Eileen Lantry

La rama quebrada


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llamada Dovelle. ¿Por qué se los necesitaba allí? La respuesta decía: “Deben ocupar el lugar de la familia Lee, que acaba de perder a su hijito, Noel, debido a una enfermedad. El señor y la señora Lee regresaron a Australia”.

      Al llegar a Dovelle, Ruby y Norman inmediatamente comprendieron por qué había muerto el pequeño Noel. Ellos amaban a los afectuosos nacionales, pero odiaban la suciedad extrema de la aldea. Su casa, hecha de material nativo con un techo de hierro y piso de tablas, tenía una cocina aparte. El suministro de agua, acumulada en un tanque de hierro en el techo, constituía un lugar ideal para criar mosquitos anófeles. No solo abundaban los mosquitos, sino que las moscas pululaban por todos lados, alimentándose de excrementos humanos en los arbustos de las inmediaciones. Descubrieron serpientes y ciempiés en lugares inesperados. Su desafío era cómo poder enseñarle a esta querida gente a vivir pulcramente. Si tan solo escucharan y se atuvieran a una higiene sencilla y práctica, podrían evitar la mayoría de las enfermedades.

      Ya que ninguna ruta penetraba la selva espesa y las montañas escarpadas, a Norman le encantaba llevar a Ruby en lancha por el distrito de la isla, visitando todos los hogares de las aldeas. En un viaje descubrieron a Nellie y Norman Watkins, a quienes habían conocido como compañeros de viaje en el vapor cuando llegaron a las Islas Salomón. Norman Watkins administraba una plantación de copra, producto de la pulpa seca del coco, que exportaba.

      En esa visita, la afectuosa Nellie recibió a Ruby con una amplia sonrisa y le dijo:

      –Ruby, veo que estás esperando tu segundo bebé. Tú sabes que el Hospital Metodista es una institución limpia con un buen médico. Y funciona en Munda, a solo ocho kilómetros de aquí. ¿Te gustaría quedarte con nosotros cuando estés en fecha?

      –¡Eso sería una gran bendición! Muchísimas gracias. Aceptaremos tu ofrecimiento –sonrió Ruby con gratitud.

      Algunos meses después, mientras visitaban el distrito, anclaron su lancha en el muelle de la plantación una semana antes de la fecha prevista para el parto. Como llegaron después de la puesta de sol, decidieron pasar la noche en la lancha y mudarse a la casa de los Watkins por la mañana. Cansados del viaje, Norman y Ruby se fueron a dormir temprano. A eso de las diez de la noche Ruby despertó a Norman.

      –¡El bebé está en camino! ¡Vayamos ahora!

      Norman despertó al maquinista.

      –¡Apresúrate! Debemos ir al hospital inmediatamente.

      Una y otra vez el maquinista probó, pero el motor no encendía. Con desesperación, Norman saltó de la cubierta y corrió hasta la casa de los Watkins.

      Al oír las palabras: “Ruby está con trabajo de parto”, entraron en acción. Pronto los cuatro se apretujaron en una lancha neumática con motor fuera de borda para hacer los ocho kilómetros hasta Munda en tiempo récord. El dolor de las contracciones le decía a Ruby que el bebé estaba muy avanzado.

      Enormemente aliviado de estar en el hospital, Norman siguió a la enfermera y a Ruby hasta su cuarto. Pronto llegó un saludable varoncito, llorando vigorosamente. Lleno de gozo, Norman vio a su primer hijo, al que llamaron Raymond Harrison.

      Poco después del nacimiento de Ray, llegó la noticia de que un fuerte ciclón había volado el techo de la casa de la Misión Dovelle. Como sabían que no valía la pena reparar la estructura y que no podrían volver a esa zona con un nuevo bebé, Norman tomó una lancha y empacó las pocas pertenencias que pudo encontrar. Como la isla Nueva Georgia no estaba lejos, regresaron al Colegio de Batuna y frecuentemente visitaban a los creyentes de Lavella.

      Como el distrito de Batuna no tenía casa en la que pudiera vivir la familia Ferris, el presidente de la Misión sugirió que Ruby y el bebé regresaran a Australia.

      –Como faltan pocos meses para tu furlough –le dijo a Norman– pronto te reunirás con ellos.

      Eso hicieron.

