proscripto, y ese proyecto se cayó.
RH: Esa fórmula neoperonista llevaba a un demócrata-cristiano de izquierda como candidato a vice. De allí en adelante, Sueldo seguiría moviéndose hacia la izquierda, hasta acompañar a Oscar Alende en la fórmula presidencial de la Alianza Popular Revolucionaria de 1973. Matera, en cambio, no era precisamente un hombre de la izquierda peronista: sus principales amistades y lealtades estaban del otro lado de la cerca. Eso nos muestra cuán poco estabilizadas estaban las trincheras políticas en esos años de reacomodamiento a una vida política con peronismo pero sin Perón.
PG: Yo llamaría a esto “la flexibilidad” de los años sesenta. Y eso tenía influencia en mis posiciones: yo estaba allí o acá, un día ahí, un día acá. Y, sorprendentemente, no lo veía como un problema ni me daba vergüenza. En mi cabeza era perfectamente admisible. Un día era un rupturista del Partido Comunista; otro día, o el mismo día, era un rupturista del peronismo. Un día estaba con Portantiero; otro día, con mis compañeros de generación. Para ilustrar esa flexibilidad y agregar más datos a esa confusión que era mi vida adolescente-juvenil, voy a volver a Alberto Gerchunoff durante un segundo: en alguna reunión que no fue en mi casa, tal vez en la casa de Teodelina Lezica Alvear de Hileret, una metralla de apellidos oligárquicos que era una militante comunista, yo dije que no era comunista, sino demócrata progresista. Y lo dije porque acababa de leer las cartas de Lisandro de la Torre y había tres o cuatro dirigidas a Alberto. Eso me había fascinado y me dije: “Un Gerchunoff debe continuar esta tradición”. Entonces, por algunos días, también fui demócrata progresista. Recuerdo todo eso como una calesita vertiginosa. Todo duraba poco.
RH: Bueno, Lisandro de la Torre se movió bastante a lo largo de su vida política, y en algunas etapas de su carrera estuvo cerca de la izquierda; tras su muerte, incluso, la democracia progresista que había fundado conformó una alianza electoral con los comunistas. Eso sucedió en las famosas elecciones de febrero de 1946, cuando Perón ganó la presidencia. Pero al margen de los factores contextuales que estamos señalando, que revelan que en esos años sesenta el escenario político estaba abierto a transformaciones en distintas direcciones, creo que esa plasticidad puede entenderse a partir de otros dos factores. Por una parte, la veo como un fenómeno típicamente juvenil, ligado a la predisposición a experimentar y a cambiar. Por la otra, te pregunto si esas distintas tomas de posición no deben entenderse como parte de una búsqueda que era más intelectual que política. Era algo esperable de un joven al que las ideas le interesaban más que la acción.
PG: Portantiero era como mi hermano mayor. Era una persona extraordinariamente atractiva para mí como joven o como adolescente. Pero si algo no era Juan Carlos –lo digo y estoy seguro de que él se reiría y diría que es la pura verdad–, era un dirigente político. Hacia 1962, él me había pedido que me afiliara al Partido Comunista, pero solo para darle mayor volumen a la ruptura que estaban preparando. Esto sucedía al mismo tiempo que yo participaba en el 3MH. Iba a afiliarme, pero por una cosa u otra me demoré y finalmente no lo hice, pero afilié a dos amigos (Enrique Tandeter y Jorge Feldman, quien luego se casaría con Liliana De Riz). ¿Estaba dispuesto Juan Carlos a invertir su tiempo en Vanguardia Revolucionaria, de modo de convertirla en una fuerza de izquierda capaz de opacar al Partido Comunista? Lo dudo. Desde el punto de vista político, Vanguardia Revolucionaria era una experiencia que daba muy poco jugo porque a Portantiero le gustaba más quedarse en su casa leyendo a Gramsci. Tiempo después, me lo dijo varias veces: “Muchos veían en mí algo que yo no podía ser”. Creo que, en varios aspectos, eso vale para muchos de nosotros. Nos interesaban más las ideas que la política.
