su carrera hacia el encuentro con el óvulo.
La reproducción sexual de organismos multicelulares y complejos, como los humanos, implica crear un nuevo individuo provisto de un material genético diferente al de sus progenitores. En palabras de Eduardo Punset: “El padre y la madre no cambian, la gran novedad es el hijo”. Para que este sofisticado proceso se lleve a cabo, dos células germinales, una por cada progenitor, deben unirse en una sola nueva estructura. Es notable la disparidad entre las células germinales masculina y femenina. Los espermatozoides son de tamaño minúsculo, y se generan por millones; mientras que los óvulos son mucho mayores y se producen de a uno.
Los testículos de un hombre sano producen aproximadamente 1 000 espermatozoides por cada latido del corazón. De hecho, la historia empieza dos meses antes, el tiempo que se toman para formarse y madurar. Los espermatozoides esperan en el epidídimo, un canal de 6 metros de longitud replegado sobre sí mismo. Cuando la excitación es máxima, movimientos peristálticos y la contracción de músculos y vesícula seminal expulsan esperma a una impresionante velocidad de 30 km por hora, con un contenido de 250 millones de espermatozoides que inician el viaje hacia el cuerpo de la mujer.
La primera pregunta es: ¿por qué tantos espermatozoides? La respuesta nos la entrega la evolución. Es bien conocido que nos separamos, evolutivamente hablando, de los actuales chimpancés hace unos siete millones de años. En la sociedad chimpancé, varios machos viven junto con las hembras del grupo, por lo que tanto machos como hembras copulan con diferentes compañeros en un lapso muy corto. El chimpancé que produce mayor cantidad de espermatozoides tiene la ventaja en la competencia paternal con otros machos.
Se cree que con nuestros ancestros primates ocurrió algo muy similar cuando convivíamos y competíamos por la supremacía genética con otras especies de homínidos. De esto hace ya, al menos, un millón de años. Al presente, según los expertos, un contenido por debajo de 20 millones de espermatozoides por mililitro genera problemas en la fertilidad, y se diagnostica la oligoespermia o escasez de espermatozoides. En algunos casos también puede ocurrir la azoospermia o ausencia total de espermatozoides. Sin embargo, este no es el único punto a tomar en cuenta. Para conseguir la fecundación también es muy importante que los espermatozoides tengan la forma y movilidad adecuada, lo que importa es el balance entre la resistencia de la cabeza y el impulso de la cola. Las alteraciones en morfología o en cantidad hacen muy difícil o incluso imposible la concepción. Según estimaciones actuales, en un hombre fértil promedio solo del 35 al 40 % del contenido espermático tiene la forma y el tamaño adecuados. El restante 60 % apenas empezará la carrera hacia la fertilización del óvulo femenino. Las propias fallas físicas de los espermatozoides constituyen el primer escollo grave a resolver; pensando en Darwin: “Solo los más aptos podrán continuar”.
Ya que entramos en tema, y antes de empezar con la carrera, ¿por qué las mujeres presentan solo uno, o en casos extremos, dos óvulos con opción a ser fecundados? La respuesta aquí tiene que ver con que las hembras (de los primates en general) producen cada mes la cantidad de óvulos que permite el número máximo de crías con garantías de éxito en el momento del parto; lo cual, a su vez, está directamente relacionado con el tamaño de la cría al nacer. En el caso de los humanos, el número habitual de bebés por parto es de uno, por eso las mujeres producen un solo óvulo maduro al mes. Excepcionalmente, algunas mujeres pueden llegar a producir dos óvulos maduros al mes que, en caso de ser fecundados (por espermatozoides diferentes), dan lugar a mellizos.
Ahora pongámonos en materia. La probabilidad de que un espermatozoide encuentre y fecunde el único óvulo femenino es muy baja; eso también explica por qué en los hombres se produce un número tan elevado de espermatozoides, ya que de esta manera las probabilidades de fecundación aumentan. En forma general, las posibilidades de embarazo en parejas saludables menores de 30 años y que tengan relaciones sexuales con regularidad son aproximadamente de un 25 a un 30 % mensual, lo cual nos pone en perspectiva de la dificultad del viaje que deben realizar los espermatozoides.
