Desiree Holt

Donde Se Oculta El Peligro


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que era seguro dejarla. Con algo parecido a la desesperación, agarro el cuello de su traje y tiró hacia ella.

      En un momento, vislumbró su cara de asombro. Lo siguiente, ella estaba presionando su boca contra la suya, y deseando que la abriera para poder ahogarse dentro.

      Capítulo Dos

      Su cuerpo se tensó y onduló bajo su tacto, ella se aferró con más fuerza a la tela de su chaqueta para evitar que se fuera. Ella quería a este hombre de formas que no había querido a nadie más. Formas que la sobresaltaron mientras su cuerpo reaccionaba de una manera desconocida. Casi cambió de idea, asustada por la explosión de deseo que la atravesaban, pero la determinación superaba la trepidación. Por todas las cosas que había perdido y por las que nunca había tenido, se merecía esto. Presionó su lengua contra su boca y, ya sea por la sorpresa o el deseo, él la abrió y ella lo saboreó. Whiskey y café y menta combinados para producir un sabor embriagador que tentaba sus sentidos. Le chupó la lengua, atrayéndolo a su boca en un beso más sensual de lo que jamás se habría permitido. O había querido.

      Le agarró con fuerza la parte superior de los brazos, como si quisiera apartarla, pero ella se agarró a muerte a sus solapas. Estaba cansada de ser conservadora y obediente. La semana pasada se había deshecho de todas las bandas de acero que restringían su vida, y hoy terminaba el trabajo. Toda la obediencia había sido para nada. Ahora, quería algo salvaje, una noche que la ayudara a borrar todos los sentimientos oscuros que la invadían.

      Con un gemido, el hombre la acercó. Introdujo su lengua en su boca, respondiendo a la suya, sin dejar ningún centímetro de la oscura humedad sin tocar. La leve aspereza de su piel rozaba sus tejidos sensibles, llamando a jugar a cada nervio oculto. Él presionó sus labios contra los suyos, que los deboraba, mientras le clababa los dedos en los hombros.

      Se quedaron suspendidos en la oscuridad, las sensaciones del beso se dispararon a través de ella y provocaron reacciones de su cuerpo que llevaban mucho tiempo dormidas. Sus pezones hormigueaban y la humedad se colaba entre sus muslos. Ella hubiera dado lo que fuera para quedarse así para siempre, balanceandose en un precipicio.

      Él fue el primero en separarse, mirándola con ojos brillantes. "Creo que has bebido demasiado."

      Taylor estaba intentando encontrar su aliento, pero todo el aire había sido extraido de sus pulmones. El pulso que latía entre sus piernas resonaba en su interior. Ella sabía sobre "calentarse" y "humedecerse", pero esta fue la primera vez que un hombre la hacía sentirlo. La bebida no tenía nada que ver con lo que le estaba pasando. Era el hombre, un poderoso animal de la jungla que llamaba a la naturaleza oculta dentro de ella.

      "Esto es cosa mía, no del whiskey." Tomó aire de nuevo y trató de arrastrar su cara hacia la suya.

      Apretó las manos sobre los hombros de ella y un sonido estrangulado salió de su garganta. "Soy un extraño. No puedes simplemente traerme a tu habitación de esta forma. ¿No sabes que este tipo de cosas no son seguras?"

      "No creo que vayas a hacerme daño," susurró ella. "No sé por qué, pero confío en ti."

      Y no era del todo absurdo, ¿cuándo había confiado en nadie en toda su vida? Incluso así algo en él le dió sensación de seguridad, realmente algo insusual estando atrapada con una pantera enjaulada. "Por favor, no te alejes." Con dedos ligeramente temblorosos, le quitó la corbata y le desabrochó la camisa. Presionó su cuerpo contra el suyo, ruborizandose por la fuerte erección que las capas de ropa que había entre ellos no podían ocultar.

      "Esto es una locura." Su voz era fuerte y provocadora, su agarre sobre ella se hacía más fuerte casi hasta el punto de dolor. "Hay cosas sobre mí que no sabes."

      Taylor lamió la piel de su pecho que había expuesto y metió las manos en el interior de su camisa. El calor de su cuerpo casi la quemó. Bajo la caliente piel masculina, era más duro que el acero, con grandes musculos en forma de cuerda. Hizo bailar la punta de su lengua sobre su pecho y sonrió al oír su respiración entrecortada.

