Roy Hora

La moneda en el aire


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Gerchunoff, que concibe la historia económica como una disciplina que debe dialogar con otras formas de estudiar la sociedad, para encarar un diálogo público sobre un conjunto de temas que, de una u otra manera, nos interesan y nos inquietan a ambos? ¿Quién mejor que el autor de El eslabón perdido –que, como descubrirá el lector de estas páginas, se siente cómodo cuando lo describen como el Almodóvar de la historia económica, esto es, como un autor dispuesto a elogiar a los bellos pero también a vindicar a los feos– para recordarnos que debemos encarar el estudio del pasado animados por la convicción de que la historia importa pero que, al igual que en la conversación, comprender siempre es más importante que juzgar? ¿Y quién mejor que Pablo para insistir en la importancia de mirar los problemas de la economía argentina contemporánea desde una perspectiva atenta al complejo legado del pasado y, a la vez, consciente de que el presente, moldeado por determinaciones tanto como por azares, no es una mera proyección de ese pasado? Más aún: contra todas las formas de la pereza intelectual que se escudan detrás del pesimismo o el determinismo, y que se regodean con ideas como las de paraíso perdido o pasado dorado, rumbo equivocado o (más frecuentemente) declinación o fracaso, ¿quién mejor que Pablo para mostrarnos que la trayectoria histórica argentina está hecha tanto de logros como de frustraciones, de luces y de sombras, de oportunidades aprovechadas y otras perdidas, y que, como en toda historia abierta y de resultado incierto, en más de una ocasión la moneda estuvo –y sigue estando– en el aire? Y entonces puse manos a la obra.

      Pensé la arquitectura de este libro a partir de tres ejes. El diálogo luego le dio forma a mi hoja de ruta. El primer eje se despliega en torno a la biografía de Pablo. Sobre el telón de fondo de las transformaciones de la izquierda y de los avatares del debate político nacional, explora la travesía que va desde su infancia en un hogar comunista hasta su adhesión al alfonsinismo. El segundo se enfoca en su paso por el gobierno, en los tiempos de vértigo económico de las administraciones de Alfonsín y De la Rúa. Sus protagonistas son los personajes del universo que gira en torno a la formulación de política económica, de Juan Sourrouille a Domingo Cavallo. El tercero, el más extenso, es un recorrido por la historia económica argentina desde el siglo XIX hasta nuestros días. En este diálogo, la historia económica es concebida en toda la amplitud que debe atribuirse a los estudios encuadrados en esta disciplina. Ideas y actores, cultura política y estructuras sociales, recursos naturales y estructuras productivas, regímenes políticos y hasta fortuna y destino: todas estas dimensiones tienen un lugar en el análisis del singular, y desde hace ya varias décadas frustrante, camino recorrido por nuestro país.

      El material de base con que compusimos el libro surgió de los encuentros que, grabador y café de por medio, mantuvimos a lo largo de los últimos dos años. Luego, con las desgrabaciones en la mano, encaramos la segunda etapa del diálogo: eliminamos repeticiones, precisamos argumentos, agregamos pasajes que amplían o aclaran los temas y problemas que fuimos analizando a lo largo de la conversación. Este segundo momento del intercambio, sostenido ya no por el grabador sino por el teléfono, email y WhatsApp, fue para mí tan estimulante como el primero. Con un texto más pulido y más coherente, cerramos el trabajo a comienzos de abril de 2021, ya entrado el segundo año de la presidencia de Alberto Fernández.

      Hacer este libro amplió mis horizontes. Disfruté la conversación y todo lo que la rodeó. Terminé conociendo, apreciando y respetando más a mi interlocutor. El diálogo me ayudó a reflexionar sobre la historia y los problemas de nuestro país. Creo que hoy entiendo a la Argentina algo mejor que cuando comenzamos la charla. Para decirlo de manera directa y sencilla: el intercambio me enriqueció. Confío en que a Pablo también. Me gusta pensar que a los lectores, a los que invito a sumarse a la conversación, pueda sucederles lo mismo.

      Buenos Aires, abril de 2021

      “Un día era un rupturista del Partido Comunista; otro día, o el mismo día, era un rupturista del peronismo. Un día estaba con Portantiero; otro día, con mis compañeros de generación. Yo llamaría a esto ‘la flexibilidad’ de los años sesenta. Sorprendentemente, no lo veía como un problema ni me daba vergüenza. Recuerdo todo eso como una calesita vertiginosa. Todo duraba poco”.

