le gustaba especialmente sentarse en los bares—ni siquiera visitarlos, a decir verdad—y hubiera querido una de las mesas pequeñas, pero estaban todas ocupadas. Pero necesitaba una bebida, algo que la hiciera olvidarse del hecho de que en el corto periodo de siete dias, ella había aprendido que su vida entera había sido una mentira. La carta de su abuela estaba doblada en el bolsillo de su chaqueta, una fina hoja de papelería llena de palabras que habían destruido todo lo que había creido sobre su vida hasta ahora.
"¿Qué puedo ofrecerle, señorita?"
Taylor levantó la cabeza. El camarero colocó una servilleta de cóctel en la barra en frente de ella. La esperó pacientemente, ese rubio fornido con ojos que decían que lo había visto y oido todo y una mirada expectante en su cara. ¿Qúe se bebía cuando querías emborracharte? Su experiencia estaba limitada a una pequeña seleccion de buenos vinos y Bloody Marys de los desayunos tardíos de los domingos. Espera. Los socios de la empresa de inversiones en la que trabajaba siempre bebían Jack Daniel's en las funciones corporativas. Negro, significara lo que significase. Dedujo que era tan buena elección como cualquiera.
"Jack Daniel’s Negro, por favor." Trató de que sonara autoriario.
"¿Piedras o limpio?"
Ella frunció el ceño. ¿Por qué tiene que ser tan complicado pedir una bebida? "Oh, esto, piedras por favor."
Era muy consciente de su alrededor. Las paredes del bar eran de un rico y pulido roble, como los paneles de la barra. Las mesas eran de tablas de roble, con sillas cubiertas de un cuero suave. La iluminación, discretamente empotrada, daba a los clientes la ilusión de un manto de oscuridad. Música suave salía de los altavoces escondidos, una efectiva pantalla de sonido para las parejas con las cabezas inclinadas hacia el otro de forma íntima.
"Su bebida, señorita."
El camarero colocó un vaso lleno de un líquido color ambar y cubitos de hielo en una pequeña servilleta, y puso un vaso de agua al lado.
"Por si quería un perseguidor." Le dedicó una media sonrisa.
Agarró el vaso con las dos manos y tomó un buen trago. La primera salpicadura del licor en su lengua era un agudo mordisco con un sabor ahumado, una sensación de ardor para la que no estaba preparada hizo que se le escaparan unas lágrimas y que tosiera.
"Si fuera tú, yo no lo bebería como si fuera limonada. Toma."
La voz era tan profunda y rica que hizo que unos dedos de calor recorrieran su espina dorsal y que pequeñas pulsaciones palpitaran en el corazón de su sexo. Una fuerte mano masculina le tendió un pañuelo blanco como la nieve que ella cogió sin pensar. Se secó los ojos y luego cogió su vaso de agua y bebió la mitad. Entonces levantó la mirada para ver quién había venido en su rescate.
Depredador. Esa es la primera palabra que se le vino a la mente. Una emoción desconocida de tentación prohibida le recorrió el cuerpo al ver al hombre sentado a su derecha. Anchos hombros y manos con dedos largos y delgados. Una cara llena de ángulos con una nariz recta y unos labios sensuales, pero una mirada totalmente ilegible. Ojos más oscuros que el carbón bajo unas pestañas mas gruesas que las suyas. Pelo negro y largo, atado por atras con una tira de cuero.
Había algo feroz con él. Salvaje. Indomable. Peligroso. Una poderosa energía radiaba de él y golpeaba contra su cuerpo, todo ello apenas domado bajo el manto civilizado de un traje a medida y una camisa de vestir de seda. Una imagen prohibida de él desnudo apareció en su mente, su largo pelo negro, los musculos de su bronceado cuerpo ondeando con la luz del sol. Una pantera, a eso le recordaba. Y por un momeno, ella quiso estar perdida en la jungla.
Él levantó una ceja. "¿Pantera? ¿Es eso una contraseña?"
Oh, Dios, ¿he dicho eso en voz alta? "No prestes atención a nada de lo que salga de mi boca esta noche." El calor subió por sus mejillas. "Mi mente no está funcionando correctamente."