      Levantó la mirada hacia él, teniendo problemas para decir algo. "¿Eres un criminal en captura? ¿Tienes alguna enfermedad mortal? ¿No? Entonces no me importa nada más." Su voz bajó hasta un susurro. "Quiero esto. Te quiero a ti."

      "Escucha, tú no sabes... Dios mio, debería hacer que me miraran la cabeza. No puedo hacer esto."

      ¿Por qué?" Ella tiró de su corbata. "¿Tan repulsiva soy?" Dejó caer sus manos y se giró, consumida tanto por el deseo como por la vergüenza. Por supuesto. Está acostumbrado a mujeres con largas y gráciles piernas y pechos amplios, caderas diminutas y culos pequeños. Los de su tipo sólo se calientan con las mujeres delgadas como modelos. "Es eso, ¿verdad? Seguro que todas tus mujeres son rubias altas con vestidos de talla dos."

      "Eso no es cierto. Para nada." La alcanzó y la hizo girar para que estuviera frente a él. "Es solo que..." Los músculos de su garganta trabajaron por reflejo mientras tragaba. "Tengo que irme de aquí."

      Ella vió el calor en sus ojos, sintió el deseo que fluía de sus manos a su cuerpo y el whiskey la potenció. "Pero no es lo que realmente quieres, ¿verdad? O ya estarías fuera de la puerta." Alargó la mano y la apoyó en su entrepierna, un movimiento muy atrevido para ella. Acarició el duro e impresionante bulto a través de la tela del pantalon y lo apretó. "¿Ves? Tú también me deseas. Esto me lo confirma."

      Dios mio, ¿estoy haciendo esto?

      Él aspiró su aliento. Por un largo momento, se quedaron quietos, su mano encima de su entrepierna mientras esperaba que se resolviera la guerra que él estaba librando consigo mismo. Entonces, como si fuera una decisión espontanea, sacó sus manos de ahí y se sacó la chaqueta, la camisa y la corbata. "Seré condenado al infierno por esto."

      Y la saliva de su boca se secó ante la amplia extensión del pecho y los suaves rizos que se extendían por él y descendían en forma de flecha hasta su ingle. Se quedó quieta, esperando que se quitara el resto de su ropa y preguntándose que hacer ahora.

      Volvió a acercarse a ella y le pasó los labios por la frente. "No parece que este sea un baile familiar para ti. Última oportunidad para cambiar de opinión. De lo contrario, guiaré yo."

      "No voy a cambiar de opinión." Quiero esto. Necesito esto. No te alejes de mi.

      "Deberían dispararme." Su voz sonó fatigada. "Yo no..."

      Impaciente por su desgana, agarró los bordes de la chaqueta y de la blusa y las abrió, haciendo saltar los botones al suelo. Después vino la falda, bajandola hasta sus pies. Dió un paso y la pateó, lo mismo con sus zapatos. Se alegraba de no haber llevado medias. Su abuela estaría tan escandalizada, lo que era la razón por la que lo había hecho.

      Dio un respiro busco cuando su mirada se dirigió a sus pechos y sus pezones se endurecieron hasta convertirse en puntas afiladas.

      Pasó un dedo por la parte superior de sus pechos, de un lado a otro, como si memorizara la textura de su piel. Cuando se acercó a ella por detrás y soltró el trozo de enclaje y seda, sus pechos se liberaron y él los cogió con las manos.

      "Tienes unos pechos increibles." Su voz era de asombro. "Magníficos." Agachó la cabeza y se llevó un pico a la boca, tirando de él, bañandolo con el calor húmedo.

      El calor se extendió directamente desde sus labios hasta su vientre. Cuando le mordió suavemente el pezón y le pasó la lengua encima, ella pensó que se iba a desmayar de placer. Sólo ese ligero roce de sus dientes y el tirón de su boca fueron suficientes para hacer que sus piernas se tambalearan.

      Él se rio suavemente y la tomó en sus brazos. "Creo que estarías mucho mejor acostada, ¿no te parece?"

      Retiró las sábanas de la cama y la acostó sobre el frescor de la cama. Su mano era cálida en su abdomen mientras lo acariciaba ligeramente antes de bajar con un suave deslizamiento. El tacto de cada uno de los dedos era como un fiero beso en su piel. Taylor se estremeció tanto por la antipación como por el miedo a lo desconocido. Ningún hombre la había mirado con una mirada tan