      Roy Hora: Te propongo que iniciemos esta conversación reconstruyendo el ambiente en el que te criaste. Podemos comenzar trazando brevemente la historia de tu familia de origen, atendiendo en particular a su mundo de experiencias e ideas políticas. Si uno mira en esta dirección, el nombre Gerchunoff rápidamente invita a la asociación con la era de la gran inmigración, y en particular con el proyecto de integración de la comunidad judía, o de parte de la comunidad judía, a la vida nacional. Alberto Gerchunoff, el autor de Los gauchos judíos, aparecido en el año del Centenario, y un personaje de relieve en la cultura argentina de su tiempo, simboliza como pocos el alcance que, a fines del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, tuvo esa voluntad de incorporación al país liberal.

      Pablo Gerchunoff: Alberto Gerchunoff era primo de mi abuelo. Hay que recordar que, si yo me llamo Gerchunoff, no puedo ser descendiente de Alberto porque él solo tuvo hijas mujeres. Hay otras ramas de la familia que descienden más directamente de Alberto y no se llaman Gerchunoff, sino Kantor y Payró. Cómo son los recuerdos infantiles, ¿no? Uno no sabe bien si le contaron algo o lo vivió cuando era muy chico… Alberto murió en 1950, cuando yo tenía unos 6 años. Creo recordar que alguna vez estuvo en mi casa de Ramos Mejía. En todo caso, lo que está claro es que la historia de mi familia, la visión y las vivencias de mi familia son del tipo de las del primer Alberto, el Alberto integrador, con vocación de integración del judío a la Argentina. Más tarde, sabemos, se volvió menos optimista sobre el rumbo del país.

      RH: ¿Ustedes, los Gerchunoff, se veían como judíos? Pienso en otras historias familiares, como la que narró Tulio Halperin Donghi en Son memorias, en 2008, donde recuerda que sus orígenes judíos estaban silenciados, o puestos en un plano muy secundario. Primaba la idea de que debían integrarse y se estaban integrandovía su ingreso a la República de las Letras, o a los círculos de la política reformista, o de izquierda, o por otros caminosa la sociedad argentina. Para comenzar, tu nombre de pila no evoca esa cultura: es un nombre, y uno de los más importantes, del santoral católico.

      PG: No sé si alguna vez decíamos que éramos judíos. A ver: todo judío dice que lo es, porque hay un problema de identidad que hay que resolver rápidamente para saber quién es el otro, pero yo no recuerdo nunca haber ido a una sinagoga en mi niñez, ni en mi adolescencia, ni nunca en realidad, salvo para el casamiento de algún amigo cuando ya era mayor. Entonces, lo que identificaba a mi familia –a mis padres y a mi familia extendida también, me refiero a algunos tíos, como Salomón Gerchunoff en Córdoba, por ejemplo, una persona muy importante dentro del Partido Comunista– era más bien el hecho de ser una familia de izquierda y, básicamente, una familia comunista. Si éramos judíos, era en una dimensión cultural. Nunca fuimos sionistas. Creo que algo parecido decía Tulio.

       RH: La presencia de la cultura comunista era la marca identitaria más importante en tu familia. Signó también la vida de tus padres.

      PG: Mi padre, Julio, era sin duda un hombre del Partido Comunista, y mi madre, Ana Albertina Mactas, era una mujer del Partido Comunista, pero del Partido Comunista de la República Argentina, que era el primer nombre que tuvo el partido liderado por José Penelón, un importante dirigente de los años fundacionales del comunismo, que desde fines de la década de 1920 perdió frente a Rodolfo Ghioldi y desde entonces se mantuvo en una posición de disidencia respecto del comunismo oficial. En 1951 Penelón sacó 1200 votos como candidato a presidente, y esa debe haber sido una experiencia desalentadora para mi madre, que era una militante importante, hablaba en los actos y esas cosas. Desde entonces, con la desilusión política, creció su interés en cuestiones de literatura, aunque siempre vinculada a una literatura de izquierda.

       RH: Encarnaba la figura de la mujer militante, de la mujer de cultura que alza su voz en la vida pública. ¿Y qué tipo de comunista era tu padre?

      PG: Él sí era un hombre del Partido Comunista, dedicado sobre todo