vestíbulo del edificio principal, se le dijo que estaba buscándolo el pastor E. H. Wilcox, presidente de la Unión Sur del Brasil (campo misionero que comprende el Mato Grosso).
–Por fin lo encuentro –expresó el pastor Wilcox mientras saludaba a Alfredo–. Durante esta última media hora estuve buscándolo. La junta de la Unión decidió invitarlo a trabajar como misionero en la Misión de Mato Grosso, y tengo el gran privilegio de entregarle esta carta oficial. ¡Bienvenido al cuerpo de obreros y misioneros del sur del Brasil! –agregó, abrazando a Alfredo–. La Misión desea que usted vaya a Cuiabá, para iniciar allí la predicación del evangelio. Es un verdadero desafío, porque todavía no se ha hecho nada allí. Dios lo bendecirá, estoy seguro, y le dará una experiencia misionera maravillosa.
Le hubiera resultado imposible disimular su felicidad. El rostro de Alfredo resplandecía mientras le agradecía al pastor Wilcox por la confianza manifestada.
–Por favor, comunique a los miembros de la junta de la Unión mi aprecio por la invitación, y dígales que he aceptado el desafío de iniciar obra misionera en Cuiabá.
Luego, corrió a su departamento para contarle las novedades a Aurea.
–¡Todas nuestras cosas ya están empacadas, querido! –exclamó ella–. ¡Mañana mismo podemos viajar hacia nuestro destino!
La ceremonia de entrega de diplomas de esa noche tuvo un significado especial para Alfredo. Estaba más seguro que nunca de que verdaderamente iniciaba una vida de servicio para Dios.
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