Recurrían de modo particular al salmo 90, al que muchos exégetas se refieren como un salmo de protección contra las potencias malvadas a raíz de lo que se expresa en los versículos 3, 5, 6 y 10 que dicen: «Él te librará de la red del cazador y de la peste perniciosa; …No temerás el terror nocturno, ni a la flecha que vuela durante el día, ni la pestilencia que anda en la oscuridad, ni los ataques del demonio de mediodía… No te alcanzará ningún mal, ninguna plaga se acercará a tu carpa»[33]. Este salmo junto a un pequeño rollo con otros tres salmos apócrifos que contenían imprecaciones contra los demonios, fueron encontrados en la cueva 11 de Qoumram, lo cual sugiere que eran todos textos utilizados como exorcismos contra los malos espíritus[34]. Y estos mismos versos sálmicos aparecen también en amuletos judíos posteriores destinados a espantar a los demonios[35].
Más cercano a Evagrio, y ya dentro del ámbito cristiano, Atanasio de Alejandría en su Epístola a Marcelino se extiende acerca de la importancia y la utilidad de la recitación de los salmos. Hacia el final del texto incluye una serie de afirmaciones: «Todo el que ahora lee esas mismas palabras (de los Salmos), tenga confianza, que por ellas Dios vendrá instantáneamente en nuestra ayuda […] si es tentado o perseguido, al cantarlas saldrá fortalecido y como más protegido por el Señor, que ya había protegido antes al autor, y hará que huyan el diablo y sus demonios. […] Al menos yo, dijo el anciano, escuché de boca de hombres sabios, que antiguamente, en tiempos de Israel, bastaba con la lectura de la Escritura para poner en fuga los demonios y destruir las trampas tendidas por ellos a los hombres»[36]. La recitación y el canto de los salmos y otros libros de la Biblia poseen para Atanasio el poder de exorcizar a los demonios puesto que huyen cuando las escuchan de boca del hombre que es tentado por ellos. Y seguramente, la recomendación de Atanasio a su amigo Marcelino no surge solamente de su propia opinión, sino que está recogiendo la experiencia y la enseñanza que era común en su época.
III. OBJETO DEL TRATADO DE LAS RÉPLICAS
Evagrio concibe el Tratado de las réplicas como un arma para ser utilizada en una verdadera guerra interior de la que el monje deberá ir conociendo su arte, o «las razones de esta guerra… y reconocerá fácilmente las estratagemas de los enemigos»[37]. Para esto debe adquirir el discernimiento, es decir, aprender a reconocer los pensamientos demoníacos o logismoi, que se le presentan a fin de rechazarlos. En esto consiste la “guarda del corazón” que es un tema muy preciado en la espiritualidad bizantina y Evagrio es uno de sus primeros representantes[38].
El criterio que aporta Evagrio para esta diakrisis, o discernimiento es el siguiente: «A los primeros pensamientos (inspirados por los ángeles) les sigue un estado de paz, mas a los segundos (inspirados por los demonios) de confusión»[39]. Esta directiva, que se encuentra también en otros textos patrísticos, posee en Evagrio un ajuste ulterior porque su verdadero interés es identificar a los demonios que están sugiriendo cada uno de esos pensamientos. El monje debe aprender entonces a conocer a los diversos demonios, sus comportamientos y sus ardides recurriendo a la observación puesto que cada uno tiene costumbres diversas: «Es necesario también reconocer los diferentes tipos de los demonios y distinguir las ocasiones en que actúan»[40]. El demonio que ha sido identificado queda desenmascarado y, con ello, ya está vencido.
La necesidad que plantea Evagrio de comenzar las estrategias de la batalla haciendo un discernimiento del enemigo con el que se enfrenta el alma es la razón que, a lo largo de su obra, se encuentran identificados tantos tipos de demonios que, lejos de ser una anécdota curiosa, se manifiestan como distintas facetas de carácter psicológico. Algunos de sus discípulos, como José Hazzaya, profundizarán en este tema insistiendo en la necesidad de este análisis previo[41].
La guerra interior que postula Evagrio se muestra ya en el comienzo mismo del prólogo del Tratado de las réplicas. Allí dice:
De la naturaleza racional que hay «bajo los cielos» [Ecl 1, 13], una parte de ella combate; una parte asiste a aquella que combate, y otra parte lucha contra aquella que combate, levantándose enérgicamente y haciéndole guerra. Los combatientes son los seres humanos; aquellos que los asisten son los ángeles de Dios; y sus oponentes son los malvados demonios[42].
