Andrzej Paczkowski

El libro negro del comunismo


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daba un ejemplo: «Por lo que se refiere a la revista Ekonomist, por ejemplo, se trata evidentemente de un centro de guardias blancos. El número 3 (¡el tercer número solamente! ¡nota bene!) lleva en la cubierta la lista de los colaboradores. Pienso que casi todos son candidatos muy legítimos a la expulsión. Todos son contrarrevolucionarios claros, cómplices de l’Entente, que constituyen una organización de sus lacayos, de espías y de corruptores de la juventud estudiantil. Hay que organizar las cosas de manera que se persiga a estos espías y se les dé caza de manera permanente, organizada y sistemática, para expulsarlos al extranjero»40.

      El 22 de mayo, el Politburó creó una comisión especial, que incluía fundamentalmente a Kamenev, Kurski, Unschlicht y Mantsev (dos adjuntos directos de Dzerzhinski), cuya misión consistía en fichar a cierto número de intelectuales para proceder a su arresto y después a su expulsión. Los primeros en ser expulsados, en junio de 1923, fueron los dos principales dirigentes del antiguo Comité Social de la Lucha Contra el Hambre, Serguei Prokopovich e Ykaterina Kuskova. Un primer grupo de ciento sesenta intelectuales de renombre, filósofos, escritores, historiadores y profesores de universidad, detenidos los días 16 y 17 de agosto, fue expulsado por barco en septiembre. Entre ellos figuraban fundamentalmente algunos nombres que ya habían adquirido o debían adquirir una fama internacional: Nikolai Berdiayev, Serguei Bulgakov, Semion Frank, Nikolai Losski, Lev Karsavin, Fedor Stepun, Serguei Trubetskoi, Aleksandr Izgoyev, Ivan Lapshin, Mijaíl Ossorguin, Aleksandr Kiesewetter… Todos tuvieron que firmar un documento estipulando que en caso de regreso a la URSS serían inmediatamente fusilados. ¡El expulsado estaba autorizado a llevar un abrigo de invierno y un abrigo de verano, un traje y una muda de ropa interior, dos camisas de día y dos de noche, dos calzoncillos y dos pares de zapatos! Además de estos efectos personales, cada expulsado tenía derecho a llevarse veinte dólares en divisas.

      Paralelamente a estas expulsiones, la policía política continuaba fichando a todos los intelectuales de segunda fila que resultaran sospechosos, con vistas a la deportación administrativa a zonas lejanas del país, legalizada en virtud de un decreto de 10 de agosto de 1922, o con la intención de internarlos en un campo de concentración. El 5 de septiembre de 1922, Dzerzhinski escribió a su adjunto Unschlicht:

      ¡Camarada Unschlicht! En la tarea de fichar a la intelligentsia, las cosas continúan siendo artesanales. Desde la marcha de Agranov, ya no tenemos un responsable competente en este terreno. Zaraiski es un poco joven. Me parece que “para progresar”, sería necesario que el camarada Menzhinski tomara el asunto en sus manos. (…) Resulta indispensable elaborar un buen plan de trabajo, que se corregiría y completaría regularmente. Hay que clasificar a toda la intelligentsia en grupos y en subgrupos: 1. Escritores; 2. Periodistas y políticos; 3. Economistas (resulta indispensable trazar subgrupos: a. financieros, b. especialistas en energía, c. especialistas en transportes, d. comerciantes, e. especialistas en cooperación, etc.); 4. Especialidades técnicas (aquí también se imponen los subgrupos: a. ingenieros, b. agrónomos, c. médicos, etc.); 5. Profesores de universidad y ayudantes, etc. Las informaciones sobre todos estos señores deben de proceder de nuestros departamentos y ser sintetizadas por el departamento «Intelligentsia». Debemos contar con un expediente de cada intelectual. (…) Hay que tener siempre en mente que el objetivo de nuestro departamento no es solo el expulsar o detener individuos, sino también el contribuir a la elaboración de la línea política general en relación con los especialistas: vigilarlos estrechamente, dividirlos, pero también promover a aquellos que estén dispuestos, no solamente de palabra, sino también de obra, a ayudar al poder soviético41.

