de celo de una organización repleta de criminales y de sádicos, de elementos degenerados del lumpen-proletariado». Se creó una comisión de control político. Kamenev, que formaba parte de la misma, llegó incluso hasta el punto de proponer la abolición pura y simple de la Cheka26.
Pero el bando de los partidarios incondicionales de esta se salió muy pronto con la suya. En él figuraban, además de Dzerzhinski, eminencias del partido como Sverdlov, Stalin, Trotski y, por supuesto, Lenin. Este adoptó resueltamente la defensa de una institución «injustamente atacada por algunos excesos, por una intelligentsia limitada (…) incapaz de considerar el problema del terror desde una perspectiva más amplia»27. El 19 de diciembre de 1918, a propuesta de Lenin, el Comité Central adoptó una resolución que prohibía a la prensa bolchevique publicar «artículos calumniosos contra las instituciones, fundamentalmente contra la Cheka, que realizaba su trabajo en condiciones particularmente difíciles». Así se cerró el debate. El «brazo armado de la dictadura del proletariado» recibió su marchamo de infalibilidad. Como dijo Lenin, «un buen comunista es igualmente un buen chekista».
A inicios de 1919, Dzerzhinski obtuvo del Comité Central la creación de departamentos especiales de la Cheka responsables además de la seguridad militar. El 16 de marzo de 1919, fue nombrado comisario del pueblo para el Interior y emprendió una reorganización, bajo la égida de la Cheka, del conjunto de milicias, tropas, destacamentos y unidades auxiliares relacionadas hasta entonces con diversas administraciones. En mayo de 1919, todas estas unidades —milicias de ferrocarriles, destacamentos de suministros, guardas fronterizos, batallones de la Cheka— fueron agrupados en un cuerpo especial, las «tropas de defensa interna de la República», que iba a alcanzar los doscientos mil hombres en 1921. Estas tropas estaban encargadas de asegurar la vigilancia de los campos, de las estaciones y de otros puntos estratégicos, de llevar a cabo las operaciones de requisa, pero también, y sobre todo, de reprimir las revueltas campesinas, los disturbios obreros y los amotinamientos del Ejército Rojo. Las unidades especiales de la Cheka y las tropas de defensa interna de la República —es decir, cerca de doscientos mil hombres en total— representaban una formidable fuerza de miedo y represión, un verdadero ejército en el seno de un Ejército Rojo minado por las deserciones, y que no llegó nunca, a pesar de los efectivos teóricamente muy elevados, del orden de tres a cinco millones, a reunir más de quinientos mil soldados equipados28.
Uno de los primeros decretos del nuevo comisario del pueblo para el Interior se ocupó de las modalidades de organización de los campos de reclusión, que existían desde el verano de 1918 sin la menor base legal o reglamentaria. El decreto de 15 de abril de 1919 distinguía dos tipos de campos de reclusión: los «campos de trabajo forzado», donde estaban, en principio, confinados aquellos que habían sido condenados por un tribunal, y los «campos de concentración», que reagrupaban a las personas encarceladas, por regla general en calidad de «rehenes», en virtud de una simple medida administrativa. En realidad, las distinciones entre estos dos tipos de campos de reclusión siguieron siendo fundamentalmente teóricas, como deja de manifiesto la instrucción complementaria de 17 de mayo de 1919, que, además de la creación de «al menos un campo de reclusión en cada provincia, de una capacidad mínima para trescientas personas», preveía una lista tipo de dieciséis categorías de personas a las que había que internar. Entre estas figuraban contingentes tan diversos como «rehenes procedentes de la alta burguesía», funcionarios del antiguo régimen hasta el grado de asesor de colegio, fiscal y sus adjuntos, alcaldes «de las ciudades que tuvieran rango de cabeza de partido», «personas condenadas bajo el régimen soviético a todo tipo de penas por delitos de parasitismo, proxenetismo, prostitución», «desertores ordinarios (no reincidentes) y soldados prisioneros de la guerra civil», etc.29.
