Roy Hora

La moneda en el aire


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sesenta ya era una oferta establecida, con bastantes estudiantes. Ese espíritu de cuerpo que pueden haber sentido Juan Carlos Torre o Manuel Mora y Araujo se había perdido. A mí no me llegó esa experiencia: éramos un montón de estudiantes que asistía a clase y preparaba exámenes.

       RH: La mística cientificista se estaba opacando, y en tu caso no surgió otra capaz de reemplazarla. Unos pocos años cuentan, ya que el clima universitario cambió muy rápido, sobre todo desde el golpe de Onganía y la intervención a la universidad. Para entonces, Germani había decidido dejar el país para instalarse en Harvard.

      PG: Fijate que yo comencé a estudiar Economía en 1966, cuando la experiencia de la universidad reformista se cerró con violencia. Quizás en otras circunstancias la universidad me hubiera resultado más atractiva, pero para entonces yo le daba más importancia a lo que pasaba afuera. La universidad podía estar y también podía no estar. En cambio, en figuras como Juan Carlos Torre o Enrique Tandeter, la vocación universitaria era dominante, y lo demás estaba subordinado. Torre, por ejemplo, hizo toda la experiencia de Vanguardia Revolucionaria dentro de las aulas, como estudiante y como dirigente estudiantil. Solo allí tenía sentido la militancia. Para gente como él, la universidad era importante, y muchos hicieron su carrera y luego partieron a hacer un posgrado afuera. Pero este no era el único camino posible, y tampoco era el más transitado. Cuando terminé la carrera de Economía pensé en ir a estudiar afuera, pero por diversas circunstancias consideré que ya era demasiado tarde. Adolfo Canitrot, que se fue a estudiar al exterior tarde y con hijos, es uno de los pocos casos que conozco de alguien de esos años que perseveró ya grande, hasta doctorarse. Su determinación siempre me causó admiración.

       RH: ¿Qué te llevó a abandonar el periodismo? ¿Cómo fue que la economía le dobló el brazo a la redacción?

      PG: Hubo un momento en que intuí que mi experiencia periodística tenía que acabarse. No había entrado con mucho entusiasmo a la carrera de Economía, y durante varios años fui algo así como un visitante en la facultad. Iba a clase, luego tomaba un café con mis amigos y, en vez de retornar a la facultad, volvía a la redacción. Tampoco hice la carrera muy rápido: tardé seis años en recibirme. Me seguía importando mi otra vida.

       RH: Contá cómo veías el ambiente intelectual y político en la Facultad de Ciencias Económicas en esa segunda mitad de los sesenta. Recién decías que no te parecía muy interesante.

      PG: No, no era especialmente atractivo. La dictadura y su presencia en la universidad son importantes para entender eso. Hacia 1970, sin embargo, algo me tocó un nervio. De a poco, todos mis amigos de la facultad fueron volviéndose peronistas o filoperonistas, y comencé a sentir una presión para acompañarlos en esta dirección. Allí estaban Juan José Llach, Miguel Bein, Ricardo Markwald, Fernando Porta. Al mismo tiempo, algo me cambió en la cabeza, y fue entonces cuando la economía verdaderamente empezó a interesarme. En esto, la influencia de Guido Di Tella, que además había hecho el tránsito de la democracia cristiana al peronismo, fue decisiva. Fue muy importante para que yo esté aquí hoy. Él, y no la carrera de Sociología, me despertó la curiosidad por las ciencias sociales.

       RH: Guido Di Tella fue un personaje multifacético: hijo del empresario industrial más importante del país, ingeniero, luego economista, integrante del grupo fundador de la Democracia Cristiana, empresario y creador de instituciones de la cultura, intelectual y funcionario peronista, impulsor del peronismo renovador con Antonio Cafiero y luego canciller del gobierno de Carlos Menem. Hay muchos Guido Di Tella. Trazá un retrato del que conociste.

      PG: Lo conocí como profesor. Guido enseñaba Desarrollo Económico. No sé si se llamaba “crecimiento” o “desarrollo”, porque cambió de nombre con el tiempo. Su curso –junto con el de Javier Villanueva; uno enseñaba Crecimiento y el otro Desarrollo– me llevó a pensar: “Acá hay algo que me gusta”. Guido era una figura notable, un gran profesor. La suya fue la primera materia que hice como si fuera un universitario en serio. Tanto es así que, al terminar el curso, me sumé a su cátedra como ayudante. Teníamos un diálogo fantástico. Él era muy antirradical. Desde que escribió su tesis doctoral sobre las etapas del desarrollo económico argentino, esa era una de sus obsesiones: el problema argentino eran los radicales. Nada en el mundo le parecía peor como factor de bloqueo al desarrollo económico argentino.