      Algunos días más tarde, Lenin dirigió un largo memorándum a Stalin, en el cual volvía ampliamente, y con un sentido maniático del detalle, sobre el tema de la «limpieza definitiva» de Rusia de todos los socialistas, intelectuales, liberales y otros «señores»:

      Sobre la cuestión de la expulsión de los mencheviques, de los socialistas populares, de los cadetes, etc., me gustaría plantear algunas cuestiones, porque esta medida que se había iniciado antes de mi marcha no siempre se ha concluido. ¿Se ha decidido extirpar a todos los socialistas populares? ¿Peshejonov, Miakotin, Gornfeld? ¿Petrishchev y los demás? Creo que habría que expulsarlos a todos. Son más peligrosos que los eseristas porque son más malignos. Y también Potressov, Izgoyev y toda la gente de la revista Ekonomist (Ozerov y muchos otros). Los mencheviques Rozanov (un médico astuto), Vigdorchik (Migulo o algo así), Liubov Nikolayevna Radchenko y su joven hija (por lo que parece, las enemigas más pérfidas del bolchevismo); N. A. Rozhkov (hay que expulsarlo, es incorregible). (…) La comisión Mantsev-Messing debería establecer listas y varios centenares de estos señores deberían ser despiadadamente expulsados. Limpiaremos Rusia de una vez por todas. (…) También todos los autores de la Casa de los Escritores y del Pensamiento (de Petrogrado). Hay que registrar Járkov de cabo a rabo, no tenemos ninguna duda acerca de lo que pasa allí. Para nosotros es un país extranjero. La ciudad debe ser limpiada radical y rápidamente, no más tarde del final del proceso de los eseristas. Ocupaos de los autores y de los escritores de Petrogrado (sus direcciones figuran en el Nuevo Pensamiento ruso, número 4, 1922, pág. 37) y también de la lista de los editores privados (pág. 29). ¡Es archiimportante!42.

      6

       De la tregua al «Gran Giro»

      Durante poco menos de cinco años, de inicios de 1923 a finales de 1927, el enfrentamiento entre el régimen y la sociedad conoció una pausa. Las luchas por la sucesión de Lenin, muerto el 24 de enero de 1924, pero totalmente apartado de cualquier actividad política desde marzo de 1923, después de su tercer ataque cerebral, monopolizaron una gran parte de la actividad política de los dirigentes bolcheviques. Durante esos años, la sociedad se curó las heridas.

      En el curso de esta tregua, el campesinado, que representaba más del 85 por 100 de la población, intentó reanudar los vínculos del cambio, negociar los frutos de su trabajo y vivir, según la hermosa fórmula del gran historiador del campesinado ruso Michael Confino, «como si la utopía campesina funcionara». Esta «utopía campesina», que los bolcheviques denominaban de buena gana eserovschina —término cuya traducción más parecida sería «mentalidad socialista revolucionaria»—, descansaba sobre cuatro principios que habían estado en la raíz de todos los programas campesinos desde hacía décadas: el final de los terratenientes y el reparto de la tierra en función de las bocas que había que alimentar; la libertad de disponer libremente de los frutos de su trabajo y la libertad de comercio; un autogobierno campesino representado por la comunidad aldeano-tradicional, y la presencia exterior del Estado bolchevique reducida a su expresión más sencilla: ¡un soviet rural para algunas aldeas y una célula del partido comunista en una aldea de cada cien!

      Parcialmente reconocidos por el poder, tolerados momentáneamente como un signo de «atraso» en un país de mayoría campesina, los mecanismos del mercado, rotos de 1914 a 1922, volvieron a ponerse en funcionamiento. Inmediatamente las migraciones estacionales hacia las ciudades, tan frecuentes bajo el antiguo régimen, volvieron a iniciarse. Al descuidar la industria estatal el sector de los bienes de consumo, el artesanado rural conoció un desarrollo notable, se espaciaron las carestías y las hambrunas y los campesinos volvieron a poder comer para saciar el hambre.

      La calma aparente de estos años no podría sin embargo enmascarar las tensiones profundas que subsistían entre el régimen y una sociedad que no había olvidado la violencia de la que era víctima. Para los campesinos, las causas de descontento seguían siendo numerosas1. Los precios agrícolas eran demasiado bajos; los productos manufacturados demasiado caros y demasiado raros; los impuestos demasiado elevados. Tenían el sentimiento de ser ciudadanos de segunda categoría en relación con los pobladores de las ciudades y fundamentalmente de los obreros considerados como privilegiados. Los campesinos se quejaban sobre todo de innumerables abusos de poder de los representantes de base del régimen soviético formados en la escuela del «comunismo de guerra». Seguían sometidos a la arbitrariedad absoluta de un poder local heredero a la vez de cierta tradición rural y de las prácticas terroristas de los años anteriores. «Los aparatos judicial, administrativo y policial están totalmente gangrenados por un alcoholismo generalizado,