El Tratado de las réplicas se inscribe en la cosmología de Evagrio, heredada de Orígenes, según la cual los ángeles, los demonios y los hombres comparten una misma naturaleza espiritual, el nous, y se diferencian entre ellos por la profundidad de la caída de la unidad original que experimentaron. Se da entonces, una situación de conflicto constante provocado por la intención de los demonios de impedir que los hombres regresen a la unidad perdida, y la de los ángeles que buscan ayudar a los hombres a conseguir ese objetivo. Y la unidad perdida se alcanza, fundamentalmente, a través de la oración. Es por este motivo que los demonios se preocupan de impedir esta tarea del monje a través de los logismoi. «¿Qué significa para los demonios suscitar en nosotros la gula, la fornicación, la avaricia, la cólera, el resentimiento y las demás pasiones?», se pregunta Evagrio. «Lo hacen para que el intelecto entorpecido por ellas no pueda orar como conviene…»[43].
Los logismoi o pensamientos malvados que tientan continuamente el alma del monje, también la oscurecen y le impiden la oración. La privación de este gran bien debe provocar en él una enérgica reacción en la que está involucrada también la dimensión thymica del monje, es decir, su apetito irascible. Es justamente la ira la pasión que debe ser utilizada con este objetivo santo: expulsar a los demonios. En el Tratado práctico aclara que es este el modo kata physin, o acorde a la naturaleza de utilizar la irascibilidad, en oposición a un modo para physin, o contrario a la naturaleza, que es cuando la ira se utiliza contra otros seres humanos:
La naturaleza de la parte irascible consiste en luchar contra los demonios y resistir al placer. Por eso precisamente los ángeles, sugiriéndonos el placer espiritual y la beatitud que le sigue, nos exhortan a dirigir nuestra fuerza irascible contra los demonios. Estos, por el contrario, arrastrándonos hacia los apetitos mundanos, presionan la fuerza irascible contra su naturaleza para combatir a los hombres, a fin de que, cegado el intelecto y apartado del conocimiento, llegue a renegar de las virtudes[44].
El fin del monje evagriano no es sólo evitar las malas acciones, sino que también busca evitar la experiencia de los primeros movimientos que puedan incitarlo a pecar. Es por eso que Evagrio alienta a sus lectores a convertirse no meramente en hombres monásticos, es decir, que han dejado de cometer acciones pecaminosas, sino más bien en intelectos monásticos, es decir, que están libres incluso de los pensamientos pecaminosos. Un monje de estas características goza de completa claridad en su mente y «en el tiempo de la oración ve la luz de la Trinidad santa»[45]. El fin último es eliminar a los mismos pensamientos y orar y contemplar solamente a Dios, lo que Evagrio llama la “oración pura”, es decir, sin intermediarios, ni siquiera de imágenes. Por eso, todos los textos bíblicos que se proponen en el Antirrhéticos están destinados en primera medida a arrancar los pensamientos.
Evagrio utiliza el verbo τέμνω (temno) que significa arrancar, extirpar o erradicar, y con él explica su teoría de las operaciones mentales que se relacionan estrechamente con la práctica de la antirrhesis. En su tratado sobre los Pensamientos, se explicita más al respecto de este concepto:
Entre los pensamientos, algunos arrancan y otros son arrancados: los malos arrancan a los buenos, y a su vez los malos son arrancados por los buenos. El Espíritu Santo está atento al pensamiento que ha sido depositado en nosotros en primer lugar, y es en base a él que nos condena o nos aprueba. Esto es lo que quiero decir: tengo un pensamiento de hospitalidad, y lo tengo por amor del Señor, pero es arrancado cuando el tentador se acerca y sugiere ser hospitalario por amor a la gloria. Y al contrario: tengo un pensamiento de hospitalidad a fin de ser visto por los hombres, pero es arrancado cuando se introduce un pensamiento mejor que orienta nuestra virtud hacia el Señor y que nos induce a no actuar de ese modo a causa de los hombres. Por tanto, si por nuestros actos permanecemos firmes en nuestros primeros pensamientos, aunque puestos a prueba por los segundos, recibiremos solamente el salario de los primeros pensamientos por el hecho de que, siendo hombres y en lucha contra los demonios, no tenemos la fuerza para mantener constantemente los buenos pensamientos ni, al contrario, mantener un pensamiento malo sin que sea puesto