Natalia López Moratalla

Humanos


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y no se equivoca? ¿Por qué no tropieza dos veces sobre la misma piedra?

      Aquí viene la imagen del semáforo. Recuerdo que, en la última semana de julio de 2010, se publicaba en la revista científica Nature una investigación que me resultó especialmente gratificante. Entre otros motivos, porque llevaba tiempo buscando una imagen que plasmara la esencia misma del cerebro animal. Y ahí la encontré. Es la imagen del semáforo que da paso libre, o, por el contrario, ordena parar la circulación de una vía concreta.

      El animal “sabe” por la emoción que despierta el estímulo. Eso significa el nudo gordiano: que lo conveniente es agradable y genera el ir a por ello, o que lo inconveniente le desagrada y toca huir o atacar. El cerebro procesa la emoción. Y la emoción enciende la luz roja o verde del semáforo. La memoria guarda en el cerebro la emoción experimentada. Así aprende. Por ello, sabe lo que le conviene, aunque no sepa qué sabe. Cada individuo posee, en el patrimonio natural de su especie, la información que le da la luz verde si le conviene y solo a lo que le conviene; y luz roja si no le conviene.

      El animal funciona con un “entonces, sí” sin necesidad de entender las razones. El semáforo, además de medir la recompensa/castigo, conviene/no conviene, entonces, sí/entonces no, también dirige el terminar una tarea y empezar otra.

      Las señales, roja y verde son compuestos químicos —neurotransmisores y hormonas— que frenan, porque son inhibidores de las conexiones entre las neuronas, o permiten el flujo y lo activan, porque potencian la excitación de una de las neuronas que la transmite a otra y así sucesivamente. Al igual que el tráfico de una gran ciudad con múltiples vías, estas conexiones requieren regulación.

      El instinto animal es su “razón”: un nudo gordiano bien ajustado y apretado. Es así como su biología le dicta la vida, de forma que nunca se equivoca ni infringe las normas de circulación del cerebro.

      Lógicamente, y aunque todos los cerebros animales funcionan con las mismas leyes, no son iguales y, grosso modo, oscilan de tener en el cerebro una capa, dos, y una tercera, la corteza cerebral, más o menos reducida. Cuanto más evolucionado es un animal, más circuitos neuronales conectan entre sí de una capa a otra y mejor los recorren. Pueden entretenerse con algo, improvisar y no se pierden. Pero nunca pueden salirse del camino porque todos los circuitos son de un solo carril y dirección única. Los recorridos posibles del cerebro les dan los posibles estados mentales propios de la vida de los individuos de esa especie y hacen posible las operaciones, tendencias, instintos y comportamientos específicos.

      No hay sorpresas; solo responden a un “entonces, sí”, que es un presente porque el estímulo ha de estar presente. Pueden integrar con éxito una gran cantidad de información, pero no vinculan los hechos a una causa, porque la causa no se experimenta corporalmente y solo los efectos se manifiesta en el organismo.

      Lo propio del animal es vivir en presente y, por tanto, no tener necesidad de proyectar el futuro, ni ganarse la vida. Dos nudos gordianos bien ajustados dictan la supervivencia de cada uno y la supervivencia de la especie mediante los mecanismos automáticos de la reproducción.

      Es significativo que nunca se ha conseguido enseñar a un animal a clavar un clavo. Por una parte, vive en presente y no logra “recordar” qué quiere hacer y dará martillazos en cualquier dirección. No le viene marcado de antemano por la naturaleza que hacer y cómo hacer porque clavar un clavo carece de sentido biológico para él. Sin embargo, aprenden de sus congeneres por imitación. Es curioso el caso de una población de monos que rayan las manzanas en la corteza de un árbol; un comportamiento que les viene aprendido de atrás cuando una abuela con dificultad de masticar se tomó la manzana más facilmente tras macerarla en un árbol; no tenía intención de encontrar una solución pero la encontró (Figura 1.2).

      Fig. 1.2. Ser “más con más genes” es la ley de la naturaleza no-humana, encerrada en los automatismos del ciclo estímulo/respuesta

      Poseer más genes y una mayor capacidad de regular la expresión de esos genes es lo que permite que los individuos de esa especie dispongan de mayor autonomía del medio. Cada estímulo tiene un significado biológico preciso y, por eso, desencadena una respuesta específica y automática.

