Pero usted cobra, coño. (Se rasca la entrepierna).
henrik: Abróchate los pantalones y haz el favor de acercarme la gramática.
Robert le tira el libro a Henrik y se guarda de mala gana la pija, azulada y levemente ondeante. Pone los brazos sobre la mesa, la cabeza sobre los brazos, y adopta la posición de dormir.
henrik: Bueno, vamos a ver, ¿el presente?
robert (velozmente): Ich bin, du bist, er ist, wir sind, Ihr seid, Sie, sie sind.
henrik: Muy bien. Vamos con el imperfecto, pues.
robert (igual de rápido): Ich war, du warst, er war, wir waren, Ihr wart, Sie, sie waren.
henrik (sorprendido): Hay que ver. Y ahora… ¿qué falta?
robert: El perfecto, cojones, me cago en la puta.
henrik: ¿Perfecto?
robert: Ich habe gewesen. (Silencio).
henrik (lo mira con fijeza).
robert: Du hast gewesen, er hat gewesen. (Silencio).
Víctima y verdugo se miran con implacable aversión. En este instante, sin embargo, no se puede saber quién desempeña un papel u otro.
henrik: ¿Cómo?
robert: Wir haben gewesen.
En ese crítico momento entra el conde sin llamar a la puerta. Posiblemente haya estado escuchando desde fuera. Svante Svantesson de Fèste llena la habitación con su volumen, su voz, sus patillas y su nariz. Los ojos son de un azul infantil; la cara, roja con tendencia al morado. Henrik se pone de pie y se estira la ropa. Robert se derrumba. Ya sabe lo que le espera.
conde svante: Así que… gramática alemana, ¿eh?… Esto… ¿Qué le iba a decir? ¡Ah!, sí. Un joven que se llama Ernst Åkerblom vino en bicicleta y quería hablar con usted. Le comuniqué que estaba usted ocupado con mi hijo hasta la hora del té y le sugerí que fuese a bañarse con las chicas, cosa que parece que hizo con mucho gusto. Sí, eso era. ¿Qué tal va Robert? ¿Es ineducable o ha logrado usted inculcarle algún conocimiento de los que se supone que debe tener un aristócrata desde que se suprimieron los cuatro estamentos? ¿Qué tal va?
henrik: Yo creo que Robert es listo y hace progresos. Claro que hay lagunas…
conde svante: ¿Dice usted de verdad lagunas? ¿No abismos?
henrik: … Digo que hay lagunas, pero si nos esforzamos los dos, lograremos unas cuantas cosas antes de que empiece el curso.
conde svante: ¿Ah, sí? ¿De veras? Vaya, vaya, esto parece prometedor. Y tú, ¿qué dices, Robert? ¿Eh?
El conde golpea a su hijo en la nuca con la mano abierta de modo que se oye cómo le rechinan los dientes. Es un gesto hecho con intención de dar ánimos, pero Robert baja la cabeza, empieza a moquear y una lágrima se abre paso por su sucia mejilla.
robert: Sí.
conde svante: ¿Qué te pasa? ¿Estás llorando?
robert: No.
conde svante: Ya, ya me parecía a mí. Suénate. ¿No tienes pañuelo? ¿Y eso? Anda, toma el mío. No moquees. Quiero hablar a solas con tu profesor. Llévate la gramática y siéntate a estudiar en el cenador.
Robert se retira cabizbajo, parece una desgracia andante. Cuando se cierra la puerta, la voluminosa humanidad del conde se desploma en una vacilante silla con el respaldo roto. Se queda así, agobiado y rezongando como para sí mismo.
henrik: ¿El señor conde quería hablar conmigo?
conde svante: Su madre dice que soy injusto. Que me meto con él. Que no lo quiero. No sé, me parece que no vale la pena seguir esta especie de tortura. ¿Qué opina usted?
henrik: No hay que perder las esperanzas.
conde svante: Bobadas, señor Bergman. Mi hijo Robert es un zángano incorregible, un completo imbécil. Un llorica de los cojones. De mayor será un tunante y un botarate. Sigue pareciéndose a su tío materno, y en él puede verse el resultado final.
