Danielle Rivers

Minami. Libro I


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      El proyecto del milenio

      Minami

      Danielle Rivers

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      Libro I

      Danielle Rivers

      Minami : el proyecto del milenio / Danielle Rivers. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2021.

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      ISBN 978-987-4116-89-5

      1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Fantástica. 3. Literatura Juvenil. I. Título.

      CDD A863.9283

      No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

      ISBN 978-987-4116-89-5

      Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

      Impreso en Argentina.

      Para mi abuela Flora,

      que hizo todo esto posible.

      Para mi abuelo Miguel,

      a quien le debo tantas conversaciones.

      Para mi profesora Patricia Zapata,

      a quien debo mi amor por los libros.

      De todas las criaturas que respiran

      y se mueven sobre la tierra,

      no hay nada que sea más agonizante

      que el hombre.

      Homero

      Prólogo

      Hoy miro por la ventana y veo los días pasar como quien cambia los canales del televisor con el control remoto. Si alguna persona me hubiera dicho que el mundo cambiaría tan drásticamente, probablemente la habría tomado por loca. Mucho más si me hubiera dicho que el responsable, o más bien, el culpable de aquel cambio sería yo.

      Recuerdo cuando, en aquellos descansos que nos tomábamos con Fuji-san, él bromeaba diciendo que yo terminaría reconfigurando el universo, de tantas ideas locas y opiniones exageradas que tenía.

      Una de nuestras charlas aún resuena nítida en mi mente:

      —Cuando te escucho opinar sobre hippies, activistas y religiosos —decía—, pienso que un día de estos saldrás a dispararle a todos hasta que no quede ni uno. Solo así considerarás que la sociedad está limpia de filosofías estúpidas y sin fundamento.

      —Si los católicos pueden hacer procesiones, agitando ramas de árboles, disfrazando a un sujeto con una corona navideña y haciéndole cargar un tronco, kilómetros y kilómetros hasta desfallecer, tengo derecho a formarme mi propia idea de un mundo mejor —me defendía yo.

      —Los hippies pueden cortar las calles, desnudos, y pedir por la paz mundial, los activistas pueden arrojarse encima de las ballenas mientras nuestros barcos pesqueros las capturan y nuestros gobernantes pueden mentirnos y robar nuestro dinero en nuestra cara como les plazca, pero yo no puedo dar mi opinión.

      —¡Vamos, no te pongas así! Solamente estoy jugando. Hablando en serio, creo que tus ideas son buenas. Exageradas y algo extremistas, pero no dudo de que solo buscas el bien común.

      —¡Desde luego que sí! Cualquier persona con un poco de humanidad querría que las generaciones venideras tuvieran un lugar mejor para vivir, donde hubiera mejor salud, más seguridad, más riquezas, más educación...

      —¿Y qué piensas hacer? ¿Un cuerno de la abundancia a pilas? ¿La vacuna contra la miseria y la corrupción? ¡Ya sé! ¡Un oráculo mágico por correo!

      —¡Qué gracioso! No tengo el dinero ni el tiempo para ponerme a crear algo. Pero cuando se presente la oportunidad de hacer algo bueno por la humanidad, date por enterado que la tomaré.

      —No lo dudé ni por un segundo.

      Le había mentido. En realidad, sí tenía un proyecto. Apenas lo había comenzado y dudaba de que fuera a concretarse algún día. Mi situación familiar había sembrado una idea loca y muy difícil de volverla realidad, por no decir imposible. Pero cuando la hube terminado, me di cuenta de que no solo era posible sino que debía ponerme a trabajar de inmediato. Algo como aquello sería la salvación de tantas vidas humanas, una nueva oportunidad para todos quienes hubieran caído en el infortunio de la enfermedad, una bendición… ¡Qué equivocado estaba!

      1

      Se cumplían ya doce años desde que la Gran Guerra Interna había comenzado. Cuatro mil trescientos ochenta y tres días habían transcurrido en la vida del pueblo japonés desde que la paz se viera quebrantada.

      En su mansión, el Gran Jefe de Estado, Kyomasa Tsushira, ofrecía una cena de gala a los embajadores de Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia como invitados especiales, con motivo de celebrar su primer año de mandato. Una simple fachada para ocultar la inestable situación de su nación. Fue en ese entonces que el líder rebelde asesinó al embajador alemán, su más grande aliado, declarándole oficialmente la guerra al Estado.

      Nadie vio venir semejante desenlace, nadie imaginó que el pueblo japonés cayera en un pozo del cual no encontraría salida. Y pensar… que el pueblo mismo lo había permitido.

      Luego de que el último Jefe de Estado anunciara su retiro debido a su avanzada edad y por problemas de salud, los posibles candidatos a ocupar su puesto comenzaron a pulular como polillas en torno a una lámpara. De entre estos, un joven militar se dio a conocer con increíble rapidez.

      Aunque había comenzado como un simple soldado de infantería en el Ejército Nacional, su mente aguda, su ambición y una excelsa habilidad para dar discursos lo llevaron a ascender rápidamente en la escala jerárquica del Estado, llegando a ser Diputado Nacional. Poco después, se las ingenió para ser nombrado Gobernador y, finalmente, fue electo Jefe de Estado de Japón. Con astucia, mente calculadora y un sinfín de buenos recursos (como la buena relación que mantenía con el Jefe de Estado saliente) se compró el amor y el apoyo de todos los votantes. En cada junta, en cada audiencia, en cada gira les decía lo que querían escuchar, lo que necesitaban oír, valiéndose de la desesperación de la gente por encontrar un buen líder que los inspirara a alcanzar ese porvenir provechoso y perfecto con el que tantas veces habían soñado.

      Quienes me precedieron han intentado levantar un futuro nuevo y mejor sobre las ruinas de intentos fallidos de gobiernos anteriores, un terreno pantanoso y adverso, con sus conflictos y corrupciones que en poco tiempo desintegraron todo lo que ellos y nosotros, japoneses, habíamos luchado año tras año por construir.

      Cual ácido que quema la piel y mata todo lo vivo a su paso, acabaron con sus esperanzas y sueños.

      Es su dolor y mi dolor, mis amigos, que sus rezos y plegarias no hayan valido más para dichos embaucadores. Hombres desalmados, inescrupulosos y sin un mínimo valor por la vida humana que no dudaron un segundo en vendernos al enemigo cuando así lo quisieron. Sin embargo, he venido aquí con la firme decisión