Para un espermatozoide, la vagina es como un cordón montañoso, con muros de hasta un kilómetro y medio de alto. A partir de aquí todo conspira en su contra. El pH de la vagina, que contiene ácido láctico y acético (responsables del agrio de la leche y del sabor del vinagre, respectivamente), se constituye en un asesino sin piedad. Por suerte hay algo de ayuda: la lubricación vaginal y, sobre todo, el líquido que acompaña a los espermatozoides reduce la acidez en segundos. Aquellos espermatozoides que no murieron corroídos por el ácido pueden continuar el viaje. Desde este momento las cifras ya son impresionantes; después de solo 30 minutos en el interior de la vagina el 99 % de los espermatozoides está muerto o agonizando. Al momento, dos millones de sobrevivientes cruzan el interior de la vagina buscando el cuello del útero desesperadamente; pero aquí nada es fácil, un nuevo inconveniente aparece en el camino: la distancia es inmensa, literalmente está fuera de alcance.
El proceso de acercamiento hacia el cuello del útero solo puede ser exitoso en el caso de que la mujer se encuentre cerca del periodo de ovulación, de otra forma el cuello estará bloqueado. En ese preciso momento las hormonas femeninas, los estrógenos, suavizan la mucosa cervical que durante el resto del mes sella el cuello para protegerlo. La mucosa suavizada baja desde el cuello uterino y recorre hacia la vagina en forma de un gel ligeramente viscoso. Para los espermatozoides es como si una red cayese desde el cielo, deben asirse y usarla para poder alcanzar su objetivo. Después de luchar contra la gravedad, solo unos 600 000 logran superar la etapa.
Ahora se encuentran en el cuello del útero. Este es una maraña de laberintos en donde la mayoría de los espermatozoides pierde el camino. En alusión a la cultura popular, “no todos los caminos conducen a Roma”, muchos caminos no tienen regreso, y algunos son tan estrechos que solo permiten el paso de un corredor. Existe un problema adicional: si el espermatozoide consume su energía en la vía equivocada, no alcanzará para el regreso y tendrá una lenta y terrible muerte. Menos del 1 % de los espermatozoides que llegan al cuello uterino logran sobrevivir. Para ellos, nuevamente el cuerpo femenino brinda algo de esperanza. En caso de existir contracciones uterinas, una parte de los atletas escala rápidamente el cuello del útero con mayor probabilidad de éxito. Dichas contracciones son similares a las que ocurren durante el parto (reflejo de Ferguson) y son el resultado de una serie de secreciones hormonales, y, según se cree, la oxitocina es la responsable de tal efecto cuando se segrega en el cerebro como resultado del orgasmo.
El viaje ha durado dos horas y solo los 3000 espermatozoides que están en mejor forma, y que no se pierden en el trayecto, tendrán que enfrentar al sistema inmunológico femenino en el interior del útero. Desde el punto de vista femenino, los espermatozoides son invasores. El sistema de defensa destruye las células extrañas, ya que considera que los espermatozoides son potenciales causantes de daño, o que podrían propagar infecciones. La lucha es desigual, los espermatozoides no tienen armas ni defensas, y los glóbulos blancos responsables de aniquilarlos son más grandes, más numerosos y, aún peor, cazan en grupo. La única respuesta de los espermatozoides es su velocidad. Aquellos que alcanzan a huir continuarán la carrera. Unas cuantas docenas logran llegar al extremo del útero y buscan la trompa de Falopio. Cuando un óvulo va a ser liberado de una determinada trompa, el útero realiza contracciones que envían los espermatozoides hacia la trompa correcta. No obstante, los problemas continúan. Las trompas de Falopio son selectivas, poseen un sistema de reconocimiento celular, por lo cual los espermatozoides sin la “contraseña” correcta no