Natalia López Moratalla

Humanos


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tarea se confía a unos pocos individuos. No obstante, habría que señalar que la selección natural también habría trabajado equilibrando el crecimiento del órgano con otras fuerzas de sentido como el ahorro de energía. Tal vez por eso, la mayoría de las especies hayan mantenido cerebros pequeños a lo largo de la evolución.

      Cabe señalar que, más bien, es la complejidad de la organización funcional del cerebro lo que marca la complejidad de la relación con los individuos de la especie a que pertenecen. Pensemos, por ejemplo, en la capacidad del chimpancé para “percibir” las intenciones del movimiento de un congénere por poseer las neuronas espejo.

      Es sorprendente que se siga queriendo comprender el modo en que el cerebro humano llegó a ser tan grande basándose en hipótesis a partir de los postulados de la evolución zoológica. Los principios biológicos esenciales en que se fundamentan las sociedades animales no son extrapolables sin más a los humanos. Bastaría pensar en el hecho de que no hay dos cerebros humanos iguales, como tampoco existen dos personas idénticas. El gran tamaño del cerebro humano del recién nacido —que, además, sigue creciendo durante la infancia— y su maduración posterior, están en función de la necesidad de un parto prematuro de forma que desde el inicio esté en relación interpersonal en familia.

      El tamaño del cráneo humano es una de las fuerzas que le llevan a nacer sin terminar el desarrollo. Por tanto, nace necesitado de familia, crece necesitado de la familia y se hace ser social a través de la familia.

      Los seres humanos llevan al límite máximo el tamaño del cerebro. Por ser humanos, la selección natural no determina su supervivencia. Para la alimentación de la madre y el hijo se cuenta con el trabajo de procesar los alimentos utilizando herramientas, la elección de productos animales ricos en grasas y proteínas para la dieta y la posibilidad de la técnica culinaria.

      Genes que hacen “humano” el cerebro del hombre

      Como hemos indicado anteriormente, para que apareciera el hombre fue necesario una serie de mecanismos evolutivos que permitieran “sacar un gran partido a los genes” de los antecesores y poder así construir el espectacular cerebro que alberga el cuerpo humano.

      El tiempo en el proceso evolutivo se mide por cientos o miles de millones de años. Y la aparición de las especies de los grandes simios —Orangután, Gorila, Chimpancé— hasta el Homo tiene lugar en tiempos tan breves y cercanos a hoy, como hace diez a hace dos millones de años. Justamente, alrededor de hace esos dos millones de años se han dado, y de forma coordinada, una serie de eventos evolutivos, coincidentes de forma precisa en el tiempo, y que juntos dan razón —como presupuestos necesarios— de la estructura y el funcionamiento de nuestro cerebro.

      Posteriormente, el trabajo, la cultura, el desarrollo familiar hacia los más amplios contextos sociales, ha ido creando un desarrollo tecnológico que ha cambiado las formas de vida y matizado las capacidades cerebrales. Pero, como solemos decir, “si tomáramos un recién nacido neardental y lo criáramos en Oxford, nadie lo distinguiría de un afamado profesor de tan prestigioso College”.

      Veamos algún ejemplo de estos llamativos eventos, que nos dan la perspectiva de que el cerebro humano sale de un “más con menos” y no de un “más con más” genes.

      1 Los genes que determinan el gran tamaño del cráneo y de la corteza de nuestro cerebro, se han coordinado en el tiempo, justamente, con la aparición de una nueva forma del gen que codifica la enzima glutamato deshidrogenada cerebral, la forma 2 (GLUD2) presente en el cerebro. Un cerebro grande y con gran actividad como el humano produce gran cantidad de glutamato, que es necesario eliminar porque es tóxico.

      2 La figura 1.5 muestra la evolución de la tasa de expresión cuantitativa de proteínas en primates y humanos en el cerebro y otros tejidos. Como consecuencia de los genes rectores y a pesar de tener solamente un 1 % de diferencia en las secuencias genómicas con los chimpancés, los hombres poseen unas tasas mucho más elevadas de algunas proteínas del cerebro que el resto. Muchas de estas proteínas están implicadas en el desarrollo embrionario en la función neuronal o en la actividad sináptica.