      Es así como la biología le dicta la vida al animal: todo está en la informacion genética que han heredado. Los genes atan fuertemente, como nudos gordianos, el vivir encerrado en el automatismo del comportamiento estereotipado de la especie.

      Dice la sabiduría popular que «el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra». Realmente, el animal tiene una memoria del pasado que podemos llamar “experiencial”: lo vivido directamente, como el hacerse daño al tropezar con la piedra, se graban para siempre en su memoria. Otras cosas no.

      La pobreza biológica del cuerpo humano es el presupuesto, y no la causa, para que pueda liberarse del encierro en el automatismo determinante de los procesos biológicos. Solo si se pueden aflojar las ataduras de los genes podrá existir un Titular de ese cuerpo humano.

      El cuerpo del hombre muestra rasgos morfológicos y funcionales muy característicos, todos ellos ligados a su peculiar cerebro. Los destacamos brevemente a continuación.

      1 El cambio anatómico de mayores consecuencias fue la adquisición de la postura erguida y la posibilidad, con ello, de caminar con las dos piernas, la bipedalidad. Estar de pie y tener que sujetar la musculatura de la verticalidad, exige que la cadera adquiera una forma adecuada para la sujeción de los músculos glúteos. Esto conlleva, que el canal del parto en la pelvis femenina sea estrecho, lo que exige un parto prematuro.La criatura humana nace por eso siempre de un parto prematuro, sin acabar, y necesitada por tanto de un “acabado” en la familia.

      2 Andar con las piernas conlleva que las manos queden libres. La posición de brazos y piernas y la estructura de nuestras manos y pies nos liberan de la necesaria adaptación a la vida en los árboles, al mismo tiempo que nos permiten correr y transportar objetos mientras andamos o corremos. Nuestra mano está liberada de las funciones motoras; es muy corta y tiene un largo dedo pulgar, gracias a lo cual podemos hacer pinza de precisión, yema del índice con yema del pulgar, y por tanto sujetar y manipular materiales. Correlativamente, el cerebro ha de ser el adecuado para los finos y precisos movimientos de los dedos (Figura 1.3).Fig. 1.3. Estructuras anatómicas de las extremidades de primates no humanos y humanosLa mano humana es así el presupuesto —necesario, aunque no suficiente— para la fabricación de útiles complejos. Desde antiguo se afirmó que somos inteligentes porque tenemos manos. Realmente, la mano es el correlato de la inteligencia; la capacidad de fabricar instrumentos para usos de proyección futura y no solo por estricta necesidad inmediata, sino incluso por expresión artística, concuerda con unas manos que no se gastan en agarrarse a un árbol o en caminar. Tener manos nos libera.

      3 Otro rasgo propio del hombre es el aparato fonador, que permite emitir y modular sonidos: la posición del hueso hioides, que sujeta la musculatura del aparato fonador, otorga la capacidad de articular sonidos. En todos los mamíferos la laringe ocupa una posición más alta que la faringe y se sitúa casi en la salida de la cavidad bucal por lo que pueden ingerir alimentos sin dejar de respirar. La laringe alberga las cuerdas vocales que, al abrirse y cerrarse al paso del aire, produce el sonido base; encima de la faringe queda una cámara de resonancia que modula el tono, permite vocalizar y ayuda al movimiento de la lengua, los labios y el paladar.Las estructuras morfológicas de la voz humana son el correlato de la capacidad de lenguaje, que necesita procesar información cerebral. Para los hombres, poder hablar ha requerido un proceso evolutivo que sincronizara una doble maduración: la del perfeccionamiento del aparato fonador, ya que los símbolos se transforman en sonidos, y una especialización del cerebro, para comprender los códigos. Así pues, las bases neuronales del lenguaje están interconectadas con otros aspectos, como es el control fino de los movimientos de la lengua, los labios, que haga posible emitir voces, cambiar el tono, etcétera.

      Estos son algunos de los muchos aspectos característicos del cuerpo de los