa, comenzaron a cantar: “Cristo me ama, esto sé...”. Lentamente, los aldeanos comenzaron a llegar. Con profunda simpatía Norman observó las llagas que supuraban y las horribles úlceras en carne viva tanto en adultos como en niños, así que abrió su maletín médico y les brindó atención a los más necesitados. Luego les hizo señas de que se unieran a él para orar de rodillas. Moa tradujo su oración:
–Oh Dios, que hiciste los cielos y la tierra, oro por Tiekika, por sus guerreros y por estos queridos aldeanos, para que ellos sepan que los amas. Oro para que crean en el poderoso Dios cuyo poder y fortaleza es más fuerte que cualquier guerrero o dios demoníaco. Ven a esta isla y trae paz y gozo a cada uno. Oro en el nombre de Jesús. Amén.
Con eso, Norman regresó al barco con la promesa:
–Volveremos.
2 Comienzos, gozos y pruebas
Norman Ferris y sus dos hermanos se criaron en la Isla Lord How, a setecientos kilómetros al noreste de Sidney, Australia. A los niños les encantaba escuchar a sus padres misioneros relatar historias bíblicas como la de Daniel en el foso de los leones y la de David y Goliat. Se emocionaban con cada nueva historia de su campo misionero favorito, las Islas Salomón. Los tres muchachos posteriormente admitieron que estas historias del culto diario influyeron en las decisiones de su vida.
Desde muy pequeño, Norman entregó su vida a Jesús, al recordar las palabras de su padre: “Dios tuvo un solo hijo, y este fue misionero”.
A los 19 años, Norman se inscribió en el curso misionero del Colegio de Avondale, en Cooranbong, Australia, con un único propósito en mente: servir a Dios como misionero en las Islas Salomón. En 1921, a este disperso archipiélago de islas montañosas y largos arrecifes de coral al noreste de Australia solo se podía llegar mediante un vapor desde Sidney y, dependiendo de las condiciones climáticas, el viaje duraba entre dos semanas y un mes. Las Islas Salomón, que se extienden alrededor de 1.500 kilómetros en dirección sureste con seis islas principales y unas 992 islas más pequeñas, atolones y arrecifes, se componen de cadenas montañosas densamente forestadas, atravesadas por valles profundos y angostos.
Los lazos familiares y de los clanes en las pequeñas aldeas diseminadas a lo largo de la costa marina siguen siendo muy fuertes. Un 93 % son melanesios y un 4 % son polinesios que hablan más de ochenta idiomas locales diferentes, además de 120 dialectos. Se comunican mediante el “pijin de las Islas Salomón”, una mezcla de inglés y dialectos nacionales.
En el siglo XIX, varias misiones cristianas se reunieron para asignar determinadas islas a diferentes iglesias. Debido a la influencia de los misioneros, un gran porcentaje de la gente de las Islas Salomón dice ser “cristiana de algún tipo”, pero rara vez su estilo de vida ha cambiado con respecto a sus prácticas paganas. Sin embargo, esta modalidad parecía compatible con la identidad de su clan.
De modo que la mayoría de las aldeas de una isla dice ser anglicana mientras que en otra isla las aldeas están compuestas de católicos romanos. La mayoría de las islas principales se hicieron evangélicas de los Mares del Sur, de las Iglesias Unidas, o metodistas, bautistas, testigos de Jehová o de la Asamblea de Dios. Las diferentes misiones competían por el territorio. No obstante, la comisión no asignó ninguna isla a los adventistas del séptimo día. Así que los primeros misioneros llegaron a la conclusión de que Dios quería que entraran en todas las islas. Este plan propendía a crear fricción.
A pesar de conocer estos desafíos con los que probablemente se enfrentaría, la pasión de Norman por las misiones crecía día a día. Captaba cada vez más el milagro de la salvación por la gracia de Dios. Comprendía que Dios dará este poder transformador incluso hasta al isleño más salvaje. Visualizaba que la promesa de Efesios 2:6: “asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”, incluía a todos sus hijos preciosos. Anhelaba ayudarlos a entender el plan de Dios. Para Norman, el plan eterno de Dios le ofrecía a todos una relación con Dios aún más estrecha que la que tienen los ángeles con él.
En el curso misionero del Colegio de Avondale, la mirada perspicaz de Norman se clavó en una chica vivaz, Ruby, que compartía su amor por Dios y las misiones. Siempre