son circulares. Una palabra se usa para definir una segunda palabra, y la segunda, para definir la primera. Un hombre es un ser humano y un ser humano es un hombre. ¿Dónde está la definición de hombre? Entonces, todas las definiciones son circulares; todos los principios son circulares. Para explicar un principio usan otro y para explicar el otro usan el primero. Nuestra conciencia es circular. Es por eso que en la vejez nos comportamos como niños. El círculo es completo.
No importa cuántas palabras sean dichas, sólo se mueven en círculo. Las palabras dan vueltas; no pueden caminar rectas. Si caminas recto, caminarás fuera de ellas, dentro de un mundo sin palabras. Pero como vivimos en las palabras, si tengo que decir algo contra las palabras, tengo que usar palabras para decirlo. Esto es un tipo de locura, pero no soy culpable. Hablo con el conocimiento de que sin palabras ustedes no entenderían y luego hablo contra las palabras con la esperanza de que no se apeguen a ellas. Si esto sucede, sólo así seré capaz de transmitir lo que quiero.
Si sólo entienden mis palabras, se perderán lo que quiero decir. Tendrán que entender mis palabras, pero, junto con eso, cualquier cosa que indique con ellas acerca del mundo sin palabras también ha de ser entendido. Entonces, continuaré hablando en contra de las escrituras, aunque lo que estoy diciendo pueda, en sí mismo, volverse una escritura. Todas las escrituras se hacen así. No hay ninguna escritura valiosa en la que no encuentres declaraciones contra las palabras. Eso significa que no hay escritura que no contenga declaraciones contra las mismas escrituras, ya sea el Gita, o el Corán, o la Biblia, o incluso con Mahavira o Buda.
No hay razón para creer que pueda suceder algo diferente conmigo. El mismo efecto imposible continuará. Mientras hablo una y otra vez contra las palabras, habré hablado muchas palabras. Alguno que otro podrá atraparlas y sostenerlas y hacer de ellas escrituras. Pero no puedo parar de hablar, porque hay una oportunidad en cien de que se vuelvan escrituras. Sólo si dejo de hablar habrá un seguro contra esa única posibilidad. Sin embargo, no hay ninguna base para ese miedo, porque alguien vendrá después de algún tiempo y hablará en contra de mis palabras y de las escrituras que surgieron de ellas. ¡Hace falta que no haya miedo!
Pero aquí sucede algo extraño: en el futuro, mi trabajo en este mundo lo llevará más lejos la misma persona que hable en contra mía. Ahora esto es así: si alguien quiere trabajar a favor de Buda, tendrá que hablar en contra de Buda. Las palabras de Buda. Las palabras han sido recogidas por muchos como piedras viejas, y estas piedras no pueden ser removidas hasta que se remueva a Buda. Con la deificación de Buda, estas piedras se han alojado dentro del pecho de las gentes que las han recogido. Si hay que remover las piedras, Buda también tendrá que ser derribado; de otra manera, permanecerán las piedras.
Ahora podrán entender mi impotencia. Podrán entender por qué tengo que hablar en contra de Buda, aunque sepa muy bien que estoy haciendo su trabajo. Pero ¿de qué otra manera se puede mover a los que se apegan al nombre o a las palabras de Buda? Hasta que se mueva Buda ellos, no podrán moverse. Para moverlos tenemos que molestarnos en disturbar a Buda sin necesidad.
Mientras no se aparten los Vedas, no hay forma de mover a esa gente. Se apegan a los Vedas. Mientras un hombre no esté convencido de que los Vedas son inútiles, no los va soltar. Si de una vez por todas se puede vaciar la mente, se puede hacer algo más.
Pero después de este proceso de vaciado diré las mismas cosas que han dicho los Vedas. Entonces, las dificultades se incrementan más. Surgen a la vida, sin necesidad, amigos falsos y enemigos falsos. Tal como son las cosas, noventa y nueve veces de cien, uno encuentra falsos amigos y falsos enemigos. Un amigo falso es quien toma lo que hablo como escrituras y un enemigo falso es quien cree que hablo en contra de las escrituras y que soy un enemigo de las escrituras. Pero las cosas son así. Es inevitable que así lo sea, y no hay necesidad de que nos preocupemos por eso. Tal es la situación.
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¿Así que usted no quiere escribir?