      Fig. 1.5. La velocidad de diferencia, entre primates y humanos, es mayor en los genes del desarrollo del cerebro en los chimpancés —pan—, que están al final de la línea que conduce al hombre.

      Así mientras somos igual de parecidos en las proteínas de la sangre a como lo son ente sí chimpancés y Rhesus, y casi igual en el hígado, somo bien diferentes en las proteínas que se refieren al cerebro. E igual ocurre respecto del orangután.

      1 Un ejemplo, quizá el más espectacular, de modificación de genes reguladores del cerebro durante el desarrollo embrionario, es el gen FOXP2; la mutación le convirtió en un importante gen rector en el momento concreto del desarrollo en que se crean las estructuras neuronales del habla y del lenguaje, exclusivas del hombre. Los genes de la familia FOXP2, relacionados con las habilidades verbales, emergieron después de la separación de chimpancés y humanos.

      2 Recientemente, los científicos han descubierto un inesperado mecanismo por el que se puede también “sacar partido a los genes”. Es el siguiente: el genoma humano tiene determinadas mutaciones que hacen que la doble hebra del ADN quede accesible a la maquinaria de copia, en unos lugares y no en otros. Todos los hombres tenemos por ello accesibles los genes que contribuyen a las mayores capacidades cognitivas y cerebrales genuinamente humanas.

      3 A veces, en el proceso evolutivo un gen se pierde porque ha ocurrido una mutación. Otros genes como los tres miembros de una familia llamada NOTCH2NL, involucrados en la evolución de la gran corteza cerebral humana, se expresan durante el desarrollo cortical y promueven la formación de neuronas. Curiosamente, existen genes similares a NOTCH2NL en otros primates, pero no son genes, sino pseudogenes que no funcionan. Solo estuvieron disponibles para la construcción del cerebro humano.

      Podríamos mostrar más ejemplos, pero este no es un libro de evolución. Sin embargo, reflexionar sobre las peculiaridades del cuerpo humano, su cerebro y su aparición en la Tierra nos abre la perspectiva a su ser familiar, por lo que conviene pararnos en ellas. Por ello dedicamos unas líneas a la evolución de los primates.

      Evolución de los primates

      La evolución de los primates ha sido bastante rápida y se acepta que ocurrió por un mecanismo de reordenación cromosómica (Figura 1.6). Después de la separación del orangután desde el precursor de los hominoideos, continua la línea evolutiva de los grandes simios. Desde un antecesor de los homínidos, que también tiene 23 pares de cromosomas más el par sexual XY, y mediante reordenaciones en 9 cromosomas se constituye el genoma del gorila; posteriormente, por siete reordenaciones más aparece el genoma el chimpancé.

      Los australopitecinos, de los que existen huellas en Tanzania de hace 5 millones de años que muestran que tenian la postura erecta, desaparecen poco después tras unos 3 millones de años y dan paso hace unos 2 millones de años al género Homo, del que solo existe una especie, que a lo largo del tiempo ha pasado por diferentes etapas y vivido en diversos hábitats geográficos.

      Fig. 1.6. El mecanismo de reordenación de los cromosomas ha permitido separar las especies de primates no-humanos y la familia humana en tiempos evolutivos muy breves.

      Este modo de especiación es bien diferente del mecanismo darwinista de la selección natural. No son cambios graduales que se acumulan a lo largo del tiempo ofreciendo mejores oportunidades a la selección natural, ante un cambio del entorno. Son cambios puntuales, que, posiblemente, tienen lugar en una fecundación de los gametos al mezclarse los cromosomas maternos y paternos (AA). Al cambiar uno de los cromosomas de uno o de varios pares —lo que coloquialmente se denomina un terremoto genético— aparece un híbrido (AA*) que, como tal híbrido, es menos fértil. Tras un par o unas pocas generaciones aparecen individuos como los antecesores AA y otros A*A* no reproducibles entre sí, por lo que A*A* es una nueva especie.

      Un evento genético inusual