Sus ojos se clavaron en ella y se estremeció. El sentido común le decía que debía alejarse lo máximo pasible de ese desconocido antes de verse en una situación que se estuviera fuera de su control. Sus amantes habían sido lamentablemente escasos y decepcionantes y ninguno había hecho que su sangre se calentara y se humedeciera entre sus piernas como lo había hecho este desconocido. Se preguntó como sería tener sexo caliente y sudoroso con él. Los músculos de lo profundo de su cuerpo se contrajeron.
Casi rió. Sus abuelos se revolcarían en sus tumbas si supieran que un pensamiento así había invadido su mente. Bien. Se merecen un poco de hervor en la tumba después de lo que me hicieron.
Taylor sabía que debería acabar su bebida, ir a su habitación y tratar de no pensar en como su vida había sido destruida en pequeños pedacitos. O en el episodio humillante de hoy. Pero el resentimiento había estado hirviendo en su interior durante una semana y lo que había pasado hoy había hecho que se juntara toda la amargura. La implacable disciplina que había permitido que le impusieran durante toda su vida había sido en vano. Por una mentira.
Cuando el abogado que se ocupaba de la herencia de su abuela le entregó la carta en la que se detallaba la monstruosa farsa que había estado viviendo, se llevó el susto de su vida. Nada había sido como ella pensaba. Ni siquiera era Taylor Scott en realidad. En este punto ella no sabía quien diablos era ella. Pero sí sabía quien no quería ser.
Tal vez ahora era el momento para descubrir que le ofrecía la vida. Para saborear la fruta prohibida que siempre se había negado a sí misma.
Devolvió el pañuelo de algodón, notando sus fuertes y delgados dedos mientras lo hacía. El breve contacto hizo que el calor se disparara a traves de ella. "Gracias. Yo, em, tragué más de lo que pretendía."
Él apuntó hacia su vaso. "Hay que sorberlo despacio, no tirarlo. Los buenos whiskeys están hechos para ser saboreados."
"Lo sé." Enderezó la espalda y se revolvió el pelo. "¿Crees que no sé cómo beber un buen whiskey?"
Pensó que se asomaba una sonrisa en su boca, pero el indicio de ello desapareció al momento.
"Creo que tus hábitos de bebida son asunto tuyo. Sólo estaba ofreciendo un amistoso consejo." Le hizo un gesto al camarero y levantó su vaso.
"Bueno, puedes quedarte el consejo, pero gracias por lo del pañuelo. Ahora estoy bien." ¡Mentira!
"Bien. Me alegra ser de ayuda."
Taylor acabó el resto de su bebida a trargos pequeños y trató de ignorar al hombre de su lado. El licor trazó fuego a través de su sangre pero dejó intacto el punto frío que se asentaba en su interior como un bloque de hielo. Levantó la mano y le hizo un gesto al camarero.
"¿Segura de que quieres otro de esos?" La profunda voz provocó otro destello de calor.
"Sí. Estoy segura. Y gracias por preocuparte, pero no necesito que alguien monitorice mis tragos."
Él se encogió de hombros. "Por mí bien." Levantó una ceja cuando el camarero sirvió otro vaso lleno en frente de ella. "¿Celebrando? ¿O ahogando tus penas?"
"Ninguna de las dos. Sólo..." Buscó la palabra correcta, pero no pudo encontrar ninguna. "Sólo bebo."
"Odio tener que decirtelo, pero no parece que lo estés disfrutando mucho."
Taylor se giró para mirarlo y se encontró capturada de nuevo por la oscuridad de sus ojos.
Ojos sin alma. Pero, ¿de dónde venía eso? "Al contrario. Me lo estoy pasando en grande." Tomó un buen trago de su nueva bebida y casi se atragantó de nuevo. Cogió su vaso de agua y bebió de él.
"Mm-hmm. Realmente veo placer en tu cara."
Estaba empezando a ponerle nerviosa. "Eres bastante entrometido." Tuvo que apartarse de su penetrante mirada. "Yo diría que es angustiante descubrir que después de treinta años tu vida ha sido una mentira, y que el único familiar que parece quedarte niegue tu existencia. Llévatelo. Los cuentos de hadas no son reales."
Él