       RH: Di Tella insistió mucho en que, tras la Gran Guerra, la Argentina dilató la transición hacia una economía industrial. En su visión, el principal responsable de esa “gran demora” había sido el gobierno radical, al que veía demasiado comprometido con los intereses agrarios como para advertir la necesidad de promover un cambio cualitativo en la orientación de la política económica. Una visión muy propia del clima intelectual de los sesenta, que sus trabajos contribuyeron a arraigar y a dotar de legitimidad intelectual.

      PG: Su crítica al radicalismo no me importaba porque en esos años el radicalismo no tenía existencia en mi mundo. Casi no había radicales en la Facultad de Ciencias Económicas. Entre esos pocos estaba Luis Stuhlman, que visitaba la facultad de vez en cuando. Al igual que mis compañeros, yo lo veía como un personaje exótico. ¿Raúl Alfonsín? Su nombre no me decía nada.

       RH: ¿Qué otros profesores o colegas contribuyeron a definirte como economista?

      PG: En la universidad, además de Guido, y con algún desfase en el tiempo, Oscar (con acento en la O) Braun. Guido Di Tella primero, Oscar Braun después, me ayudaron a situarme como economista.

       RH: Braun pertenecía a otra tribu, la de los marxistas académicos. Murió joven, y hoy es casi un desconocido.

      PG: Oscar era un tipo muy brillante, de estilo muy oligarca, con yate y esas cosas. Venía de una familia muy rica. Difícil hacerse amigo de él, pero, si te hacías amigo, era interesante y muy divertido. Rosalía Cortés, que entonces era su esposa, era tan divertida como él o más. Oscar se fue del país en 1974 y no lo volví a ver: falleció unos años después, en un accidente.

       RH: Se ocupaba de cuestiones como la teoría del comercio internacional, los flujos de valor entre centro y periferia. El hecho de que su nombre hoy sea poco conocido en la universidad está relacionado, sin duda, con que su agenda de investigación perdió gravitación académica mucho más rápidamente que la de Di Tella (que, además, siguió haciendo muchas cosas, y cambiando sus intereses y su enfoque).

      PG: Sí, y con Oscar discutíamos sobre esos temas, y me impulsó a publicar un estudio sobre las ideas de Arghiri Emmanuel acerca del intercambio desigual. Fue la introducción a un cuaderno de Pasado y Presente que salió en 1972, y se llamó “Imperialismo y comercio internacional”. Ese texto lo escribí yo, aunque si mal no recuerdo no está firmado. O sí. Hace poco me llamaron de la Universidad de Córdoba para pedirme un par de carillas como recordatorio de aquella contribución.

      RH: Por esos años también escribiste con Juan José Llach. Tengo presente un artículo aparecido en 1975 en Desarrollo Económico, que todavía suele encontrarse en las bibliografías de los cursos universitarios, “Capitalismo industrial, desarrollo asociado y distribución del ingreso entre los dos gobiernos peronistas”.

      PG: Juan José fue un gran compañero de esos años. Lo nuestro fue amor a primera vista. Él era un demócrata cristiano con inclinaciones peronistas. Yo no era peronista pero tampoco de la izquierda más radicalizada, lo que desde el comienzo nos permitió congeniar bastante bien. Juntos escribimos ese artículo. Nunca pensamos que iba a tener la repercusión que tuvo, no como artículo académico –que también la tuvo– sino como hecho político. Pese a que tiene muy pocos números, poca evidencia cuantitativa, investigamos y trabajamos mucho para hacerlo. ¿Qué decíamos ahí? Que había habido vida entre las dos experiencias peronistas, lo que equivalía a decir que la década del sesenta no había sido mala para los asalariados. En ese momento, cuando reinaba la teoría de la dependencia, eso no era aceptado tan fácilmente. Recuerdo que, cuando lo presentamos en el IDES, invitados por Juan Carlos Torre, había banderas montoneras repudiándonos. El propio