agarrando a Onsi por la chaqueta y arrastrándolo consigo. Cuando llegaron a las escaleras, algo pesado los empujó desde atrás, y rodaron en una maraña de brazos y piernas que se agitaban hasta aterrizar en el andén de forma muy poco digna. Desde fuera, todavía podían escuchar el chillido mientras el vagón colgante saltaba y se sacudía. La puerta se cerró de un portazo con furia, y al instante todo quedó tranquilo y silencioso.
—Me parece —escuchó Hamed decir a Onsi, desde donde yacían amontonados— que podemos confirmar que el tranvía 015 está, sin lugar a dudas, encantado.
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