henrik: Da lástima el muchacho.
conde svante: ¿Cómo que da lástima? ¿Da lástima alguien que lo ha tenido todo? ¿Que nunca ha tenido que esforzarse, que es el niño mimado de su madre? Si ese da lástima, lo que da lástima es la humanidad.
henrik: Tal vez dé lástima la humanidad.
conde svante: Pero ¿qué mariconadas está usted diciendo, señor Bergman? No me venga con semejantes fantasías enfermizas. Ich habe gewesen! Sí, señor. El hombre es un maldito montón de mierda, señor Bergman. Una contaminación en la superficie de la Tierra. Menos mal que hay caballos. Si no tuviera mis caballos, me pegaría un tiro en la cabeza. Los caballos sí que dan pena. Su gran error fue pactar con el hombre al comienzo de los tiempos. Y ese pacto lo están pagando. (De pronto). Estamos, pues, de acuerdo en suspender la broma esta de que Robert estudie durante las vacaciones, ¿no es así?
henrik: Usted decide, señor conde.
conde svante: Eso es, señor Bergman, el señor conde decide. Mandaremos a ese sauce llorón a casa de su abuela en Hägersta, que allí hay bastantes mujeres ante las que hacer melindres. Y en otoño que repita curso. ¿Qué día es hoy? Sábado, 9 de julio. Usted cesa hoy a petición propia con sueldo hasta el viernes 15. Puede usted irse o quedarse, como quiera. ¿Le parece a usted bien así?
henrik: El señor conde quizá tenga la bondad de recordar que a mí me contrataron hasta el primero de septiembre. Yo carezco de recursos y he contado con este empleo.
conde svante: ¡Anda, coño! ¿Quiere usted decir que pretende cobrar sin hacer nada?
henrik: A estas alturas del verano es imposible conseguir otro empleo, y yo tengo que vivir.
conde svante: Tiene usted muchas pretensiones. Y, además, es usted un descarado. Eso no me lo esperaba de un aprendiz de cura.
henrik: Lo siento, pero tengo derecho a lo que me corresponde. Si el señor conde se niega, me veré obligado a dirigirme a la señora condesa, puesto que el contrato, en último término, está firmado por ella y por mí.
conde svante: ¡No se atreverá a hablar con la condesa!
henrik: No tengo más remedio.
conde svante: Es usted un maldito granuja al que le han dado pocos azotes de pequeño.
henrik: Y el señor conde es, con perdón, un bruto de mierda al que probablemente han zurrado mucho de pequeño.
conde svante: ¿Qué tal si reparo alguno de los pecados de omisión de su padre y le cae una somanta aquí mismo?
henrik: Hágalo, señor conde, pero no cuente con que vaya a quedarme quieto. Adelante, le dejo la iniciativa, señor conde, usted es, sin duda alguna, más viejo. Y más noble.
conde svante: Tengo la tensión alta y no puedo agarrar estos cabreos.
henrik: Ojalá le dé a usted un patatús. La misericordia de Dios libraría al mundo de un animal.
Svante Svantesson de Fèste se echa a reír y empieza a boxear contra el pecho de Henrik con el puño cerrado. Henrik sonríe desconcertado.
conde svante: ¡Vaya con el aprendiz de cura de los demonios! Bueno, joven, no ha rugido usted mal, no. Si se quiere hacer algo en este podrido mundo hay que mantener el tipo hasta el final. ¿Hasta el 1 de septiembre, dice? Le debo entonces julio y agosto. Doscientas cincuenta coronas. Concluimos el negocio ahora mismo y ni una palabra a las señoras, ¿estamos?
henrik: En el acuerdo entraba la comida y el alojamiento hasta el primero de septiembre, pero eso se lo regalo.
conde svante: ¡No, hombre, no! ¡Quédese! Aquí se está bien. Hay chicas guapas. Buena comida. ¡Reconozca que aquí se come bien!
henrik: No, muchas gracias.
conde