      En el largo viaje de regreso a Sidney, Ruby oraba con mucha frecuencia y fervor para que Norma la aceptara como su madre. Con alegría se emocionó al ver su hijita robusta pero tímida. La pequeña Norma observaba con curiosidad a esta nueva persona. Mary la tomó de la manito y la llevó hasta donde estaba Ruby, diciendo:

      –Mamá, tu mamá.

      Pasó solo poco tiempo hasta que el amor se abrió paso. La pequeña Norma lentamente se acercó a ella y levantó las manos. Ruby alabó a Dios cuando Norma la abrazó fuerte. ¡Qué alegría tener a su pequeña en sus brazos!

      Pero las continuas altas temperaturas y los días que pasó en cama sufriendo los escalofríos periódicos y la fiebre de la malaria dejaron a Ruby debilitada y anémica. Gradualmente se volvió incapaz de amamantar al bebé Ray. Con el paso de las semanas él no aumentaba de peso. Cuando creció lo suficiente, la papilla de Granose marcó una gran diferencia. Pronto sus enormes ojos azules brillaban y sus mejillas rosadas lo hacían que fuera un bebé adorable.

      Finalmente llegó el día cuando recibieron una carta de Norman: “Estoy yendo a Australia por la vía de las Nuevas Hébridas, y pasaré por la casa de mis padres antes de llegar a Sidney”, escribió. “Como está a más de 640 kilómetros al noreste de Sidney, tú y los niños, ¿podrían tomar el vapor para que nos encontremos en la Isla Lord Howe?”

      ¡Qué gran reunión cuando llegó el barco! Norma, casi por cumplir sus tres añitos, miraba suspicazmente a su papá. Él comenzó a jugar con ella usando globos y una pelota de goma blanda. Las escondidas eran muy divertidas también. Muy pronto, el amor y el afecto que él le prodigó la conquistaron. Qué alegría inundaba el corazón de Norman al alzar a Norma y al pequeño Ray, que ahora tenía ocho meses.

      ¡Gloriosa unión familiar: jugar con los niños, disfrutar de picnics en la playa y compartir las bendiciones de Dios con los abuelos llenó su taza de alegría! Ahora Norman podía contarles historias misioneras a sus padres, sobre la conducción y el poder de Dios, así como ellos solían leerle historias de las Islas Salomón a él y a sus hermanos cuando eran niños.

      El resto de los tres meses de licencia pasaron volando al visitar a los padres de Ruby en Sidney. Muy pronto, la familia misionera de cuatro integrantes se embarcó en el vapor que los llevaría de regreso a las Islas Salomón. Pero Satanás tenía un plan siniestro para destruir su felicidad.

      1 Nota del editor: Furlough es una licencia especial de vacaciones para todos los misioneros u obreros que trabajan en otro país fuera del de origen.

      Relajados en las sillas de la cubierta mientras vigilaban a los niños que jugaban, Norman le explicó los planes de viaje a Ruby.

      –Después de varias semanas en mar abierto, atracaremos en el puerto de escala más cercano, en la isla de Rendova, del grupo de Nueva Georgia. La lancha misionera interisleña, Kima, nos llevará hasta la Laguna Marovo, en la isla Nueva Georgia.

      Cuando desembarcaron en Rendova, descubrieron que la Kima estaba anclada para pasar la noche. Los vientos fuertes azotaban las velas y la violencia de los mares frustró cualquier plan de partir aquella noche. Cuando los Ferris abordaron la Kima, descubrieron que estaba repleta de nacionales y sus pertenencias, que también iban hasta Marovo.

      Con la esperanza de que por la mañana las aguas se calmarían, Norman le explicó a Ruby:

      –Lo siento, cariño, pero no queda espacio en la cubierta. Tendremos que acostarnos en el techo de la cabina, sin colchones.

      Por la mañana el clima no cambió. Dado que el camino más corto los llevaría a través de mares agitados, el capitán escogió el camino más seguro. Eso implicaba viajar durante todo el día hasta la punta norte de la isla Nueva Georgia, antes de poder dirigirse al sur y entrar en la laguna. Como la embarcación se movía y se sacudía casi sin control, la tripulación puso las velas para estabilizar la lancha.

      Al volante, Norman observaba a su buen amigo, Kata Rangoso, un hombre