No, no quiero escribir. Existen muchas razones por las que no quiero escribir. Es absurdo e inútil escribir. Es inútil, porque, ¿para quién voy a escribir? Escribir, a mí, me parece como hacer una carta sin conocer la dirección. ¿Cómo la puedo poner en un sobre y despacharla sin conocer la dirección?
Una declaración siempre va dirigida. Escriben aquellos que quieren dirigirse a las masas. Ésa es la manera en que se dirigen a una multitud desconocida. Pero entre más desconocida es la multitud, menor serán las cosas que se pueden decir. Y entre más cercano y más conocido sea a lo que se dirige el individuo, más profundo podrá ser el diálogo.
Las verdades profundas sólo pueden ser dichas a una persona en particular. A una multitud sólo se pueden decir cosas simples y temporales. Mientras más grande sea la multitud, menor será el entendimiento, y entre más desconocida sea la multitud, más debe actuar uno con la suposición de que no habrá entendimiento. Entonces, mientras más dirigida a las masa sea la literatura, más deberá ser aterrizada y simple. No es posible volar por los cielos con esta clase de literatura.
Si encuentran matices delicados en los significados de la poesía de Kalidas y no los encuentran en la de los poetas modernos, esto no es debido a ninguna diferencia entre Kalidas y los poetas modernos. Esto es porque la poesía de Kalidas era dirigida y recitada en la presencia de un emperador y unas pocas personas selectas, mientras que la poesía moderna se imprime en el periódico. Se puede leer el periódico mientras se toma té en una casa de té, y al mismo tiempo se comen cacahuates, y se fuma. Al poema sólo se le da un vistazo. ¿Para quién fue escrito entonces? Al poeta moderno no le importa saber. Él escribe para todos, para el menor denominador común. Mientras escribe, debe tomar en cuenta a todos.
Mi problema es que me resulta difícil relatar la verdad aun a aquellos que son los mejores entre nosotros. Para aquellos que son menos que los mejores, para el hombre común, no aparece la posibilidad de que sea relatada la verdad. Sólo aquellos de nosotros que estamos entre los pocos elegidos podemos entender los asuntos más profundos. Pero aun dentro de estos pocos elegidos, noventa y nueve de cien no percibirán lo que he dicho. Entonces, no tiene sentido decir tales cosas a una multitud, y sólo se escribe para una multitud.
También hay otra razón para no escribir. Creo que como el medio hace uso de los cambios, el contenido también cambia. Con los cambios del medio, el asunto subjetivo no permanece igual. El medio tiene sus propias condiciones y cambia lo que se ha dicho.
Esto no es fácilmente entendible. Cuando estoy hablando, hay un tipo de medio. Toda la línea de comunicación está viva. El escucha está viviendo y yo también estoy viviendo. Cuando yo hablo, el escucha no sólo escucha: también ve. Los cambios de expresión de mi rostro, los cambios diminutos reflejados en mis ojos, mi dedo levantándose y bajando; él ve todo. No sólo escucha mis palabras, también ve el movimiento de mis labios. No sólo son mis palabras las que hablan, también son mis labios los que hablan. Mis ojos también dicen algo. El escucha toma todo esto. El contenido de lo que he dicho será diferente en la mente de un escucha que en la mente de un lector, porque todo se habrá vuelto parte de esto.
Cuando alguien lee un libro, entonces, en lugar de mí, sólo habrá letras y tinta negras; nada más; yo y la tinta negra no somos equivalentes. No hay un dar y recibir. En los caracteres no aparecen los gestos y los cambios de expresión, no son creadas las imágenes o las escenas. No hay vida; es un mensaje muerto. Cuando alguien está leyendo un libro, se pierde una parte muy significativa del mensaje que permanecería viva mientras estoy hablando. En las manos del lector sólo hay declaraciones muertas.
Es interesante hacer notar que un lector podrá estar menos atento de lo que ha de estar un escucha. Cuando una persona escucha, el grado de atención que está poniendo es mucho mayor que cuando lee. Mientras se escucha, uno debe poner completa atención y concentración, porque lo que se ha dicho no será repetido. No se pueden revivir partes que no fueron entendidas o parcialmente entendidas: éstas se pierden. Cada momento que estoy hablando, lo que se está diciendo se pierde en un abismo sin fondo. Si lograron atraparlo, lo atraparon. De otra manera, fluye lejos y no regresará.
Mientras