RH: Sin embargo, tu primera vocación –vos dirás si cabe llamarla de esta manera– no estuvo ligada a los espacios tradicionalmente asociados a la formación intelectual sino al periodismo. Al terminar el colegio secundario no te encaminaste hacia la universidad sino hacia las redacciones. Hablemos entonces de tu etapa en la prensa gráfica. En la introducción a tu último libro, La caída, de 2018, evocás esa experiencia que llenó una década de tu vida. Este libro difícil de clasificar –una entrevista ficcional del Pablo Gerchunoff de 1972 con el Perón de 1972, acompañada por una suerte de anexo donde, recurriendo al análisis histórico, explicás por qué Perón contesta tus preguntas del modo en que las contesta– es, entre otras cosas, un homenaje al mundo de la prensa gráfica, más precisamente al género entrevista periodística. Tu acercamiento al periodismo escrito coincidió con el auge de uno de los vectores de renovación del género en la década del sesenta: las revistas orientadas a las clases medias educadas, o que querían educarse bajo el signo de la renovación de las ideas, la cultura y las costumbres. ¿Qué te llevó en esa dirección?
PG: Por diez años, el periodismo se me presentó como una experiencia muy intensa y muy central. Entré a las redacciones después de un breve paso por la carrera de Sociología, que duró apenas un cuatrimestre. Empezó de manera algo fortuita. Curiosamente, casi al mismo tiempo que Juan Carlos Portantiero ingresaba en Clarín. Yo empecé en el semanario Todo, una revista dirigida por Bernardo Neustadt. Si mal no recuerdo, el jefe de redacción era Rodolfo Pandolfi.
RH: Muchas figuras que luego se hicieron un nombre en la academia pasaron por el periodismo en esos años, o escribieron regularmente en la prensa. Recordemos que la academia rara vez remuneraba lo suficiente como para vivir de ella; en la universidad casi no había puestos de dedicación exclusiva, el Conicet era muy pequeño, y orientado hacia las ciencias duras. Incluso nombres que uno suele asociar a la profesionalización de la actividad intelectual trabajaron en las redacciones. Para no mencionar más que un par de nombres emblemáticos: Gino Germani escribió varios artículos en la revista Idilio, de la editorial Abril. Y Ezequiel Gallo fue periodista deportivo de La Hora, el diario comunista.
PG: Así es. Ezequiel fue sobre todo un periodista del Partido. Juan Carlos, en cambio, fue un periodista de Clarín, y eso, en términos de periodismo profesional, son palabras mayores.
RH: Además de que el periodismo ayudaba a solucionar el problema de cómo ganarse la vida, quiero llamar la atención sobre el hecho de que también era una actividad que gente muy talentosa, que luego hizo carrera en la universidad, podía considerar estimulante, interesante y, en algunos casos, incluso prestigiosa. Había bastantes lazos entre ambos mundos. Más tarde los caminos se fueron separando.
PG: El periodismo tenía mucho atractivo. No entraba en mi mente ser un simple estudiante de Sociología cuando tenía a mi disposición una vida divertida, intensa y, por si fuera poco, bien pagada. Un periodista que recién comenzaba ganaba mucho más de lo que ganaría hoy. Yo vivía muy bien con mis ingresos como periodista, y pude independizarme de mi familia.
RH: ¿Cómo entraste a la redacción de Todo?
PG: Entré porque el padre de Lanny Hanglin era amigo de Bernardo Neustadt. Y Bernardo quería sumar dos o tres jóvenes que no hubieran tenido ninguna experiencia periodística. Lanny entró primero. Luego fuimos Pepe Eliaschev y yo. Recuerdo que nos entrevistó Enrique Raab.
RH: Raab, un gran periodista, asesinado durante el Proceso. Y ustedes eran todos chicos del Nacional Buenos Aires.
PG: Pepe Eliaschev y Lanny Hanglin tenían un año menos que yo, pero los conocía bastante del 3MH. Duró poquísimo este semanario porque Neustadt solo tenía financiamiento para unos pocos meses. En menos de un año todo se terminó. Un día vino Bernardo y nos dijo, como mi padre al obrero: “No va más”. Solo que nos pagó una suma muy jugosa, porque había –no sé si sigue habiendo– un régimen de indemnización muy generoso para los periodistas; trabajabas un mes, te echaban, y te pagaban seis meses, o algo así. Al poco tiempo me llamaron de la editorial Abril, y allí seguí mi carrera. Luego escribí para varias revistas: Leoplán, Panorama, Competencia. Como desde 1966 comencé a estudiar Economía, me tocó esta sección. En el periodismo todo es de una enorme y divertida superficialidad: “¿Vos sos estudiante de Economía? Entonces, a la página económica”. Así fue como empecé a firmar cosas y a ser visible como periodista económico, al mismo tiempo que avanzaba