El número de personas internadas en los campos de trabajo o de concentración experimentó un aumento constante durante los años 1919-1921, pasando de aproximadamente dieciséis mil en mayo de 1919 a más de setenta mil en septiembre de 192130. Estas cifras no tienen en cuenta númerosos campos de reclusión abiertos en las regiones que se habían sublevado en contra del poder soviético: así, solamente en la provincia de Tambov, se contaba, en el verano de 1921, con al menos cincuenta mil «bandidos» y «miembros de las familias de los bandidos capturados como rehenes» en los siete campos de concentración abiertos por las autoridades encargadas de la represión de la sublevación campesina31.
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La «guerra sucia»
Lguerra civil en Rusia ha sido analizada generalmente como un conflicto entre los rojos (bolcheviques) y los blancos (monárquicos). En realidad, más allá de los enfrentamientos militares entre los dos ejércitos, el Ejército Rojo y las diversas unidades que componían un Ejército Blanco bastante heteróclito, lo más importante fue lo que sucedió en la retaguardia de las líneas de frente más importantes. Esta dimensión de la guerra civil fue la del «frente interior». Se caracterizó por una represión multiforme ejercida por los poderes establecidos, blanco o rojo —siendo la represión roja mucho más general y sistemática— contra los militantes políticos de los partidos o de los grupos de oposición, contra los obreros que se habían declarado en huelga por sus reivindicaciones, contra los desertores que huían del reclutamiento o de su unidad, o simplemente contra ciudadanos que pertenecían a una clase social sospechosa u «hostil», y cuyo único delito era el haberse encontrado en una ciudad o en una población reconquistadas al «enemigo». La lucha en el frente interior de la guerra civil fue también y ante todo la resistencia opuesta por millones de campesinos, insumisos y desertores, aquellos a los que tanto los rojos como los blancos denominaban los verdes y que desempeñaron un papel a menudo decisivo en el avance o en la derrota de uno u otro bando.
Así el verano de 1919 conoció inmensas revueltas campesinas contra el poder bolchevique, en el Volga medio y en Ucrania, que permitieron al almirante Kolchak y al general Denikin hundir las líneas bolcheviques en centenares de kilómetros. De la misma manera, algunos meses más tarde, fue la sublevación de los campesinos siberianos desesperados por el establecimiento de los derechos de los terratenientes lo que precipitó la derrota del almirante blanco Kolchak frente al Ejército Rojo.
Mientras que las operaciones militares de envergadura entre blancos y rojos apenas duraron más de un año, de finales de 1919 a inicios de 1920, lo esencial de lo que se acostumbra designar con el término de «guerra civil» aparece en realidad como una «guerra sucia», una guerra de pacificación llevada a cabo por las diversas autoridades, militares o civiles, rojas o blancas, contra todos los opositores potenciales o reales en las zonas que cada uno de los dos bandos controlaba momentáneamente. En las regiones controladas por los bolcheviques, fue la «lucha de clases» contra «los de arriba», los burgueses, los «elementos socialmente extraños»; la persecución de los militantes de todos los partidos no bolcheviques; la represión de las huelgas obreras, de los motines de unidades poco seguras del Ejército Rojo, de las revueltas campesinas. En las zonas controladas por los blancos fue la persecución de elementos sospechosos de posibles simpatías «judeo-bolcheviques».
Los bolcheviques no tuvieron el monopolio del terror. Existió un terror blanco cuya expresión más terrible fue la oleada de pogromos cometidos en Ucrania durante el verano y el otoño de 1919 por destacamentos del ejército de Denikin y unidades de Petliura y que causaron cerca de 150.000 víctimas. Pero, como han subrayado la mayoría de los historiadores del terror rojo y del terror blanco durante la guerra civil rusa, los dos terrores no pueden ser colocados a la misma altura. La política de terror bolchevique fue más sistemática, más organizada, pensada y puesta en funcionamiento como tal mucho antes de la guerra y establecida teóricamente contra grupos enteros de la sociedad. El terror blanco nunca fue erigido en sistema. Casi siempre fue la acción de destacamentos incontrolados que escapaban a la autoridad de un comandante militar que intentaba, sin gran éxito, cumplir las funciones de gobierno. Si se exceptúan los pogromos, condenados por Denikin, el terror blanco por regla general se limitó a ser una represión policial al estilo de un servicio de contraespionaje militar. Frente al contraespionaje de las unidades blancas, la Cheka y las tropas de defensa interna de la República constituían un instrumento de represión mucho más estructurado